Edmundo González no puede terminar como  el rehén de Maduro

Por Christian Slater E., coronel (R) del Ejército de Chile.

El 10 de enero marcará un momento histórico en Venezuela, pero también será un día que quedará registrado como una oportunidad perdida por parte de la comunidad internacional. Edmundo González, legítimo presidente electo de Venezuela, intentará asumir su cargo en un contexto de represión, fraude y violencia institucional. Sin embargo, los líderes políticos de la región y del mundo, aquellos que con palabras han respaldado la democracia venezolana, han fallado en convertir sus declaraciones en acciones disruptivas que podrían haber cambiado el curso de la historia.

¿Por qué no vimos a los presidentes de Sudamérica aterrizar juntos en Caracas en un mismo avión, enviando un mensaje ensordecedor de unidad y respaldo a González? ¿Por qué no estuvieron a bordo líderes mundiales como el secretario general de la ONU o el Papa Francisco, figuras con la autoridad moral y política para evitar una escalada violenta? Un acto de esta magnitud, jamás ideado por una inteligencia artificial, habría sido un jaque mate político para Maduro, neutralizando cualquier intento de represión y asegurando una transición pacífica. Pero ese vuelo nunca despegó.

¿Es que acaso preferimos seguir permitiendo guerras, revoluciones y sangrientos enfrentamientos internos que arrasan con miles de vidas inocentes? ¿Qué tan cómodo es para los líderes del mundo condenar la violencia desde la seguridad de sus despachos mientras familias enteras son destruidas por su inacción? ¿Hasta cuándo vamos a seguir normalizando la pasividad frente a la tiranía?

Llama la atención que, siendo católicos y respetuosos de nuestra fe, recordemos que Jesucristo, joven, sano y sin riquezas, lideró con valentía y sacrificio la salvación del mundo. Contrasta profundamente con los Papas, quienes, bien alimentados, rodeados de joyas y riquezas, y con largas vidas aseguradas, parecen carecer de la capacidad de liderar iniciativas transformadoras como las planteadas. ¿Dónde está el liderazgo moral que tanto predican? Un Papa debería estar dispuesto a arriesgarlo todo, incluso su vida, por las causas que dice defender. El ejemplo de Jesucristo no debería ser solo un discurso, sino una guía para la acción.

Los líderes políticos que hoy permanecen cómodos en sus despachos deben entender que la paz y la democracia no se construyen con comunicados de prensa. Se necesita coraje, creatividad y disposición a asumir riesgos. El Papa Francisco, por ejemplo, con su avanzada edad y frágil salud, podría demostrar que el liderazgo moral no tiene miedo al sacrificio. Un acto valiente en Venezuela, o incluso en Ucrania, sería un legado que resonaría durante generaciones.

Dejemos el «guante lanzado» a los líderes del presente y del futuro: no esperemos a que sea demasiado tarde. Si no actuamos con verdadera determinación, si seguimos permitiendo que los inocentes paguen el precio de nuestra apatía, estaremos condenados a repetir los errores del pasado. El 10 de enero pudo haber sido el día en que el mundo mostró su verdadera fuerza moral. En cambio, será un recordatorio de lo que no se hizo, de lo que pudo haber sido y no fue.

Pero esta oportunidad perdida no tiene por qué ser definitiva. ¿Qué impide a los líderes del mundo levantarse ahora y organizar ese vuelo para garantizar una transición pacífica en Venezuela? ¿Dónde están las voces que claman por la justicia y la libertad? La historia aún puede reescribirse si aprendemos de nuestros errores y planeamos acciones disruptivas que dejen claro que la democracia no se negocia, que la libertad no tiene precio, y que la paz es posible si actuamos con valentía.

La pregunta no es si podemos hacer algo, sino si estamos dispuestos a hacerlo. El futuro nos juzgará, y la respuesta, esta vez, debe ser un rotundo sí.

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El Periodista