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George Harris: simplemente FOME
La explicación más simple de un fenómeno, siempre es la más probable (Ockham).
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Según la RAE, Fome: chilenismo (adjetivo): aburrido, sin gracia.
(Por Michael Kings*)
Luego del rotundo fracaso del humorista venezolano George Harris en la noche inaugural del LXIV Festival de Viña del Mar, han surgido las más absurdas explicaciones sobre el fenómeno, copando la agenda de medios desde la noche del 23 de febrero. Ante esta situación, me vi en la necesidad de descongelar la crítica festivalera -pensé que podía resistir el paso de este show sin mirar la pantalla- para decir claramente lo que la mayoría de los presentes sintió, pero que, por alguna razón, les apena decirlo.
Mientras los grandes analistas de matinales y los reporteros ocasionales intentan encontrar indicios de xenofobia como reflejo de una sociedad que exhibe una suerte de socio patología derivada -quizás- de procesos sociales inconclusos que redefinen la identidad del país en función de su interacción con el forastero, la explicación es mucho más simple y carente de eufemismos, aplicando la navaja filosófica: la rutina que presentó George Harris -de oficio comediante- en el escenario más importante de Chile fue FOME. Sí, FOME, así de sencillo.
Harris debutó en el país en septiembre de 2024, participando en un show en el Movistar Arena donde Felipe Avello ofició como acto de apertura y cuyo público principal eran sus compatriotas residentes en Chile. Rápidamente, comenzó a ser recuperado por los medios debido a ciertas rutinas en las que se burlaba de la política nacional y de parte de la historia del país, específicamente del presidente de la República y otras figuras históricas de izquierda. Con «20 años de experiencia» y ya confirmado para el Festival de Viña, Harris no anticipó que esas aguas que revolvía con tanta facilidad para sus seguidores en redes sociales se convertirían en un «Tu-sunami» (sí, es un chiste) del cual no escaparía ileso.
Obviamente (sin indirectas), esto debió despertar el interés de uno de los grandes titiriteros de la televisión chilena: el inigualable Álex Hernández, director del Festival y rey Midas de la entretención a toda costa, creador -y amo absoluto- de programas como Mekano o Yingo. Sumar 2+2 fue sencillo para él: un completo desconocido, que habla mal del país y es venezolano. ¿Qué podía salir mal? ¡Todo, por supuesto! La carnada estaba lista, solo había que esperar.
No le compro al señor Hernández el argumento de que «no la vio venir», que escuchó la rutina y le pareció buena. No. Primero, porque no era buena: intentó desarrollar cuatro historias, todas obvias y sin remate -extraño para alguien con «20 años de experiencia»-. Segundo, porque su forma de hacer televisión se ha basado históricamente en utilizar los recursos humanos como piñatas. No había infiltrados, ni chilenos ni venezolanos, la expresión fue el producto de un trabajo de anticipación, donde la “pifiadera” (o la pitadera como mencionaba el mismo Harris) se orquestó meses antes cuando inteligentemente se contrató y se presentó en sociedad la peor imagen del sujeto que sería sacrificado más tarde.
Lamentablemente, la imagen de los venezolanos en Chile genera ciertas suspicacias debido al gran choque cultural que ha supuesto su inserción social y el manejo político que algunos representantes han hecho de su permanencia. Por ello, era obvio que mover esa «jaula» iba a provocar inevitablemente un incesante cacareo mediático que nos tendría, antes, durante e incluso después del Festival, hablando del bochorno en cuestión y confundiendo la torpeza con la patria, que al cabo de un rato es lo mismo. ¡No hay publicidad mala!
Harris, en su calidad de adulto, aceptó gustoso enfrentar al «monstruo» de Viña del Mar en medio de la polémica. ¿Fue «engañado para Chillán»? No lo sabemos, pero si realmente tenía «20 años de experiencia», estos no aparecieron por ningún lado. Durante su presentación fue socorrido en un par de oportunidades por los animadores, hándicap que no tuvieron otros humoristas en apuros, en parte porque su salida prematura aceleraba el orden de los números que venían a continuación, así como también para honrar el contrato que lo obliga a superar cierto espacio de tiempo en la señal televisiva. Y, sin embargo, nada de eso sirvió. Además del pésimo libreto -si es que existió- que lo llevó a pelearse con el público e incluso insultarlo de forma soez, quedó en evidencia su incapacidad para adaptar su humor a un escenario internacional. Llamémoslo humor pijama (solo funciona en casa): FOME.
Es fácil ser un «humorista de diáspora» y no hay nada de malo en eso. La gente se emociona al ver a alguien que viene de su tierra, que habla como ellos, que canta sus mismas canciones y que piensa parecido. Ese sesgo de familiaridad siempre generará las más grandes y honestas carcajadas. Pero eso no es humor, es un gesto patriotero. De seguro, si Ricardo Meruane -«¡Yo tengo un nóctulo!»- hubiese viajado a alguna colonia de chilenos en el extranjero tras su fracaso en Viña 2016, habría cosechado aplausos a rabiar por el mismo efecto. La gente quiere saber de su país, de sus costumbres y estos personajes operan como graciosos embajadores mediáticos.
No es la política, no es Boric ni Allende, no es el miedo al extranjero, no es la supuesta falta de preparación de una audiencia a la que «le quedó grande» el humor intelectual del instruido Mr. Harris. El problema fue su mal manejo mediático, muy bien aprovechado por la dirección del Festival para convertir ese ruido pobre en un rating de 38 puntos, apenas por debajo de Marc Anthony. Para un perfecto desconocido, es un número excelente. Y de paso, darle de comer al ya moribundo «monstruo» de Viña.
*Periodista.