Ayer falleció Abel Alonso Sopelana. Una triste noticia para iniciar septiembre. Más allá de la pena que nos produce su partida, quisiera aprovechar esta tribuna para rendir un sentido homenaje a un gran emprendedor, empresario, dirigente del fútbol, pero sobre todo un tremendo ser humano y mejor amigo.
Conocí a Abel a fines del 89. Trabajando para Radio Chilena, quisimos hacerle una entrevista en profundidad cuando decidió volver a tomar el mando de la ANFP tras el escandalo del Cóndor Rojas en el Maracaná del que justamente mañana 3 de Septiembre se cumple un nuevo aniversario.
Me citó en su oficina en la fabrica de calzados Gino, entonces en Emilio Vaise (Ñuñoa) y, entre puro y puro, me fue contando cada historia que me dejó impresionado. Tal vez porque me vió cabro (yo tenía entonces 27 años), no me habló solo de futbol, sino de su vida. De cómo había llegado a Chile, de sus primeras andanzas en la industria de los zapatos, del esfuerzo, la constancia y la pasión que había que poner en cada una de las cosas que uno hacía. Por supuesto hablamos del desafío tremendo que se le venía por delante a la recién llegada dirigencia del fútbol chileno. En esa época guardábamos las entrevistas en casetes (si, se me cayó el carnet!), y recuerdo que escuché más de una vez esa conversación, que más que una entrevista radial fue lo más parecido a una conversación entre un padre y un hijo.
En fin, hicimos “clic” en esa reunión que debe haber durado un par de horas (lo que sacamos al aire debe haber sido no más de diez minutos), y nació una amistad que se mantuvo en el tiempo y de la cual hoy quiero agradecer, rodeada de enseñanzas y de buenas conversas junto a muy buenas comidas, buen vino (hasta compartimos alguna vez un puro), y largas conversaciones de fútbol y de política -aspecto en el por supuesto no estábamos de acuerdo- y entretenidos viajes.
Al poco tiempo me invitó a colaborar con la ANFP como Secretario General del Comité Organizador de la Copa América Chile 1991, que tenía por objeto demostrarle al mundo y especialmente a los dirigentes de FIFA que los responsables de la tragedia del Maracaná, eran solo un grupo de jugadores y no la Federación de Fútbol de Chile, ni menos una afición deportiva que vibra con el espectáculo del futbol y que tuvo un comportamiento ejemplar durante ese torneo en que se repletaron los estadios y Chile volvió a mostrar su capacidad organizativa, tantas veces demostrada y cuya más reciente expresión la tenemos en la impecable organización de los Juegos Panamericanos del año recién pasado.
Para esa oportunidad, Abel, con su habilidad y astucia, conformó un Comité Organizador Local de lujo, presidido por el gran René Reyes (sí; ya se habrán encontrado allá arriba y seguirán discutiendo de política), y en el que tuvimos el honor de participar desde Harold Mayne Nichols, hasta el entonces Senador Sebastián Piñera, mezclando un grupo de tremendos profesionales que realizó una brillante organización de un torneo que restauró la imagen de Chile y que dejó beneficios en las arcas de los clubes de la Federación de Fútbol de Chile.
Terminado el torneo, Abel convino con el entonces Presidente de la FIFA, Joao Havelange, que la Federación pudiera apelar al castigo impuesto que significaba que Chile no podía participar en las Eliminatorias del mundial de Estados Unidos 1994 y nos pidió a Harold y a mí que fuéramos a Montecatini a entregarle el documento que había sido redactado por René Reyes.
El resultado de la apelación ya lo conocen (el desarrollo de esa reunión da para una crónica aparte). Abel, nunca perdonó lo que consideró una afrenta para el país, y más tarde declinó su participación en las diferentes instancias del máximo ente rector del futbol mundial, al que fue reiteradamente invitado -creo- en un intento de compensación y de resarcirse del mal causado, muy propio de Havelange y de la dirigencia de la época, practica que Abel detestaba.
De su bonhomía y buen hacer pueden dar cuenta su esposa, su numerosa familia, sus empleados y colaboradores, y cientos de dirigentes, técnicos, jugadores y aficionados de su querida Unión Española (a la que llevó incluso a disputar la final de la Copa Libertadores), y del fútbol chileno en general (ayudó a muchos clubes por el desarrollo de un mejor campeonato, como por ejemplo a nuestra querida U, cuando accedió a que Arturo Salah pudiera dirigir simultáneamente a la selección chilena y al equipo azul (en lo que fue el inicio del regreso al título de los azules después de 25 años en 1994).
Con Violeta doy gracias a la vida que me regaló la amistad de Abel y el privilegio de viajar varias veces con él. No me quiero alargar, pero viajar con este español llegado a Chile en la década de los 50 era un poema. Recuerdo especialmente aquel viaje a Huelva en 1992, en que Chile ganó el trofeo Colombino en ese año tan significativo en que se conmemoraban los 500 años de la llegada de Colón a América. Al término del torneo, Abel nos invitó a un grupo de amigos a su querido Somorrostro y nos mostró con alegría y orgullo su pueblo, sus familiares de tierras vascas, el txoco, los bares y -como no- la buena mesa y los buenos vinos de su querida España.
Nos deja un grande y lo recordamos con cariño y gratitud eterna. Nuestras condolencias a su querida Aintzane y familia. Hasta siempre querido amigo. ¡Vuela alto y descansa en paz!