Rosa Montero, escritora: “Vivir es ir deshaciéndose en el tiempo”

Autora de 16 novelas, entrevistadora y una columnista de fuste, la escritora y periodista española vino a Chile a presentar Los tiempos del odio y conversó con Montserrat Martorell en el programa Esta boca es mía de El Periodista TV.

Por Montserrat Martorell

Rosa Montero (Madrid, 1951) demuestra que sabe una cosa: escribir en voz alta. No importa si lo hace cuando habla de la muerte de su pareja, la historia de Piere y Marie Curie, de los deseos secretos de una mujer madura o la pasión rotunda de una detective.

Lo que sí es fundamental y no se pierde en ninguna de sus historias es la destreza narrativa, la picardía, la fuerza del lenguaje, la inteligencia hablada. En 2019 la periodista lanzó “Los tiempos del odio” (Editorial Planeta), una novela intensa que transcurre en el siglo XXII y que la trajo a Chile, ocasión que aprovechamos para entrevistarla.

En estas líneas, la narradora madrileña, Premio Nacional de las Letras Española, señala que “siempre asusta el paso del tiempo”, sostiene que “no recordamos, inventamos los recuerdos” y que ha nacido y crecido en la dictadura de Franco: “Sé muy bien que cualquier democracia, por mala que sea, es mil veces mejor que una dictadura”.

-Rosa Montero Gayoporque hay que honrar a la madre siempre, eres autora de 16 novelas.

Exacto, es que soy un poco mayor ya. Empecé muy joven.

-Sí, pero aún así, hay escritores que tienen más de 60 años, y escriben dos o tres novelas, nada más.

Bueno, sí, depende. Este año hace cuarenta desde la publicación de mi primera novela, Crónica del desamor. Así que ya es un poco un vértigo.

-¿Así como que te asustas?

Siempre asusta el paso del tiempo. Es una de mis obsesiones. Soy una escritora esencialmente existencialista que escribe sobre el paso del tiempo, sobre lo que el tiempo nos hace y nos deshace… porque vivir es irse deshaciendo en el tiempo. Escribo sobre la muerte y el sentido de la vida, si es que hay alguno.

-Van cambiando las tramas, las historias, pero quedan esas obsesiones que están muy presentes en tu literatura.

Todos los escritores escribimos siempre sobre los mismos temas. Intentas encontrar una nueva manera de explicarte a ti misma esas cosas que te obsesionan, y buscar un modo de hacerlo más profundo, más bello, y más exacto. Si puedes, claro.

-Tu última novela, Los tiempos del odio, es parte de una trilogía… ¿continuará? 

Habrá una cuarta porque dejo a mi protagonista (Bruna Husky) en un lugar muy inquietante, muy peculiar. Entonces, me muero de curiosidad por saber qué le va a pasar y si no escribo una novela, no lo puedo saber. Tengo que escribir una novela para saber eso.

-¿Y ahora no sabes nada?

No tengo ni idea. Todavía no está hecha. Las novelas nacen del inconsciente, entonces mi yo consciente no sabe nada de ese futuro de Bruna hasta que no me ponga y vaya tejiendo esos sueños, que son los libros.

-“Sin amor no merece la pena vivir”. Leí estas primeras líneas de “Los tiempos del odio” e inmediatamente dije “aquí está Rosa Montero otra vez”, con estas frases directas que te dejan pensando, que te remueven, que te provocan emociones. ¿Cómo fue la experiencia de escribir este libro? Es un título fuerte, es un mundo extraño.

A mí no me parece extraño. Fíjate que las tres novelas de Bruna Husky, que se pueden leer indistintamente, aunque no hayas leído la anterior, siempre digo que son los libros más realistas que he escrito y que representan -además- de una manera tremendamente realista al mundo actual.

-2110, para los que no saben, es el año donde transcurre todo.

Sí, y en Madrid, fundamentalmente, pero también en otros sitios. Hay un prejuicio en España por lo menos, frente a la ciencia ficción: que la gente no la lee porque creen que trata de cosas esotéricas, quw son frías y poco emocionales, que no tienen que ver con tu vida. Y es todo lo contrario. La ciencia ficción te da una herramienta metafórica poderosísima para hablar de la condición humana y del aquí y ahora. Fíjate tú, Bruna Husky es, de todos los personajes que he escrito, el que más me gusta y que más se parece a mí. Yo no soy una replicante de combate, obviamente, pero en el fondo, en su manera de estar frente al mundo, es la que más se me parece. Y luego este libro, que yo creo que de los tres es el mejor, tiene un final que es de todos los finales de mis novelas, el que más me ha emocionado escribir.

