Insurgencia y primera línea ¡Todos somos SENAME¡
A diferencia de los desgastados "silogismos del orden", estos troyanos sin destino, son heraldos de la soledad, del abandono y el rechazo que ha sedimentado la dominante neoliberal.
Por Mauro Salazar J., sociólogo
En medio de la desilusión de los formatos públicos y el marketing urbano nuestra conflictividad residual, emergente y estructural ha cobrado inéditas expresiones.
Luego de tolerar la voluptuosa ceguera del orden visual que ordena y sanciona los usos de calle, ha irrumpido un «grupo de resistencia» desde que Sebastián Piñera «declaró la guerra» a la protesta social.
Un movimiento de encapuchados post-convencionales que aún no logra ser descifrado por el oficialismo comunicacional de una industria en decadencia. Tampoco podemos esperar demasiado -sino lo menos- del siniestrado cerco mediático que conforman «matinales» que exhiben saqueo y violencia en su expresión más pornográfica. A estas alturas el lema televisivo es ¡impunidad y saturación mediática¡ Un modelo de crisis a la hora de normar y contener el orden y sus mitos en connivencia con los intereses del orden oligárquico/transicional. Los medios desafían tanto a redes sociales y dispositivos de comunicación cuya velocidad resulta incontrarrestable. Y agreguemos algo; somos testigos de una purga diluviana que tampoco ha podido ser retratada por los lacayos cognitivos de nuestra élite. A estas alturas «Primera Línea», y su guerra de trincheras, es profundamente vitriólica en sus códigos, ¡Va la mecha¡ Y a viva voz ¡mecha, mecha, mecha¡ A veces los jóvenes (y no tan jóvenes) de la «primera línea» bajo el gesto de la impotencia infinita largan la «molotov» al cielo y la multitud fortalece su comunión en medio de un «tiro bien logrado». Y de atrás los piqueteros en el movimiento de calle, ayudan con metal, trozos de veredas y piedras a los troyanos del choque. Pues bien, nos preguntamos, se trata de niños SENAME como señaló algún político de derecha, o bien, anómicos (Bárbaros) en la opinión obcecada del Rector Peña. A diferencia de los desgastados «silogismos del orden», estos troyanos sin destino, son heraldos de la soledad, del abandono y el rechazo que ha sedimentado la dominante neoliberal. Aquí los sujetos de calle pueden ser los endeudados del AIEP, Los LEONES o el DUOC, pero también los hijos onerosos de la deuda universitaria, como asimismo, un tropel anarkos, pobladores, parias, e insurgentes de la barriada. Jóvenes de una rebelión que se aparta radicalmente del goce liberal-anarkizante de los universitarios del siglo XX (movimiento 2011 mediante) donde desafiar el orden policial era parte de un desgastado ritual de aquel viejo mundo que la misma calle ha venido a derogar.
Y es que «primera línea devuelve» la soberanía a la potencia plebeya. ¡Metal, grito y explosión¡ es la excepcionalidad del momento contra el «inodoro institucional» que ha generado la clase política. Aquí es cuando pobres, parias, miserables, descontados, miserables y onerosos se han encontrado desde una rabia erotizada. Y toda la prole de los «sin pan» dibujan un nosotros del ocaso en plena reyerta callejera. No debemos olvidar que nuestro movimiento derogador, entre duelos libertarios y penumbras graciosas, activó una purga sin mito, ni epopeya, que entremezcla lo popular, lo clásico (Schubertiadas) y lo agonístico contra la política representacional del pacto transicional. Por eso Víctor Jara, Los Prisioneros y Daddy Yankee. Hay un himno que acompaña la resistencia que hace la «Primera Línea» para sostener el movimiento de insurgencia en plena Plaza de La Dignidad (ex Plaza Italia según el acto derogador). Este himno asume el triunfo en medio de una derrota posible. Y reza así, «nosotros los de primera línea, los de la calle del ocaso, un día fuimos obligados a volver a una época que no vivimos. Pero sometidos a fascismos efímeros, y de insoportable dolor, hemos sido condenados a existir en un tiempo que no nos quiso cobijar, y luego regresamos errantes a reconstruir un futuro que nadie quiso recordar. ¡Nosotros, hijos de un tiempo bastardo¡ no tuvimos el privilegio de exigirle a la época ningún destino». Y así, en plena revuelta, la «primera línea» de calle, con sus vértigos y osadías troyanas, con su optimismo lúgubre, solo espera los efectos de una tormenta que debería arrasar con todo Sodoma. Una ciudad con tanto horror no puede ser administrada con tecnologías. Todo debería ser incinerado.
En nuestro caso, «primera línea», más allá de la mística de los jóvenes escuderos, es la consciencia de una comunidad («una insurgencia sin destino contra la ceguera del capital «) que de ninguna otra manera podría tener consciencia de sí misma. «Primera línea» es cancelar temporalmente el tiempo de la deshonra y restituir «rafágas de vida». El movimiento migra como la desobediencia súbita de una lejanía disconforme que sin embargo no reclama inscripción en el actual orden hegemónico. La belleza de la revuelta es similar a un cadáver danzando sobre su propio abismo. Cabe agradecer a los sujetos del nomadismo, a la insurgencia polisémica y a su tenacidad, la restitución temporal de los lenguajes de la disidencia que han derogado los cerrojos de una visualidad managerial y toda la precarización de la creatividad. Esa fue la «honorable» tarea de parlamentarización (bancada estudiantil) del año 2011. Hoy, en cambio, las relaciones entre calle y hegemonía se encuentran dislocadas junto a la difunta gobernabilidad. Y es que a sabiendas del castigo que reparte el vocabulario de una dominación pederasta, la «primera línea» (más allá del grupo de choque) se resta al programa de impunidad que los relatos visuales de la transición instruyeron durante tres décadas. El movimiento también interpela a los militantes de la negación. A esa zona muda y afásica de consumidores molestos con la modernización neoliberal y que prefieren ser voyeristas de su propia inorganicidad.
En un orden siniestrado, el movimiento de calle y la resistencia de «primera línea» nos viene a enseñar que quizá no moriremos como «parias» y que el tiempo del conformismo transicional ha sido cómplice de una hegemonía corrompida. Por eso la máxima de los muchachos rebeldes, con su optimismo lúgubre, nos sugiere algo así como una comunión de calle que está disputando un tiempo irremediablemente inaferrable e irrefrenable». Con todo, pese al vigor fundamental de la defensa de trincheras, enfrentamos el destino abismante de la calle neoliberal.