Francisco Lozano: Crisis de identidad en la vieja España (I) «La Tormenta»

Nada de lo que ocurre en Catalunya se puede explicar sin ligarlo con la pérdida de expectativas que la clase media sufrió tras el estallido de nuestra doble tormenta perfecta doméstica (financiera y económica) y su gestión a base de duros recortes durante la fase (no finalizada) de espartana dieta de adelgazamiento impuesta desde el corazón de Europa.

Por Francisco J. Lozano*

Hace algo más de un siglo que quienes habitamos la mayor parte de ese apéndice meridional de la ancestral Europa que es España no logramos reconciliarnos con nosotros mismos. De ello dieron sabia cuenta los pensadores de nuestra Generación del 98 (la del ocaso de lo terrenal y el hondo dolor existencial en lo espiritual), de ello dio trágica cuenta nuestra fratricida guerra civil, de ello damos aún hoy humilde cuenta quienes contemplamos, a veces con rabia, pero en general con resignada frustración, la encrucijada social, más que política, en la que nuestro país se halla inmersa.

De esa encrucijada, que tuvo un prometedor momento de catarsis colectiva en los hechos del 2011, cuando parte de la ciudadanía ocupó las plazas públicas para hacerse las preguntas correctas, las de fondo, se ha apropiado (para algunos, oportunamente) el actual conflicto catalán, cuyo renovado brillo mediático ha logrado sumir en la sombra los problemas estructurales de los que toda la sociedad española, incluida la catalana, adolece desde la década de subidón de autoestima que precedió al correctivo económico del 2008.

Por más que muchos defensores intelectuales de la causa independentista catalana lo quieran obviar o minimizar, nada de lo que ahora está ocurriendo en Catalunya se puede explicar completamente sin ligarlo con la pérdida de expectativas que la clase media de todos los rincones de las Españas sufrió de manera inesperada tras el estallido de nuestra doble tormenta perfecta doméstica (la financiera y la económica) y su gestión a base de duros recortes durante la fase (no finalizada) de espartana dieta de adelgazamiento impuesta desde el corazón de Europa. Allí se rompió una confianza ciega en el futuro de prosperidad que habían prometido las clases dirigentes y que parecía avalado por las historias de éxito de nuestras cajas de ahorro, bancos y empresas señeras. La sociedad española se despertó de una larga borrachera de alegre crecimiento (financiado con dinero barato, pero ajeno) en la que todo el que pudo participó, de manera consciente o por imitación. Todo ello corregido y aumentado por la manera ineficiente (en algunos casos simple y llanamente corrupta) con que muchos gestores de la cosa pública, en todos los niveles del Estado, administraron el bien común, sobre todo en las autonomías con baja rotación política y trenzadas con tupidas redes de clientelismo (treinta años seguidos de socialistas en Andalucía, veintitrés años de ‘pujolisme’ en Catalunya y los últimos veinte años de dominio ‘pepero’ en tierras valencianas y madrileñas). Y todo fue popularmente consentido (por veces admirado e incluso jaleado) y refrendado en las urnas. Cuando la burbuja mental reventó ocurrió como en cualquier tormenta. Primero cayó el rayo fulminante, que iluminó las vergüenzas por las que antes se pasaba de puntillas y sacudió los pilares del Estado del Bienestar Presente (trabajo y sueldos dignos, sanidad, educación…), y después sonó el trueno lejano y profundo, que abrió nuevas grietas en los cimientos del Estado del Bienestar Futuro (las oportunidades de los hijos y nietos, las pensiones de los próximos jubilados). Y tras el rayo y el trueno llegó una copiosa lluvia de indignación que inundó las calles del país, creciendo en espesor con cada nueva corruptela que saltaba a la luz.

La manera en que se canalizó esa indignación con sabor a estafa es lo que marcó la diferencia entre Catalunya y el resto de España, ampliando la zona de rompimiento que preexistía desde que el ala más neocentralizadora del PP aznariano empezó a soñar con homogeneizar de una vez por todas un país profundamente heterogéneo. La torpe campaña ‘pepera’ contra el nuevo Estatut de Catalunya de 2010 fue quizá el agravio necesario, pero la tormenta económica fue el catalizador del nuevo movimiento independentista al que se sumaron cientos de miles de catalanes bajo el efecto de un relato eficaz repleto de renovadas promesas de ese futuro mejor que España parecía negarles o simplemente robarles. Desde entonces hasta hoy la acumulación de errores de los dos bandos en liza ha sido directamente proporcional a la ausencia de proyectos por ambas partes. Vivimos tiempos de simples relatos y de relatos simples. Intentaré explicarlo en el próximo artículo.

*Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Barcelona. Autor del libro Por la Vía de la Regeneración (Círculo Rojo)

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.

El Periodista