I
La primera vez que nos vimos yo tenía 27 años, había asumido un par de semanas antes como jefe de gabinete o secretario ejecutivo de un recién juramentado senador de la república, cuando el 11 de marzo de 1990 se reinstalaba el Senado tras casi 18 años de interrupción.
La anécdota que recordaré siempre es que cuando el senador electo me ofreció el cargo le respondí que no me sentía capacitado para ese trabajo pues nunca había desempeñado un cargo así, a lo que me respondió: -qué queda para mí, yo tampoco nunca he sido senador-.
En otro momento podré compartir con ustedes las historias de esos meses en los que me desempeñé en el Senado, en un período tan importante para la Historia de Chile, en una cámara alta con gente como Jaime Guzmán, Ricardo Núñez, Gabriel Valdés, Sergio Onofre Jarpa, Anselmo Sule, Jorge Lavandero, Laura Soto, Hernán Vodanovic, Eduardo Frei, Andrés Zaldívar y Piñera, entre otros, que compartíamos largas horas en el hemiciclo y comisiones, pero sobre todo, entretenidas jornadas en el comedor del subterráneo a la hora del lunch, funcionarios, asesores, diputados y senadores, mientras se terminaba de construir en el edificio del congreso de Valparaíso el ala precisamente del senado que tenía un grave retraso.
Piñera, don Sebastián, era entonces lo más parecido al estereotipo de lolo palanca, mucho más hiperkinético de lo que lo recordamos, desordenado en su vestir y de rápida dicción; era un empresario joven, atrevido, lleno de tics y dueño de una personalidad apabullante y socarrona. Se la sabía por libros, durante un poco más de una década había comenzado a amasar una gran fortuna luciendo un historial empresarial de brillos y sombras que lo persiguieron hasta el final, el joven y exitoso ejecutivo había llegado a la política nada menos como senador por Santiago.
Yo tenía 27 y él 41. Su impronta era ser un liberal de derecha, que después se posicionaría un tanto fallidamente como el líder de la renovación de su sector, se encargaba de que supieran de su pasado DC y que el histórico 5 de octubre de 1988, un año y medio antes, había votado “NO” en el plebiscito, lo que lo posicionaba como un rara avis de la política chilena, o al menos de la derecha que apoyaba la dictadura.
Lo curioso es que después de votar “NO” apoyó con entusiasmo, convicción y esperanza (parafraseando su inclinación por hablar en tres conceptos), la candidatura de Hernán Büchi que representaba precisamente el ideario pinochetista y más conservador de la derecha tributaria a la dictadura. Hay que haber vivido esos años para esbozar alguna tesis que explique esa circunstancia, y las que rodearon sus erráticas candidaturas presidenciales de 1994 y 1998, y la senatorial de 2002, donde tuvo que ceder o negociar a favor de Joaquín Lavín.
El cuento es que nos conocimos las últimas semanas de marzo de 1990 cuando con alguna frecuencia compartíamos los almuerzos en los improvisados comedores de la Cámara de Diputados instalados entonces en el primer subterráneo de la corporación.
Entonces no había mayores protocolos para sentarse en las mesas, el personal de servicio ponía etiquetas junto a los platos de servilleta con los apellidos de los senadores por orden alfabético, a mi senador le tocaba al lado de Jaime Guzmán, y casi siempre yo al frente, por lo que en más de una decena de veces almorzábamos el sencillo menú del Congreso conversando con el senador de la UDI.
Guzmán generaba un cierto magnetismo, incluso a la hora de la colación, ya sea por la convicción en sus apreciaciones, como por lo alambicado de sus argumentaciones, aparentemente un gran conversador… pero no escuchaba, parecía que tenía respuestas ensayadas para todo y sus gruesas gafas de miopía severa lo protegían de una mirada más exhaustiva a su conciencia que lo desnudara en sus íntimas contradicciones políticas.
Piñera, de personalidad similar pero distinta, se acercaba de vez en cuando al sector de las “G” para compartir la colación y sin esquivar sus propias inconsistencias políticas podía argumentar tesis más intuitivas que estudiadas con gran desparpajo anticipando escenarios que nadie avizoraba y que tampoco se chequeaba su posterior cumplimiento. No tengo muchos más recuerdos personales del Piñera de esa época hasta que en 2001 reaparece en la Región para pavimentar su camino a la senaturía por Valparaíso con un proyecto de Marga-Marga navegable y la marina de la Avda. Perú como si se tratase de la transformación de Barcelona que en esos tiempos era un referente de urbanización turística, marítima y portuaria.
