Buenos Aires: tiene ese, qué se yo, ¿viste?
No está para comprar barato, pero sí para disfrutarlo. En estos días, la capital argentina presenta buen clima y un cielo azul, mejores cortes a la parrilla, calidad en vinos y el tango, para que el volver a sus callecitas siempre sea una experiencia placentera, sin penas y menos olvido.
Por Francisco Martorell (en Buenos Aires)
Medio kilo u ochocientos gramos de un bife de chorizo pareciera mucho. Pero, deja de serlo cuando la carne es argentina y la parrilla fue operada por un experto. Igual que la pizza, aunque sea de “dorapa” y al paso, en plena calle Corrientes, camino al legendario restaurant Pippo, que de elegante no tiene nada pero sí mucho de sabor y tradición porteña. Allí huele a pesto y tuco.
Caminar por sus veredas, casi siempre rotas, puede ser un calvario para los zapatos de taco pero si se lo hace mirando hacia arriba, es un agrado a la vista, especialmente en Avenida de Mayo, donde la arquitectura a derecha e izquierda muestra lo mejor de la influencia del viejo continente en la más europea de la capitales latinoamericanas. Imperdible, entonces, caminarla entera como dar una vuelta por la zona de los lagos, los bosques de Palermo, la avenida Libertador o girar en redondo por el monumento a los españoles.
También llegar hasta la calle Lafinur y dos cuadras antes de toparse con la reja del jardín Botánico, visitar el Museo Evita, una casa donde funcionó un albergue para madres solteras que llegaban a Buenos Aires en la década del 40 y que hoy permite entrar en la intimidad de la reina de los descamisados, escuchar sus discurso y logros, conocer sus vestidos y entender por qué a los 33 años, edad a la que murió, la esposa del entonces presidente Perón concitó tanto amor y tanto odio, hasta el punto que al enfermarse alguien escribió en una pared: “¡viva el cáncer!”.
La avenida Santa Fe, sigue siendo caminable, entre el Botánico y Callao, hasta llegar a la librería El Ateneo, lugar donde los textos no se venden, se exponen tal museo, porque la majestuosidad del lugar lo impone. Bueno es tomarse un café ahí y mirar a la gente leyendo, con pausa, sin que nadie apure. Libros y música, sigue siendo más barato que en Chile. Igual que los remedios.
Luego del Ateneo, doblar por Callao y cruzar la avenida Córdoba, antes virar a la derecha y darle un vistazo por fuera y entrar si hay tiempo al llamado edificio de Obras Sanitarias, hoy conocido como El Palacio de Aguas Corrientes, uno de los más exuberantes de Buenos Aires, que alberga un museo, en cuya fachada destacan las piezas de cerámica policromada y los abundantes ornamentos. Más allá, la zona de la facultades de la Universidad de Buenos Aires, hacia el otro lado, el centro, donde uno no puede perderse la Plaza San Martín y el palacio de la cancillería. Tampoco bajar hasta la zona de los terminales de trenes y visitar la hoy ex Torre de los ingleses, un Big Ben porteño que se mira a la cara, cruzando la avenida, con el homenaje a los soldados caídos en Malvinas en 1982. Si lo suyo es observar desde lo alto, hágase el huésped e ingrese al Sheraton, suba por el ascensor hasta el piso 24 y contemple la capital. Le sorprenderá lo inmenso del Río de la Plata y la cantidad de vías férreas que salen desde esa zona hacia las localidades de la provincia de Buenos Aires. Es como mirar la ciudad “desde el nido de un gorrión”, diría Horacio Ferrer.
Puede volver por el camino andado y recorrer la concurrida calle Florida, tomarse algún café por ahí o buscar otro derrotero. Los senderos son muchos. Por el bajo, entrar al Buenos Aires más top, algo de Puerto Madero y la zona de las torres, uno de los 48 barrios porteños y donde destacan la vista al río, el Puente de la Mujer y el Monumento a Juan Manuel Fangio, escultura en bronce de 3 toneladas del artista español Joaquín Ros Sebaté, que lo muestra junto al Flecha de Plata: un Mercedes Benz de carrera modelo W196.
Si es domingo y salió temprano, tómese algún colectivo (micro) que vaya por lo que los porteños llaman el bajo y pídale al chofer que le avise en la avenida Independencia. En el trayecto pasará por detrás de la Casa Rosada y antes, a su izquierda, podrá ver el ex edificio del Correo, donde hoy funciona el recientemente inaugurado Centro Cultural Kirchner, un espacio para artes plásticas, espectáculos musicales y exposiciones, el más importante en tamaño de América y el tercero a nivel mundial.
