Matthei revive el fantasma del golpe para blindar su liderazgo en la derecha

La candidata, sin embargo, debió retractarse respecto a que las violaciones a los derechos humanos eran inevitables tras el golpe de Pinochet.

Evelyn Matthei, exalcaldesa de Providencia y carta presidencial de Chile Vamos, remeció el escenario político al declarar que el golpe de Estado de 1973 “era necesario”, que “no había otra alternativa” y que “era inevitable que hubiesen muertos”.

La frase, evocadora del relato pinochetista más duro, generó una ola inmediata de rechazo por parte de organizaciones de derechos humanos, figuras del oficialismo y del mundo de la cultura, e incluso removió las aguas en su propia coalición.

Pero detrás de las palabras de Matthei hay algo más que convicción ideológica: hay cálculo político. En un momento en que su liderazgo en la derecha comienza a mostrar fisuras, la exalcaldesa optó por radicalizar su discurso y tensionar la memoria histórica para reafirmar su identidad ante un electorado que comienza a ser seducido por figuras aún más conservadoras, como José Antonio Kast (Partido Republicano) y el diputado Johannes Kaiser, ambos con discursos confrontacionales, nostálgicos de la dictadura militar y con fuerte presencia en redes sociales.

Una ofensiva para marcar territorio

Las palabras de Matthei no parecen improvisadas. Llegan justo después de que el expresidente de RN, senador Francisco Chahuán, dejara en entredicho su exclusividad como candidata de Chile Vamos.

“Estamos disponibles para competir en una primaria”, dijo el parlamentario, abriendo la puerta a una disputa interna que amenaza con restarle protagonismo. Algunos analistas ven en las declaraciones de Matthei una jugada para blindarse en su flanco derecho, evitando que Kast y Kaiser sigan capitalizando el electorado más ideológico y nostálgico de la dictadura.

En ese contexto, su referencia al golpe no solo busca marcar diferencias con la izquierda, sino también desafiar a los liderazgos emergentes del mismo sector. El mensaje es claro: ella también puede hablar con dureza, sin complejos, y sin pedir permiso.

La respuesta: una condena transversal

Las reacciones no se hicieron esperar. La Coordinadora Nacional de Agrupaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos emitió una dura declaración exigiendo disculpas públicas, recordando que considerar el golpe como “necesario” es avalar la tortura, el asesinato y la desaparición forzada de miles de personas. También lo hizo el Sitio de Memoria Tres y Cuatro Álamos, que calificó sus dichos como una amenaza a la democracia.

El diputado Roberto Celedón fue tajante: “La derecha que se dice democrática y apoya a Matthei debe reflexionar. Si esa gente llega al poder, le harán un daño profundo a nuestra patria. Porque lo único que saben hacer… es dividir”.

Uno de los más contundentes fue el presidente Gabriel Boric, quien a través de su cuenta en X (antes Twitter) escribió: “El golpe de Estado en Chile no es justificable. La dictadura fue criminal e ilegítima desde el 11 de septiembre de 1973 hasta el 11 de marzo de 1990. Nada justifica los asesinatos, los desaparecidos, las torturas, el exilio. Ni el 73, 74, 83, 85, o el año que sea. Democracia siempre.”

El matiz de la tarde: un control de daños

La presión fue tal, que durante la tarde Matthei debió salir a matizar sus palabras. A través de redes sociales, acusó a la izquierda de “distorsionar groseramente” sus dichos y afirmó: “Nunca he justificado ni justificaré las violaciones a los derechos humanos”. Pero el daño ya estaba hecho. El contexto en que se pronunciaron sus palabras, sumado al peso simbólico del tema, dejó abierta la herida y encendió el debate sobre los límites del discurso en tiempos de democracia.

Qué se juega la derecha

Matthei eligió una batalla sensible y peligrosa. Si bien busca reposicionarse como la figura fuerte de su sector, capaz de enfrentar sin ambigüedades al progresismo, también corre el riesgo de alienar a sectores moderados de su coalición, e incluso a votantes de centroderecha que ven con distancia cualquier relativización del golpe y sus consecuencias.

En la práctica, lo ocurrido revela una disputa más amplia: la derecha chilena aún no resuelve su relación con el pasado autoritario ni logra consolidar una narrativa democrática clara. Y en ese vacío, el oportunismo político puede transformarse en combustible para discursos que dividen, tensionan y reabren heridas aún frescas.

Matthei jugó una carta arriesgada. Tal vez logre aplacar a Kast y contener a Kaiser por un tiempo. Pero también ha encendido una alarma en quienes temen que, con tal de ganar votos, se reescriba la historia y se trivialicen los crímenes de un periodo que causó dolor a millones de chilenos y chilenas.

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