Jugar bien para después ganar, el legado de Menotti
Al argentino lo definen sus frases, sus costumbres, sus consejos y también su eterno vicio, el cigarrillo.
La vitrina de títulos del exentrenador argentino de fútbol César Luis Menotti habla por sí sola, si la idea es referir su carrera en cuánto a los éxitos, pero no es eso lo que mejor define al también exfutbolista, nacido hace 85 años en Rosario (Provincia de Santa Fe, este), y fallecido este domingo.
A Menotti lo definen sus frases, sus costumbres, sus consejos y también su eterno vicio, el cigarrillo.
«El éxito nuestro tiene que ser encontrar un equipo que salga la gente enojadísima y que diga «cómo perdimos este partido» y que el amigo le diga «bueno, pero jugamos bien», manifestó alguna vez en una de las miles ruedas de prensa en las que luchó contra el pragmatismo exitista de una sociedad (y una prensa) que, por momentos, sólo piensa en ganar.
Menotti surcó los caminos de la vida por sus costados desde su nacimiento: llegó al mundo el 22 de octubre de 1938, pero fue inscripto recién el 5 de noviembre. Quizás por eso las estadísticas nunca le han perturbado más que las formas.
Como futbolista, Menotti tuvo una carrera destacada en varios clubes argentinos, incluidos Rosario Central, Racing Club y Boca Juniors, aunque en su cabeza siempre estuvo la idea de ser entrenador.
No obstante, se dio un lujo que solo dos argentinos, además de él, pudieron darse: jugar con el Rey Pelé en el Santos de Brasil. En 1968, Menotti salió de Boca por la ventana y recaló en un experimento futbolístico, The New York Generals, del cuál solo queda el estadio en el que hacían las veces de local, el mundialmente famoso Yankee Stadium.
En julio de ese año, el extinto combinado estadounidense jugó un amistoso contra el Santos de Brasil, al cuál superaron 5-3, con cinco goles del «flaco».
Pelé lo convenció entonces para llevárselo con él, aunque su paso por el «peixe» estuvo lejos de ser exitoso. Fue justamente en Brasil donde Menotti colgó los botines y se anudó la corbata.
Sin dudas su mayor éxito llegó como entrenador. Y, en su andar, ha formado una escuela que hoy permanece inalterable.
«Yo no conozco a nadie que juegue para no ganar un partido, hemos llegado a la ridiculez de decir lo único que me importa es ganar. Sí, claro, ahora, resulta que hay algunos que ganaron 300 partidos y otros que ganaron 10, a mí no me mide eso», es otra de sus frases que resumen ese estilo.
Su carrera como orientador táctico la comenzó en Newell’s Old Boys (el equipo de Messi), el archirrival de su querido Rosario Central, donde dirigió dos temporadas antes de armar un equipo histórico: el Huracán de 1973, trampolín que lo depositó en la selección nacional, tras la eliminación albiceleste en Alemania 1974.
Con el combinado nacional ganó la Copa del Mundo de 1978, jugada en Argentina en plena dictadura militar, y que todavía hoy conserva sospechas de amaño de, al menos, un partido: la goleada sobre Perú 6 a 0, que le permitió el pasaje a la final.
Un año después, conquistaría también el Mundial de la categoría Sub 20 en Japón, certamen que presentó al mundo a otro astro: Diego Armando Maradona.
Así, además de ser el primer entrenador campeón mundial con Argentina, Menotti se dio el gusto de ser el primer seleccionador de la leyenda del fútbol mundial.
Sin embargo, no fue su anecdotario lo que le hizo famoso en el mundo, sino su estilo de juego ofensivo y creativo, que dejó una marca duradera en el fútbol argentino y en la forma en que se percibe el deporte en el país y el mundo.
Fuera del fútbol, Menotti es conocido por ser un pensador y filósofo del juego, con opiniones y visiones únicas sobre cómo debería jugarse el deporte más famoso del planeta, y a lo largo de su carrera, ha influenciado a numerosos entrenadores y jugadores con su enfoque y su filosofía de juego.
César, también conocido como «El Flaco» o «Cito», era un hombre de viejas costumbres, al cuál era más fácil hallarlo sentado en la mesa 10 del Saint Moritz, su bar porteño preferido, antes que en su teléfono celular. Y siempre con un cigarro entre sus dedos.
Esa visión del juego, y de la vida, le ha colocado en la vereda de enfrente de Carlos Bilardo, mentor de un estilo pragmático y resultadista que supo mostrar desde su Estudiantes de la Plata y con quien ha protagonizado una rivalidad histórica.
Paradojas del destino, Estudiantes jugaba una final de copa nacional con Vélez, casi al mismo tiempo en que se conoció el fallecimiento de Menotti. Entonces, los jugadores de ambos equipos le dedicaron un minuto de silencio antes de salir a jugar el segundo tiempo.
El gesto, sin dudas, enaltece la figura de Menotti pero, antes que eso, recupera el valor de la nobleza, un valor que el «Flaco» siempre puso por encima de los nombres.
La mesa 10, así como los amantes del buen fútbol, lo seguirán esperando. (Sputnik)