Ya en Independencia, suba y en el número 299 se encontrará con El Viejo Almacén, tradicional tanguería ubicada en San Telmo, fundada el 9 de mayo de 1969 por el cantante Edmundo Rivero. Luego siga unas cuadras y relájese recorriendo la gran feria de antigüedades del barrio, disfrute de algún espectáculo callejero y adquiera, si le gustan, uno de los tantos productos típicos del Buenos Aires de antaño. Un sifón de color, con cabeza de plomo, puede conseguirlo en 30 dólares.
Si lo suyo es caminar, hágalo y conozca Buenos Aires de esa forma. Si no lo es tanto y quiere ahorrar, no olvide, apenas llegue, comprar su tarjeta SUBE (dos dólares) que le permitirá andar en Subte y utilizar el sistema de transporte de superficie a mitad de precio. No descarte los taxis, la mayoría con gas natural, cuyo precio es bastante conveniente para el bolsillo nacional. Sobre todo cuando se va con dólares y se los cambia al precio Blue, seis pesos por encima del oficial, en las llamadas ventanas, tiendas especialmente acondicionadas para la compra y venta de moneda extranjera. Si es más valiente, puede hacerlo con los “arbolitos”, que generalmente se ubican en la zona céntrica. Le recomendamos lo primero. Como también no llevar pesos chilenos y menos pagar con tarjeta, al regreso se encontrará con la desagradable sorpresa que el bife de chorizo que comió pensando que le costaba nueve dólares, en realidad fue de 15, al convertir su banco lo pagado a la divisa estadounidense.
Un taxi desde San Telmo hasta la Plaza de Mayo, siguiendo con el recorrido, no debería costarle más de 3 dólares. Ahí se encontrará, nuevamente, con la Casa de Gobierno, la Catedral, el viejo Cabildo y la Intendencia. Como ya visitó Avenida de Mayo, tome la diagonal hasta el Obelisco y, antes de cruzar la arteria más ancha del mundo, contémplela. Verá, entonces, un gran edificio, donde funciona el ministerio de Obras Públicas y que luce en sus fachadas norte y sur dos murales gigantes de Eva Perón, una de la líder sonriente y otra de la combativa, hablándole al pueblo. Las imágenes cubren un área de 31×24 metros y están construidas en acero. De noche, por la iluminación, destaca muy bien. Al igual que el Teatro Colón, completamente remozado y brillante.
Ambas cosas puede verlas después de asistir, si lo suyo es el tango, a uno de los espectáculos más imponentes que ofrece la capital argentina para turistas y nacionales. En diagonal al Obelisco se encuentra el ex cine Metro (Cerrito 570), creado por la Metro Goldwyng Meyer en 1946 y preparado para recibir a más de 2 mil personas. Hoy, en ese mismo lugar y con el estilo decó de la época de oro, puede disfrutar de un show espectacular en Tango Porteño: clases, cena, baile y música de primera. Usted elige qué quiere hacer. Nosotros le recomendamos que lo haga todo: llegue a las 19.30, tome una clase de tango, luego cene y, alrededor de las 10 de la noche, déjese llevar por un recorrido en el tiempo por esos gloriosos años cuando se respiraba y disfrutaba tango en todos los rincones de la ciudad. Una orquesta magistral, cantantes que transpiran letras de Gardel y Le Pera, más un grupo de bailarines de antología, dotan al espectáculo de una tradición universal y que se asemeja al Buenos Aires de siempre, no al que se monta para el turista.
Como la noche en la capital porteña es larga o no termina, le quedará tiempo para visitar librerías que no duermen, tomarse un café en alguno de los tradicionales de la avenida Corrientes o simplemente recorrer la ciudad de noche.
Al día siguiente y si hay tiempo, haga otras mil cosas: compre facturas, vaya a la Recoleta, tome un café en La Biela y contemple el centenario Ombú de la plaza San Martín de Tours, visite el Palacio Barolo, cómase una milanesa a la napolitana, pida un choripán al paso, recorra el delta del Tigre y dé un paseo en lancha, conozca la Isla Martín García, acérquese a la calle Caminito en La Boca y deslúmbrese con el museo de Quinquela Martín…
Claro, para todo ello, tendría que quedarse a vivir en Buenos Aires o volver, rápido, para que no haya penas ni olvido. Porque los 48 barrios porteños y sus callecitas tienen ese, que se yo, ¿viste?