Madrid: bien vale una parada (o varias)
La capital española sorprende, ello ya lo sabemos; entonces por qué no hacer de ella una parada obligada cada vez que vamos a Europa, cualquiera sea nuestro destino.
(Por Francisco Martorell) Eso fue lo que hicimos hace unos meses, cuando por una razón periodística (el Foro Global de Medios en Azerbaiyán) teníamos frente a nosotros un viaje de 40 horas, con escalas y tiempo muerto en los aeropuertos de Barajas y Estambul. Entonces, para evitar matarnos y luego de tirar varias líneas probables para llegar al exótico destino, optamos por una viaje de 13 horas y una parada de 36 horas en Madrid.
El primer consejo, una vez en Barajas, es alojarse cerca de la estación Atocha, ello porque si se trata de ahorro la mejor forma de acercarse es con Renfe, aunque no te asegura rapidez, ya que por 2,6 euros el «tren de cercanías» te lleva desde el aeropuerto a la estación que cada día está más rodeada de hoteles, hostales y albergues.
Tu bolsillo determinará si quieres una parada de lujo, en el Marriott o intermedia en el Catalonia u optarás por quedarte en algún hostal de 50 euros frente a la línea del ferrocarril. Supimos que hay uno, Manchega, que por ese precio te da todo lo que un turista de batalla necesita para una parada de 36 horas. Además, como está en el tercer piso de un edificio típicamente madrileño, conocerás cómo se vive en esa zona de la capital madrileña
Tras dejar las maletas, en el lujo o en lo alternativo, Madrid se expone ante ti con toda la franqueza de su gente y entorno. Solo debes saber qué quieres disfrutar, el tiempo es corto y las posibilidades muchas, como ir al teatro, visitar los museos, degustar la gastronomía o, por qué no, todo aquello.
De aquí en más te contamos qué hicimos nosotros.
Experiencia Real
Cuando uno sale de la Lonja del Mar, luego de haber disfrutado de una sinfonía de sabores y olores, simplemente siente que se enamoró de la comida.
Y es que esta experiencia en el restaurante de Madrid, ubicado frente al Palacio Real, cuya presencia es constante, es majestuosa.
Ello, tal vez, por la pasión que le pone el encargado de la orquesta, Carlos Gutiérrez, quién desde hace 7 años obliga a todo el equipo a superarse en la búsqueda de la excelencia y la calidad.
Arribamos al lugar cansados, tras el largo viaje desde Santiago y luego de dejar las maletas en el hotel, darnos un baño y salir prestos para llegar a la mesa antes de las 9 de la noche.
Madrid hervía ese día, casi 40 grados de temperatura, la ebullición se notaba además en las calles y sus gentes, donde parecía que nadie quería guardarse.
Una vez en la Lonja y elegir el segundo piso (hay mesas afuera y un bar en el primer piso), nos sentamos en una ventana que miraba a los ojos a la realeza española. Pero lo majestuoso estaba dentro, por eso nos dejamos conducir en un sin fin de platos y experiencias que comenzaron con unas ostras y se fueron sucediendo uno a uno, para coronar la noche con una tarta de queso acompañada de un elixir inigualable para ese postre, un vine de pailles, francés. Recomendamos de este lugar la ostras de la ribera del Ebro, el carabinero y, muy especialmente, el robalo.
La Lonja del Mar, que pertenece a un grupo vinculado desde siempre al pescado y al marisco, ofrece todo tipo de variedades del océano a las que convierte en un manjar de los dioses o los reyes, más apropiado en este caso.
Tras salir del restaurante Madrid todavía se ofrece para que disfrutes sus calles, vayas de pasada al mercadito de San Miguel, te saques una foto con el Oso y el Madroño o el barrendero de hierro forjado. Luego, claro está y si el cuerpo no te da para seguirle el paso a los madrileños, recomendamos ir a descansar en el lugar que elegiste.
