Violencia Económica en tiempos de pandemia
La desigualdad golpea más duro en las mujeres debido al no reconocimiento del trabajo de cuidados, el cual es un trabajo feminizado, impuesto social e invisiblemente sobre sus cuerpos.
Por Daniela López Leiva, AML Defensa de Mujeres y directora Fundación Nodo XXI.
En cifras de la Organización Internacional del Trabajo, 126 millones de mujeres trabajan de manera informal en América Latina y el Caribe. Eso equivale aproximadamente a la mitad de la población femenina de la región, la cual se está quedando sin sustento económico intempestivamente debido a la crisis sanitaria por COVID-19, que trae aparejada una crisis económica de sobrevivencia. Es decir, un aumento acelerado de producción de pobreza feminizada.
La desigualdad golpea más duro en las mujeres debido al no reconocimiento del trabajo de cuidados, el cual es un trabajo feminizado, impuesto social e invisiblemente sobre sus cuerpos. El trabajo doméstico y de cuidados no para en ningún momento y más ahora, en tiempos de pandemia donde aumenta su carga (niños y niñas sin colegio y jardines infantiles, adultos mayores al ser población de riesgo, enfermos y más), sumando a ello, la pérdida del ingreso económico, las mujeres como cuidadoras “naturales” de la vida entran en un circuito de mayor sobreexplotación y empobrecimiento. Trabajadoras invisibles que con dicha labor y sin tiempo vital de descanso sostienen la vida y su defensa, ante la fallida política binaria del estado o el mercado, que ha negado históricamente a las mujeres pero que en momentos de crisis no resiste sin ellas. Sin embargo, no hay amparo, no hay derechos, no hay seguridad social, no hay libertad de decidir sobre sus tiempos y su propio cuidado. No hay políticas públicas de protección. No hay discursos públicos gubernamentales para ellas y su reconocimiento.
Se requiere con urgencia asegurar la continuidad de los servicios básicos sin costo, ni deudas. Asegurar una pensión básica de alimentos por parte del Estado, si hay hijos e hijas en común, cuando los progenitores no pagan y las madres perdieron su sustento económico. Se requiere fortalecer los dispositivos que atienden a las víctimas de violencia en contexto de pareja, garantizando la seguridad de las y los trabajadores mediante el cumplimiento de las medidas sanitarias y su no precarización laboral. Se requiere apoyar desde el Estado a las organizaciones locales de mujeres, quienes, a diferencia del Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, tienen conocimiento efectivo de las mujeres que están siendo violentadas. Organizaciones que crean redes de apoyo y salvan vidas. Este proceso de empobrecimiento femenino y sobre explotación condena a las mujeres a una dependencia económica perversa a sus agresores si son víctimas de violencia doméstica, con los cuales están confinadas en los hogares, incluso cuidando de ellos mismos, que han atentado sistemáticamente contra su vida, integridad, incluso de los hijos e hijas en común.
Sumando a ello, aquellas mujeres que logren gestar un plan de escape a la dinámica de violencia junto con sus hijos e hijas requieren de un sustento básico para refundar sus vidas fuera del riesgo y la subordinación al agresor. La sobrevivencia de esas vidas no solo tiene que pensarse mientras dure la pandemia sino en la extensión de la crisis económica.
Los hogares siguen siendo el lugar más peligroso para mujeres e infancia, en donde se pierden más vidas, donde más se abusa sexualmente, donde se maltrata en “privado” e impunidad. Las cifras a nivel mundial han mostrado el aumento de la violencia de género. Un registro terrorífico que se expande como la otra pandemia patriarcal que trae el COVID-19. Sin embargo, en Chile, no hay medidas de emergencia para las cuidadoras. No hay cadenas nacionales del ejecutivo ni comunicado de prensa del Ministerio de la Mujer, sólo existe un silencio cómplice respecto a la precarización de las mujeres, para que los cuerpos femeninos sigan sosteniendo la crisis del sistema, incluso a costa de sus vidas. Aquí, se expresa de manera inequívoca el carácter de clase del gobierno, y con ello del Ministerio de la Mujer y Equidad de Género. Altos mandos de mujeres representantes del 1%, cuya sostenibilidad económica no está en entredicho al descansar en la producción política de la desigualdad, la precarización y la explotación de las mayorías en sacrificio.
Esta crisis tiene a las mujeres en sobrecarga de desgaste físico, emocional y económico, donde vamos a perder vidas femeninas e de infancia bajo su cuidado, no sólo por contagio sino por pobreza. Sin embargo, el carácter patriarcal de los gobiernos y en particular del gobierno chileno, no otorgan centralidad al reconocimiento de los cuidados y a quienes cuidan. Defensoras de la vida que están siendo sacrificadas por la política neoliberal masculina.