La dictadura de lo mediocre: Chile inmerso en la sociedad del sándwich de jamón y queso
Por Francisco Martorell Cammarella, director de El Periodista.
En un mundo cada vez más dominado por lo «políticamente correcto» y lo funcional, Chile no ha escapado a la dictadura de la mediocridad, un sistema que, como explica Alain Deneault en Mediocracia, parece diseñado para premiar la conformidad y castigar el pensamiento crítico.
Si reflexionamos un momento, veremos cómo esta «mediocracia» nos rodea, desde las decisiones gubernamentales hasta la oferta cultural o las estructuras corporativas. Y no hablo solo de las autoridades actuales, también de las pasadas y muy seguramente de las que vengan.
Pensemos en el sándwich de jamón y queso, nos invita a reflexionar un reciente artículo publicado en el diario El Mundo de España y que me instó a escribir está columna. Dice que esa metáfora (habla de ese pan de molde mixto), es muy acertada para describir nuestro tiempo. ¿Es malo? No. ¿Es excelente? Tampoco. Es simplemente «del montón». Y así se han configurado muchos ámbitos de nuestra sociedad: lo suficiente para cumplir, pero nunca para destacar.
En Chile, esto es evidente en la política. Los discursos vacíos y las promesas sin sustancia se han vuelto el pan de cada día. La gestión se ha reducido a un ejercicio de administración de crisis pasadas, sin espacio para propuestas disruptivas o visionarias. Lo que Deneault llama «el extremo centro» se consolida aquí como la norma, una zona gris donde desaparece el debate y reina el consenso tibio. Y que además lleva al inmovilismo.
Pero esta mediocridad no es exclusiva de nuestros líderes y bien lo prueba el artículo de El Mundo y las noticias internacionales; es un reflejo de una sociedad que ha aprendido a aceptar la rutina y el mínimo esfuerzo como estándar. El sistema educativo chileno, por ejemplo, está diseñado para mantener a los estudiantes en la media, desincentivando tanto la incompetencia como la excelencia. Los medios de comunicación, por su parte, optan por lo rentable en lugar de lo relevante, priorizando clics y titulares fáciles sobre investigaciones profundas.
Esto no es casualidad. Según Deneault, la mediocracia se basa en un modelo que estandariza y empaqueta a las personas como «recursos humanos», priorizando la eficiencia sobre la creatividad. En Chile, esto se traduce en una fuerza laboral que trabaja para sobrevivir, no para innovar. En las empresas, se recompensa al trabajador «obediente» antes que al que cuestiona o busca mejorar procesos. El resultado es un círculo vicioso: los mediocres ascienden y, desde arriba, perpetúan el sistema.
Sin embargo, no todo está perdido. Como bien señala Daniel Innerarity en el citado artículo de El Mundo, la solución no está en buscar líderes más brillantes, sino en elevar el promedio de nuestra sociedad. Esto implica una apuesta seria por la educación, la cultura y el pensamiento crítico. Necesitamos fomentar una ciudadanía que cuestione, que debata, que rechace el conformismo.
En un país como el nuestro, con una historia de grandes pensadores, artistas y movimientos sociales transformadores, aceptar la mediocridad es un lujo que no podemos darnos. Recuperemos el orgullo por el trabajo bien hecho y la valentía para incomodar al sistema. Chile necesita más que un sándwich de jamón y queso; merece un banquete de ideas y aspiraciones.
Porque la alternativa, como advierte Deneault, es la «grisura». Y los chilenos sabemos bien que la pasión, el ingenio y el coraje siempre han sido nuestros mejores ingredientes.