A la mañana siguiente dependerá de tu conexión a qué hora puedes levantarte. Nosotros lo hicimos muy temprano porque el vuelo a Bakú, vía Estambul, salía a las 18 horas y queríamos sacarle provecho a nuestra parada. Fuimos, entonces, al museo Reina Sofía, optamos por el de arte moderno y dejamos el Guernica para la vuelta, porque está en el clásico. Ambos espacios, muy cerca el uno del otro, están a pasos de Atocha. Tras ver las nuevas exposiciones y encontrarnos en una sala con la voz y las fotos de Pedro Lemebel, salimos a la calle donde empezaban a sentirse los 24 grados. Caminamos por el Paseo del Prado, luego un poco del Barrio de Las Letras y la vuelta la hicimos andando por el Retiro, aquel parque que tiene su propio ángel caído y una casa de cristal, en medio de un verdor refrescante.
Antes de las 13 horas ya estábamos sentados para el almuerzo, esta vez la opción era muy española y donde acuden a almorzar los ejecutivos madrileños. No nos equivocamos.
Opción gastronómica y típica: Virrey
Ubicado en la Calle Zurbarán, 8, en el vibrante barrio Chamberí, Virrey es más que un simple lugar para comer, es una celebración de la cocina española y un refugio para los amantes de la buena mesa.
Con su atención al detalle, su ambiente acogedor y su exquisita oferta culinaria, este lugar promete una experiencia gastronómica inolvidable que deleitará todos tus sentidos.
El pan en Virrey es una verdadera delicia que merece una mención especial. Este producto, crujiente por fuera y suave por dentro, es un regalo para los sentidos. El corte en cruz que se le realiza permite que la mantequilla derretida se infiltre en su corazón, creando una explosión de sabor que por sí sola justifica la visita al restaurante.
Las aceitunas son descritas como «de ensueño», un acompañamiento perfecto que realza cada bocado con su sabor robusto y auténtico. Sin embargo, la verdadera joya de la casa son las ostras francesas. Más pequeñas que las del Ebro, estos moluscos sorprenden con su intenso sabor y frescura.
El menú de tapas de Virrey es variado y está cuidadosamente elaborado para satisfacer todos los paladares:
Pincho de Jamón Ibérico y Pescado: Este pincho es una explosión de sabores, combinando la riqueza del jamón ibérico con la frescura del pescado. Aunque se sugiere que la aceituna podría sobrar, cada ingrediente aporta una capa de sabor único a este delicioso bocado.
Ensaladilla con Lubina: La ensaladilla rusa de Virrey, combinada con la delicadeza de la lubina, es suave y sabrosa, ofreciendo una fusión perfecta que sorprende y deleita.
El tinto de verano está «en su punto», proporcionando una bebida refrescante que se agradece disfrutar al llegar. Ya sea que prefieras sentarte en las mesas al aire libre o en el interior del restaurante, siempre encontrarás un espacio cómodo y bien climatizado. La barra, diseñada para comer mientras observas a quienes te sirven, añade un toque de intimidad y cercanía que enriquece la experiencia gastronómica.
Entre las delicias que no puedes dejar de probar en Virrey se encuentran:
Croquetas y Buñuelos: Tanto las croquetas como los buñuelos son auténticos manjares, elaborados con ingredientes de alta calidad y una técnica que realza sus sabores naturales.
Alcachofas Asadas: Las alcachofas, perfectamente asadas y preparadas para ser degustadas sin esfuerzo, son una muestra de la maestría culinaria del lugar. Su sabor y textura son simplemente excelentes.
Para cerrar con broche de oro, Virrey ofrece postres que te transportan a los sabores de la infancia. Entre ellos, el arroz con leche destaca por su perfecta caramelización y su encanto gastronómico, superando incluso al famoso coulant de chocolate. Este postre es una oda a la tradición y una muestra de la excelencia culinaria del restaurante.
36 horas después
Justo a tiempo, luego de disfrutar de la capital española, contactamos al Uber para Barajas. El calor y el bajo precio, entre 15 y 20 euros, nos alentó a gastar un poco más. Ya en el aeropuerto, un par de tapas, algo de agua y nada más, porque Turkish, la aerolínea que nos llevaría a Azerbaiyán tiene la antigua costumbre de dar comida a bordo, aunque el viaje sea muy corto. Y eso se agradece.
De nuestro periplo por Bakú y Shusha, el lugar donde se realizó el encuentro de periodistas, hablamos en otro reportaje.