-¿Cómo fue el momento en que sabías que lo estabas terminando?

Depende del método que tengas. Yo soy entre los escritores de la brújula y los escritores del mapa, una mezcla de los dos. Entonces, primero me paso como un año, año y pico, desarrollando la novela en cuadernitos y a mano. Cuando ya sé que va a tener 46 capítulos, y lo que va a pasar en ellos, me siento en el ordenador, y me paso otro año, año y medio, escribiendo. Al final, en vez de tener 46 capítulos, tiene 58, o un personaje se ha muerto. Entonces, es una criatura viva hasta el final. Soy una mezcla de las dos cosas, del mapa que necesita antes saberlo, y de la brújula que va descubriendo cuándo lo haces. El final yo lo sé desde el principio.

-¿Con todas las novelas?

Con todas. Siempre. Es muy raro. Lo primero que se me ocurre de una novela, lo que yo llamo el huevecillo, es una imagen que te emociona.

-En “La loca de la casa” hablas mucho de eso.

Exacto. Es una imagen que me emociona y me obliga a escribir sobre ella. Lo segundo que se me ocurre, sabiendo solamente esa imagen del huevecillo, es la voz narrativa. ¿Cómo va a sonar la novela, quién la va a contar? Pero no solamente si va a ser un narrador omnisciente, sino también si va a ser una novela larga o corta, con diálogo o sin él. Sabes cómo suena, es como una canción que suena en tu cabeza. Y lo tercero que se me ocurre es el final de la novela. Así que escribir un libro es llegar a ese final. El final de “Los tiempos del odio” lo sabía casi desde el principio. Lo que pasa es que llegar a escribirlo fue tremendamente emocionante y, además, me ha enseñado cosas que no puedo decir porque sería un spoiler.

-Leía Los tiempos del Odio y me preguntaba a quién le habrá heredado Rosa esta capacidad tan creativa de cambiar, de pasar de piel, de meterse en un mundo tan ficticio y con esta intensidad. Hay que ser muy intensa para escribir las novelas que escribes. ¿De dónde vino?

Yo qué sé, debo ser así. Por otro lado, lo que sí es verdad es que las novelas son mis sueños, nacen de mi inconsciente, pero lo que pasa es que luego escribir también es un oficio. Pues ya llevo muchísimos años haciéndolo y, más aprendiendo, como un carpintero, a tallar un poco las palabras. Cada vez puedes transmitir esa intensidad mejor porque claro, las novelas las tienes primero en tu cabeza y son como proyecciones tridimensionales, son preciosas dentro de tu cráneo. Tienen luz, tienen sonido, tienen color. Y lo malo es que desde aquí (su cabeza) hasta lo real, pierden mucho. Sobre todo, cuando era joven, perdía muchísimo. Ya soy mayor, envejecer no tiene ni pizca de gracia, la verdad es que es un horror, pero tiene unas poquitas cosas buenas, una de ellas es que la novela es un género de madurez y que efectivamente, noto que en los últimos tres libros estoy alcanzando una cierta plenitud. Es decir, que sé pasar mejor los sueños.

-Bruna Husky es un personaje que sabe que solo va a vivir 10 años.

Eso. Por eso ella y yo nos parecemos.

-Pero tú has vivido más de diez y, además, bastantes vidas en una.

Sí, exacto. Llevo como cuatro o cinco vidas. Veo que te lo sabes todo. Eso es lo que nos une porque el hecho de que solo vaya a vivir 10 años hace que no pueda olvidarse de que es mortal. ¿Qué es lo que hacen los seres humanos? La inmensa mayoría viven como si fueran eternos. Salvo un puñado de neuróticos como Woody Allen o como yo misma que estamos obsesionados por el paso del tiempo y por la muerte. Entonces, eso me une con ella, justamente. Al estar obsesionados por el paso del tiempo y por la muerte también estamos muy llenos de vida. Bruna y yo somos unas disfrutonas, nos comemos la vida a bocados.

Eso sí, ella es un poco alcohólica. Tiene una debilidad por el vino blanco.

Es lo mismo que me pasa a mí en cuanto al amor por el vino blanco. El alcoholismo no, espero no llegar, pero le he dado muchas cosas a Bruna. Entre ellas, el gusto por el vino blanco, que es lo único que bebo yo. Solo que como ella está en una vida extrema, era lógico que fuera más alcohólica que yo.

