No hay aprendizajes cognitivos sin emociones

Por Marcelo Trivelli, presidente Fundación Semilla.

 

Murió Julio Cartagena Dinamarca a la edad de 76 años. Un profesor desconocido para la mayoría de nosotros, pero inmensamente valorado por sus estudiantes y colegas.

Esta noticia me fue comunicada por un amigo profesor que trabajó bajo su dirección en el Liceo Manuel Barros Borgoño.

El sentimiento de pérdida y afecto que demostraba mi amigo, me hizo investigar sobre su vida. Solo accedí a fragmentos de ella, pero todas dan cuenta de un profesor que tuvo pasión por la educación y por sus estudiantes: “Don Julio creía que las personas tenían el potencial de siempre ser mejores sobre todo si lo hacíamos juntos”, “excelente profesor y mejor persona”.

Julio Cartagena Dinamarca encarna lo mejor de la educación y su compromiso con la educación pública que lo llevó desde ser Profesor Jefe y de Aula en la Escuela 401 de la comuna de Pudahuel, Profesor y Directivo del Colegio Francisco de Borja Echeverría, Director del Liceo Manuel Barros Borgoño y hasta sus últimos días como Director del Liceo de Adultos Estación Central.

La muerte de este profesor nos hace volver a la pregunta, ¿cuál es la esencia de la educación? Ayuda en la reflexión preguntarse también ¿cuáles son los factores que hacen que recordemos a algunos docentes como buenos, malos o simplemente no los recordemos?

Podemos encontrar algunas claves en Gabriela Mistral, para quien educar era un acto de amor y la veía no solo como un proceso académico, sino como una labor profundamente humana y transformadora, una educación que formara seres humanos completos, no únicamente transmisores de conocimientos técnicos: “Instruir sin educar forma técnicos sin alma”.

Gabriela Mistral era una defensora ferviente de la educación pública como un derecho esencial que debía llegar a todos, especialmente a los más vulnerables: «ser guía y protector de las almas jóvenes». La escuela debía ser un espacio donde se reconociera y respetara la dignidad de cada niño, sin importar su origen o condición social trabajando con empatía, compromiso y respeto hacia las necesidades y sueños de los estudiantes.

La educación requiere un involucramiento emocional por razones éticas y prácticas. Éticas porque el objetivo es formar personas y adquieran conocimientos y habilidades, y prácticas, porque sin emociones no hay aprendizaje. Mientras mayor la vulnerabilidad, mayor necesidad de educar con empatía, afecto, alegría, optimismo, compromiso, respeto, inclusión, etc.

Hoy sabemos, a través de estudios neurocientíficos, que el aprendizaje cognitivo va de la mano de las emociones ya que estas últimas influyen en la atención, la memoria, la motivación y la regulación de conductas. Por ello, el ejemplo de Julio Cartagena Dinamarca, no solo debemos verlo como una vida excepcional, sino que como un modelo en que los entornos de aprendizaje y las metodologías educativas consideren tanto los aspectos racionales como emocionales para fomentar una experiencia de aprendizaje completa y significativa.

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El Periodista