Un juramento de honor

Por Christian Slater Escanilla, coronel (R) del Ejército de Chile.

En el remoto poblado de La Concepción, entre las escarpadas montañas peruanas, se libró una batalla que sellaría un legado de honor y sacrificio.

Ocurrió un 9 y 10 de julio de 1882, cuando el Capitán Ignacio Carrera Pinto, descendiente del General José Miguel Carrera, debió enfrentar una encrucijada histórica. Frente a la oferta de rendición, el joven capitán, con la determinación que solo puede surgir del profundo compromiso con su patria y su linaje, respondió con voz firme: «En la capital de Chile, en bronce, yace la estatua de mi abuelo, el prócer José Miguel Carrera. Ni el número de tropas ni las amenazas de rigor podrán doblegar mi deber y mi honor como chileno y descendiente suyo. Dios guarde a usted.»

Durante veinte horas implacables, la 4ta. Compañía del Batallón 6to. de Línea «Chacabuco» resistió un asedio desproporcionado. Casi 2 mil adversarios intentaron infructuosamente doblegar su posición estratégica. El juramento a la Bandera se convirtió en un acto de resistencia y sacrificio supremo, encarnando los valores de lealtad y devoción hacia la patria.

Este compromiso ancestral, que se remonta a los primeros días de la independencia de Chile, evolucionó con el tiempo. A través de decretos presidenciales y ajustes políticos, se formalizó como un símbolo de fidelidad no solo a la bandera y a Dios, sino también a la constitución y las leyes de la República.

En 1914, el Presidente Ramón Barros Luco impuso por Decreto un Juramento similar al actual. Más tarde, en 1933, el Presidente Arturo Alessandri Palma, preocupado por mantener la estabilidad política, modificó el juramento exigiendo fidelidad a la Constitución y las leyes.

En 1939, el Presidente Pedro Aguirre Cerda suprimió la referencia a Dios y la bandera, enfocándose en la lealtad a las autoridades políticas y estableciendo el 9 de julio como la fecha oficial de celebración.

Finalmente, en 1952, el Presidente Gabriel González Videla, con el General Guillermo Barrios Tirado como Ministro de Defensa, decidió volver al texto original de 1914, que perdura hasta nuestros días.

Un juramento que está normado por un Decreto Supremo, en cuanto a su texto y fecha de realización, pero en ningún caso, establece una obligatoriedad de rendir la vida, eso es una cuestión de compromiso, de disciplina, de reglamentación interna, de honor y de tradición exclusiva del Ethos de la Profesión Militar. Un regalo, que cada año, miles de hombres y mujeres del Ejército de Chile, oficiales, suboficiales y soldados, le hacen a la sociedad a la cual se deben y pertenecen.

Una hazaña de la cual, en la Catedral de Chile, aún se conservan, lo poco y nada que quedó de ellos después de tan sangriento y desproporcionado combate: los corazones de cuatro de sus héroes inmortales, como ejemplo de patriotismo para las futuras generaciones de jóvenes de Chile y el mundo.

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El Periodista