-“No recordamos, inventamos los recuerdos”, es una de tus frases.

 Es verdad, creemos que recordamos, pero nuestra memoria es un invento y bienvenido sea. Yo tengo una hermano con el que a veces recuerdo cosas de la infancia que hemos vivido los dos y los padres de mi hermano no sin mis padres en absoluto, no tienen nada que ver.

-Lo dices en un libro también, pero hablas de una hermana…

Sí, claro, pero eso es mentira…

-Cuando lo leí hace muchos años, lo creí completamente

Claro, en “La loca de la casa”. El libro ese, se lo dedico a mi hermana Martina, pero no es verdad. No existe. Es ficción. “La loca de la casa” es mi libro más interactivo, es una especie de artefacto creativo donde le ofrezco al lector la posibilidad de jugar conmigo el juego de la creación y de la imaginación.

-Y para los escritores jóvenes, es muy buen libro. Quizás muchos no saben, acá en Chile, pero tú además sufriste una tuberculosis que te mantuvo alejada del colegio entre los cinco y los nueve años. ¿Eso fue verdad?

Sí, eso es verdad. A veces te dicen: ¿escribirías si no fuera por la tuberculosis? Yo creo que sí porque ya lo hacía con cinco años. Mis primeros cuentos los escribí a esa edad, antes de ponerme enferma o al mismo tiempo. Y además, conozco a mucha gente que ha tenido enfermedades largas como la mía de pequeños y que son directores de banco y no escriben. Creo que tanto la tuberculosis como la escritura vinieron del mismo lugar. O sea, que fueron respuestas, una orgánica y otra mía voluntaria, a una cierta situación personal.

-¿Y en tu familia se escribía?

 No. Nadie.

-¿Nadie, ni siquiera una abuela perdida, una tatarabuela?

Bueno, soy familiar lejana de Corín Tellado, por parte de madre, pero no desciendo de ella para nada. O sea, parientes laterales. Digamos que era por parte de madre, pues era una prima de una prima de una tía… yo qué sé. No vengo directamente de ella para nada.

-Sigamos hablando de tu libro. Se lee rápido, tiene fantasías, pero también mucha realidad. ¿Por qué crees que hay que leer “Los tiempos del odio”?

No sé, siempre me abochorna decir que deberían leerlo porque hay tantos libros maravillosos, que no es una obligación leer mi libro, pero creo que lo disfrutarán muchísimo porque para mí fue un libro con un montón de emociones y con un montón de verdades que iba aprendiendo mientras escribía. Tiene varias cosas. Una de ellas es una intriga. De las tres novelas de Bruna yo creo que esta es, además, la más madura y consigo que su entrega sea la más profunda, la más intensa. Es un libro que me dice la gente que te metes y te caes dentro y no lo puedes dejar y al mismo tiempo dentro de esa trepidación que tiene la intriga, tiene muchas capas de entendimiento y de reflexión sobre nuestra realidad y sobre el mundo. Refleja los tiempo del odio en los que vivimos ahora: este momento de descrédito, de la democracia y que, en todo el mundo, la gente se está lanzando equivocadamente en brazos de la falsa pureza del dogma, de los extremismos de izquierdas y derechas, laicos o religiosos, mundos verdaderamente de odio. Y con estas demagogias ultras como las de Trump o Bolsonaro que llegaron al poder con discursos de odio. Es increíble, votados mayoritariamente. Entonces, mi libro, da una luz de esperanza porque además termina bien.

-¿Un mensaje también para los más jóvenes?

Mucha gente joven, como aquí, es manipulada por los poderes. Entonces, equivocadamente se lanzan en brazos de esa falsa pureza del dogma. Y eso nos puede llevar a un abismo en la vida real porque podemos perder logros democráticos conseguidos duramente durante siglos. Y la cuestión es que yo he nacido y he crecido mi primera juventud durante la dictadura de Franco. Entonces sé muy bien que cualquier democracia, por mala que sea, es mil veces mejor que una dictadura.

-¿Cuánto te demoras en escribir un libro?

Pues, entre que empieces a pensarlo y a anotar, no sé, dos años y medio. Por lo menos.

-Y si te demoraras menos, nos dirías que más…

No, ¿sabes lo que pasa? Normalmente de media, antes de media, me demoraba tres años y medio para hacer los libros. Ahora estoy intentando bajarlo a dos y lo estoy consiguiendo más o menos. Ya soy muy mayor y tengo una lista de libros que quiero escribir. Entonces, estoy intentando justamente tardar un poco menos, pero en este próximo voy a demorarme tres años.

