Marta Blanco, escritora: Chile, Zona de Sacrificio
Somos gente sencilla a la que nos embutieron en un vestido de gaza francesa y nos hicieron bailar polka. Los sueños engendran tragedias y suicidios.
Por Marta Blanco, periodista y escritora
Una vez más Chile nos sorprende con sus desmesuradas reacciones: terremoto o maremoto o incendios previsibles o avalanchas o sequía o inundación o huelgas, marchas y balas.
Agréguele saqueos, quema del metro, destrucción de estatuas y paseos públicos, tiendas, restoranes, automóviles; camiones incendiados, varios muertos, heridos graves, apaleos al por mayor, cambio de gabinete, cierre de almacenes y supermercados atacados por hordas frenéticas que entran a robar lo que puedan.
El silencio sepulcral del gobierno asombra mientras la televisión se hace la América contando y recontando el denigrante espectáculo de una policía incapaz de dominar la situación, caceroleos por supuesto y madres que corrían por las calles participando del caos con niños pequeños de la mano. Iban a pasarlo bien, ni pizca de miedo tenían.
Algunas de estas cosas saltaban a la vista: sueldos bajos a nivel laboral, suculentos para ejecutivos y mandamases, capacidad de deuda con tarjeta para todos los que compraban a plazo aunque les saliera más caro por el interés bancario. Asunto que ignoraban los deudores, porque los bancos son como confesores: no dicen jamás ni lo que saben ni lo que cuesta. Han mandado a muchos a la quiebra, al purgatorio económico, a la pérdida de casas, autos, al infierno en la Tierra. Los bancos no empobrecen y los países no quiebran y las personas modestas caen en la trampa.
Agregue unos horarios de trabajo escalofriantes. Las tiendas grandes ofrecían el Asia completa en plásticos varios, China quiere vender hasta “chinitas”, ya que se mueren las abejas y en Australia se mueren hasta los koalas estáticos, no saben arrancar. Entre los animales chilenos el daño es mayúsculo. No hablan aún de ello, pero muere la fauna natural quemada entre bosques a fuego vivo.
Hace rato que el país había entrado en la enajenación. Ya nadie quería trabajar a mano. La máquina era la cosa. Y nadie sabía qué hacer con una máquina. El espíritu de “dentral a picar” –máximo peligro de los maestros sin estudios llenos de imaginación– los hace improvisar tonterías peligrosas: muchos niños se queman vivos porque, por ahorrar, los dejan con una vela mientras van a comprar cerveza. Han destruido cocinas, baños, sistemas eléctricos, calefacciones, riego, alarmas, casas populares, las que ellos mismos agrandan y electrifican, les colocan gas de manera impropia y muchos mueren por asfixia, pues ignoran que el gas licuado se come el oxígeno de una habitación.
Los jóvenes que solían estudiar a veces ahora se abanican. Ya no se trabajará en oficinas, alegan. Seré gerente, agregan. Y se la creen.
Pocos han hecho más por la educación en Chile que Diego Barros Arana, primer Rector de la Universidad de Chile, don Pedro Aguirre Cerda, primer presidente radical, quien murió de tuberculosis a los dos años de estar en el cargo. Y Eduardo Frei Montalva, quien organizó un sistema de construcción rápida de escuelas que incluía baños con ducha y agua caliente y subió dos años los estudios de preparatoria en todo el país.
Después llegó la catástrofe. Fueron extinguiéndose las editoriales nacionales, dejaron de entrar libros de conocimiento fundamental, se perdió la historia antigua y hoy campea la literatura de diversión que las editoriales producen sin criterio y he leído que en el río Maule hay dioses griegos nadando crawl.
Mal que nos pese, no somos Suecia y los suecos son nueve millones y medio. Con diecisiete millones y medio no podemos construir un Volvo. Los estudios, el carácter, la fortaleza de los países fríos ayudan al encierro, la meditación y el trabajo intelectual. Chile desdeña el trabajo de la cabeza y tenemos a honor aburrirnos como una manera de vivir.
Esta juventud que destruye y desdeña todo, que roba impunemente y lanza piedras y se ríe de la ley nos hizo retroceder a la barbarie. Los padres –o las familias– no son entusiastas. El trabajo por la mera subsistencia los dejó exánimes y no tienen capacidad para dar mejor educación a sus hijos. ¿Y qué ven los hijos? El agobio, la tontería y la bebida alcohólica como salidas a un mundo más grato. A almas cansadas, mentes entorpecidas. Es necesario no celebrar desmanes para que vuelvan la razón y la cordura, que implica autoridad.
El esfuerzo por hacernos los tigres, los ricos, los top ten, ha matado el espíritu chileno, que no se alimenta de caviar ni paté de fois sino de huachalomo, huesos para caldo y el infaltable tallarín. Somos gente sencilla a la que nos embutieron en un vestido de gaza francesa y nos hicieron bailar polka. Los sueños engendran tragedias y suicidios.
El resultado es que no hay suficientes hospitales, los remedios son los más caros del mundo, los médicos escasean o se van a las clínicas a cobrar una consulta por una receta, los ancianos tienen una vejez solitaria, sucia y hambrienta. Términos que los chilenos detestan. Pero deben entender que esta no es una revolución ni una pataleta. Es la inundación de la modernidad en mentes incapaces de enfrentar lo que ella exige: educación, respeto por la sociedad, énfasis en el conocimiento y el trabajo y una seriedad que Chile olvidó entre el “asaíto” y el vino.
Los pobres están maltratados, cansados y descuidados. El gobierno debe crear trabajos reales para gente real. Que vuelvan la modestia y las micros. Los remedios son un derecho humano. No me digan que no lo habían pensado. A los ricos-ricos ¿no les da un poco de vergüenza tanto lujo y palo de golf y caballos y raquetas de tenis y zapatillas de marca y viajes al fin del mundo y dentistas solo para los millonarios? George Washington usó una plancha de dientes de madera que se quitaba por el dolor. Antes de los 40 años.
El gobierno ofrece vidas de noventa años a quienes –de jubilar a los sesenta y tantos– deberán enfrentar treinta años de miseria mientras van convirtiéndose en invisibles para parientes, hospitales y enterradores.
El vicio de los hombres es matar mujeres. Habrá que ir a un mercado de las pulgas a París a comprar una guillotina amohosada para cortar cabezas. Las mujeres son seres humanos. Lo mismo dijo Isabel llamada la Católica de los “indios” americanos. No todos le creyeron. Y las mujeres son fáciles de asesinar. Más de alguien cree que no tenemos alma y no hay culpa en meterles diecisiete puñaladas o arrancarles los ojos o tirarlas por el balcón.
Del delirio de grandeza y la matanza habitual de mujeres no tenemos salida y lo vamos a pagar caro.
Este país, lagartija mineral dijo la Mistral, solo tiene derecho a usar zapatos con media suela, el cuello de la camisa virado, a más un millón de perros vagos en la capital, a los que no se mata. No señor. Aquí salvan a los quiltros, no a las mujeres. ¿País en extinción?
Nos dimos muchos aires y de aire –si queda– tendrán que vivir los hombres y los niños. ,
Apiádate de estas mujeres cuando llegue el cuchillo, la bala, el hacha o la mano que ahorca. ¡Hasta verte Cristo mío!
Como siempre, una excelente columna, muchas saludos!!