La admiración y el legado de Francisco Dittborn

Por Francisco Martorell Cammarella, director El Periodista.

Siempre me ha costado usar la palabra admirable para referirme a alguien. No digo que no admire trabajos, obras, quehaceres. Pero los seres humanos somos tan complejos, que admirar a alguien en su totalidad me resulta difícil. En el periodismo, además, se conocen tanto las grandes obras como los problemas, las luces y las sombras de las personas.

Ayer, sin embargo, conocí a alguien admirable. Se trata de Francisco Dittborn, el creador y gestor del Museo Taller, ubicado en la calle Compañía de Jesús 2784, en pleno barrio Yungay.

En 2010, a Francisco le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad neurodegenerativa que afecta progresivamente las funciones motoras. Aunque la ELA suele tener una sobrevida promedio de escasos años, Francisco padece una variante de progresión más lenta, lo que le ha permitido continuar con sus proyectos y pasiones durante más tiempo.

Un hombre que, pese a la enfermedad que lo aqueja, está realizando una obra maravillosa, perdurable, con sentido y una dedicación conmovedora.

Cuando lo felicité y le agradecí por el espacio que estaba entregando a la ciudad, me respondió a través de su tablet: “El más feliz soy yo”.

Esa frase, sencilla pero profunda, resume una actitud que a muchos nos cuesta mantener: la alegría en medio de la adversidad. Durante nuestra conversación, Francisco se mostró siempre atento a lo que le contaba o preguntaba. Tenía una sonrisa constante, un gesto de placer genuino, de humildad auténtica.

El Museo Taller, que fundó en 2015, es un espacio que rinde homenaje a los oficios tradicionales. Inicialmente centrado en la carpintería, exhibe más de 800 herramientas antiguas y recrea un taller de principios del siglo XX. Con el tiempo, se ha ampliado para incluir áreas dedicadas a la imprenta, los textiles y las cerámicas. También alberga un bosque esclerófilo con 700 árboles de 42 especies distintas, y un galpón de 100 años de antigüedad, trasladado desde Estación Central.

Francisco Dittborn nos enseña que se puede hacer, que se puede ser feliz, incluso cuando el cuerpo pone obstáculos. Nos recuerda que nunca el tiempo es tan escaso como para dejar de pensar en los demás.

El Museo Taller es su obra, sí, pero también su sacrificio, su legado. Una huella del bien en medio de una época en que nos repiten que todo es imposible.

Y por primera vez, sin dudas ni reservas, uso la palabra: admirable.

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