El nacimiento de la Nueva Italia: 2 de junio de 1946
Por Rodrigo Reyes Sangermani, periodista.
En todas las iglesias de Italia sonaban a las 10 de la mañana las campanas anunciando los servicios religiosos del domingo, la gente salía de sus casas en Bari, Áncona, Roma y Bérgamo; recorría temprano los empinados senderos de su pueblo, atravesaba los verdes caminos de la amplia llanura padana o se embarcaban en los primeros vaporettos en Venecia para asistir a sus deberes dominicales, que como hace muchos años serían mucho más que una misa y macarrones al almuerzo.
Ese día se realizaba el Referéndum que marcaría la historia y el futuro de la Italia de posguerra. Era el 2 de junio del año 1946 y los italianos debían decidir entre continuar con la monarquía o transformarse en república. Hito que congregó la más alta participación ciudadana en Italia hasta entonces.
Al finalizar la segunda gran guerra, el desprestigiado rey Vittorio Emanuele III, para aquietar el descontento de la población había prometido someter a los italianos a un referéndum para decidir si querían continuar con la monarquía o establecer la república. Los ánimos estaban encendidos, el rearmado territorial de los vencedores definió rápidamente las nuevas fronteras de Europa, en función de su poder o de su influencia.
Italia, en rigor, la República títere de Saló, manejada por los nazis, había perdido la guerra y como tal el país fue castigado por los aliados, pese a que la mitad sur del país había estado bajo ocupación desde dos años antes, y la Italia fascista reducida al norte se encontraba resistiendo los embates estadounidenses que habían desembarcado en Sicilia un año antes, resistencia más bien promovida por el Reich que por los propios italianos desgastados de una guerra que los mantuvo siempre como víctimas del fascismo y como jamón del sándwich.
La crítica internacional, y sobre todo la interna, cayó como una guillotina sobre la figura del rey y, de paso, también sobre el papado, por haber tolerado, permitido, simpatizado y apoyado al régimen de Mussolini y luego haberse puesto del lado de Hitler hasta la ocupación, razón por la cual, cualquiera fueran los pasos que diera Italia en ese momento serían sensibles para ver su ubicación en el espectro político europeo.
Sorpresivamente, el referéndum del 2 de junio no arrojó grandes distancias entre una posición y otra, incluso se comenta que el resultado fue tan apretado que hubo de ser intervenido mañosamente en favor de la república, una diferencia menor sería una nueva chispa que encendería la pradera.
El 45,7%, con la eterna Roma incluída, votó continuar con la denostada monarquía, y el 54,3% prefirió la república. Los monárquicos concentrados en el sur, en las provincias más conservadoras, pobres y postergadas del país, zona montañosa y agricultura primaria, la Puglia, Calabria, Campania, Sicilia, fueron las provincias que más inmigrantes aportaron a América desde fines del s. XIX, desde el puerto de Génova abordaron los navíos que los llevarían en busca de nuevos horizontes como Nueva York, Santos, Buenos Aires, Valparaíso o San Francisco. Las provincias del norte votaron “república”, los italianos de las antiguas y ricas ciudades padovanas, las provincias a las faldas de los Alpes, las tierras ocupadas por los austrohúngaros antes de la Gran Guerra, el Reino de Saboya antes de la unificación con Víctor Manuel primero y el legendario Giuseppe Garibaldi. La zona más rica e industrial del norte de Italia estimó que el sistema de gobierno debía ser la república para los aciagos tiempos de reconstrucción que se esperaban.
No era fácil la ecuación y dejar a todos contentos y comprometidos con esta nueva Italia que surgiría de las cenizas del fascismo y de una amenaza soviética que ayudaban a comprender la inmensidad de la tarea por delante. Dos italias unificadas desde el s. XIX y vueltas a dividir en los desafíos que suponía la reconstrucción tras la guerra y la elección inevitable de sí estar cerca de EEUU o de la Unión Soviética, cosa que en absoluto era evidente pese a la invasión norteamericana desde el desembarco en Sicilia un par de años antes.
En esta nueva Italia republicana fundada ese 2 de junio, por una diferencia exigua de votos, los partidos políticos más importantes como la Democracia Cristiana, el Partido Socialista y el Comunista debían arbitrar las medidas para hacerse del poder. Financiamientos de uno y otro lado proveniente del extranjero impidió una competencia brutal y definiciones estratégicas costosas y el artífice de la reconstrucción, el democristiano Alcide De Gasperi, un viejo carcamal conservador, negoció un gobierno de unidad con los sectores de izquierda para evitar abocarse directamente a la construcción, millones de dólares provenientes de Washington muy probablemente avalaron la negociación donde De Gasperi comprendió que la estabilidad del país pasaba por sacar al sur de ese letargo preindustrial (casi feudal) y, de paso, tranquilizar a campesinos obreros marginados de las bondades de la industrialización del norte. Es así como se realizaron grandes proyectos de inversión. En las provincias atrasadas se ejecutaron importantes proyectos de obras públicas que hoy todavía siguen en pie como muestra infalible de la jugada estratégica del viejo De Gasperi, enormes carreteras y puentes que atraviesan la bota desde Roma o Nápoles al sur, una importantes red ferroviaria, sorteando grandes acantilados y montañas; puertos, ferris y remodelaciones completas de los centros históricos de las ciudades y pueblos arrasados por la metralla y la intolerancia.
La nueva constitución determinó la institución de un presidente casi de carácter simbólico (rememorando la vieja figura del rey), cuya casi única responsabilidad ha sido como jefe de estado, designar al primer ministro de la coalición mayoritaria del parlamento. Si bien el modelo semi parlamentario en general sigue gozando de buena salud, no ha estado exento de problemas como los vividos en los años 70 con una seguidilla de cambios de gobierno y gran inestabilidad, y el terrorismo que asoló la península en tiempos de Guerra Fría, con todo, la democracia italiana pese a sus dificultades diría culturales, se ha ido consolidando de la mano del desarrollo de la Unión Europea, donde Italia fue miembro fundador, la industrialización y el turismo. El resto ya es casi historia conocida.
Gran parte del cine italiano desde el neorrealismo de Rosellini y De Sica refleja fielmente esta historia, comedias y dramas insertos en la evolución política y social de una Italia ansiosa de recuperar el prestigio de la Roma antigua. Visconti ensaya la incapacidad de las clases altas por aceptar los cambios, lo hace en el “Gattopardo” y también en “Grupo de familia” en 1971 con un Burt Lancaster que representa precisamente la vieja Italia que no termina de comprender los nuevos tiempos, Ettore Scola indaga los momentos íntimos de una pareja solitaria el día que Hitler visita Roma en “Un día muy particular” 1977, y sobre todo en “Nos Habíamos amado tanto” de 1975, que repasa 40 años de la historia italiana en la trayectoria vital de tres amigos ex partisanos que deambulan en la nueva Italia tras una esquiva y bella chica menos anclada a la historia y en las viejas utopías. Fellini, Dino Risi, Bertolucci, y los directores más recientes revisan esta historia que comienza un 2 de junio, hace 78 años, justo un día como hoy que los italianos conmemoran la fiesta del nacimiento de la nueva Italia.