-¿El que estás escribiendo ahora?

Sí.

-¿Y nos puedes adelantar algo?

Es un libro contemporáneo que no tiene nada que ver con los de Bruna y que está protagonizado por un hombre. Empieza en un tren. Por eso lo llamo como título de trabajo “La novela del tren”.

-¿Hay alguna temática que sientas que no has cubierto aún y que está allí muy fuerte?

No, la verdad es que todo es como un territorio interior que siempre va dando vueltas. En esta nueva novela del tren sí que va a salir algo que ya está en mis novelas, como por ejemplo “El corazón del tártaro”, pero que es también el infierno de la familia. O sea, la familia es maravillosa, pero la familia como infierno.

-Supe que tienes un tatuaje de un verso de Raúl Zurita: “Ni pena ni miedo”. Esa frase, ese verso, está en el Desierto de Atacama.

Está excavado allí.

-¿No es tu único tatuaje, cierto?

No, tengo bastantes. Tengo una salamandra aquí (la muestra). Aquí tengo “Atrévete a saber” de Kant y la fórmula de la relatividad. Tengo pájaros que suben hasta aquí (los señala). Y ya está.

-¿Cuándo te empezaste a hacer los tatuajes?

Pues yo era hippie.

-De hecho, siempre dices: “esta podría ser mi vida paralela y estar metida en algún pueblito, escribiendo”.

Estaría escribiendo, exactamente. ¡Deberías hacer la entrevista tú sola! Te preguntas y te respondes. Qué genial, te aplaudo. Pues entonces yo era hippie, efectivamente. Ya entonces, la gente hippie se tatuaba y eso me atraía, pero también soy bastante claustrofóbica y pensé pues, además de que no se podían quitar -ahora sí-, duele mucho hacerlo. No me pude tatuar porque pensaba que me iba a cansar, pero cuando fui acercándome a mis 50, me dije que por mucho que viva, no alcanzaré a arrepentirme. Y empecé a tatuarme. La primera fue la salamandra.

-Y el verso de Zurita, ¿dónde lo leíste? 

No lo leí. Estuve en Atacama. Estuve en el desierto y fui a ver el verso de Zurita excavado. Caminé por encima de esas letras ciclópeas. Me pareció un verso maravilloso y sobre todo me pareció una frase perfecta como lema para la tercera edad porque a medida que envejeces, hay más pena y hay más miedo. Son dos sentimientos que yo creo que no convienen.

-El periodismo y la literatura siempre han estado en tu vida. Has hecho más de dos mil entrevistas

Sí, acabo de sacar un libro de entrevistas, precisamente, con Debate.

-¿Aparece la entrevista a Julio Cortázar?

Sí, lo entrevisté dos veces.

-¿Fue muy duro el encuentro? Eso parecía…

Era bastante antipático. Un tipo muy estirado.

-¿Te sientes más cerca de la literatura o serás periodista hasta el día que te mueras?

No, el periodismo que yo hago es plumilla, además siempre como reportera, no como editora, aunque fui jefa por año y medio. Ser plumilla, como le llamamos nosotros en España, es un género literario como cualquier otro. Me parece honroso como género, pero realmente, en mi corazón, yo soy novelista. El periodismo pertenece a mi ser social. Es un trabajo. Podría dejarlo. No lo quiero dejar porque no quiero dejar solo lo de la novela, pero si lo hiciera no me pasaría nada. Y sin embargo, la narración como la mayor parte de los novelistas, empezó cuando yo era una niña. Desde que me recuerdo a mí como persona, me recuerdo escribiendo. Forma parte esencial de lo que yo soy, de la definición de mí misma y de mi estructura básica. No sé cómo me las arreglaría para vivir, soportar la existencia, sin escribir.

-¿Por qué seguir escribiendo en el siglo XXI?

Pues porque lo necesitas igual que beber agua. El verdadero escritor es el que necesita escribir para poder levantarse por las mañanas.

-¿Aunque no lo haga bien?

Recuerdo que le hice una entrevista a Erich Segal hace un montón de años y me tuve que leer bastantes novelas suyas, como tres, cada cual más horrorosa. Me parece un escritor espantoso. Ya se ha muerto el pobre. Fui a hacerle la entrevista a Londres y me cayó muy bien y me pareció un verdadero escritor. Necesitaba escribir para vivir verdaderamente. Era un escritor auténtico, pero malísimo. Tu necesidad no te hace bueno, pero sí te hace escritor.

Fotografía: Patricia LLaneza

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El Periodista