II
Había pasado mucha agua bajo el puente. Entonces yo ya era director regional de TVN, la gente pensaba que tenía mucho más poder que el que en realidad tenía, aunque TVN era poderosa. La verdad es que tenía bajo mi mando tres oficinas regionales de la televisora pública, en Coquimbo, Rancagua y Valparaíso, con equipos técnicos, comerciales y sobre todo, equipos de prensa que en mi condición de periodista, a diferencia de otros directores regionales de TVN, hacía que tuviera un interés especial por los noticiarios regionales que hacíamos tanto en sus emisiones de mediodía y noche, y en participar en las reuniones de pauta con el equipo de prensa y compartíamos política.
El Mercurio de Valparaíso y TVN éramos por antonomasia los medios regionales referenciales, los concejales, alcaldes, seremis, directores de servicio, diputados, senadores, empresarios y autoridades gremiales siempre andaban detrás nuestro, querían ser nuestros amigos, o al menos estar lo suficientemente cerca para que los tratáramos bien, o si caían en desgracia por algún motivo, no los tratáramos tan mal. Y la verdad es que nada de eso era necesario. Cumplimos siempre con nuestro deber editorial de ser un canal público autónomo de los poderes y salvo un episodio complejo que me tocó vivir en casi 18 años, eso fue siempre respetado.
Yo nunca me creí el cuento, sabía que eran “amistades” interesadas y que una vez fuera de TVN ninguno de ellos te tendería la mano. Además, por mi personalidad nunca me aproveché de esos contactos ni de esos nombres para ningún beneficio como le debe constar a toda la gente con la que trabajamos tantos años.
Pero ahí estaba Piñera, con ganas de volver al redil parlamentario, con proyectos para la región y un kit de solucionáticas tan propias de él para que fueran difundidas por los medios regionales. A mediados del año 2001 lo invitamos a un programa que la red estrenaba con la conducción e inestimable apoyo de la gran periodista, querida amiga y Premio Nacional de Periodismo, Patricia Stambuk, “Los protagonistas” que hacíamos con tecnología compartida en los estudios del DUOC. Por supuesto, dijo inmediatamente que sí. Llegó en una van con un séquito de asesores y personeros de RN de aquellos que creen que andando con al lado de su gurú se les contagiaran todos sus virtudes y dinero. Un par de días antes, coincidentemente, su hermano Pablo Piñera, había sido nombrado director ejecutivo del Canal tras una crisis que terminó por sacar al anterior director René Cortázar, lo que hizo que, al entrar al estudio, en voz alta, entre las cámaras, los técnicos, las luces y la Patty ubicada en el plató, dijera
– Hola a todos, les tengo una buena y una mala noticia. La buena, es que mi hermano Pablo fue designado jefe de todos Uds. La mala, es que me dice que están todos despedidos- haciendo un ademán de expulsión con su brazo derecho.
Salvo por un par de risas contenidas de los acompañantes de Piñera, el estudio se inundó de silencio, los técnicos miraron con desprecio el fino humor del candidato a senador por Valparaíso que llenó el programa de ideas variopintas, proyectos absurdos, promesas vacías, como todo candidato que se precie de tal.
En los momentos previos a su irrupción en el estudio, lo recibimos con Diego Portales, mi querido amigo, entonces gerente de regiones y mi jefe, que andaba de visita, para compartir un refrigerio, unos canapés y una explicación de sobre qué temas versaría el programa, que contaba, al estilo de la antigua “Noche de gigantes”, con otros invitados que compartirían la conversación. Allí hicimos memoria de esos almuerzos en Valparaíso con Gazmuri y Guzmán.
Unas semanas después, en alguna de sus visitas a la Región, recibí el llamado de una diputada de Renovación Nacional para invitarme para el sábado siguiente a una cena con Piñera. El candidato quería hablar más en confianza con un grupo más pequeño, compartir algunas apreciaciones políticas, etc. Su candidatura a senador iba viento en popa a pesar de que las encuestas indicaban un porcentaje de apoyo de un 5%. La cita iba a ser en el casino de Viña del Mar, en un comedor privado.
Al llegar nos recibió el gerente del Casino quien nos llevó al comedor ubicado en el tercer piso del inmueble. En la mesa había unas 12 personas, por supuesto me sentaron al lado del candidato, y en los otros puestos un par de dirigente locales de RN, el director del El Mercurio de Valparaíso, el recordado Enrique Schroeder, un par de concejales y dos o tres diputados del partido por la Región. Todos trataban con gran pleitesía a Piñera, casi con una devoción religiosa a pesar de su sencillez, bonhomía y cercanía en los diálogos. Yo me siento siempre muy cómodo en estas reuniones, porque tengo la sensación de que soy libre para decir lo que se me antoje, no tenía, no tengo y nunca he tenido militancia política, mis pegas no ha dependido de operadores y mis ideas y convicciones políticas y filosóficas no admiten concesiones circunstanciales o acomodaticias. Digo las cosas como creo que son, con respeto y altura de miras, pero con sinceridad y sin cálculos, lo que sin duda permitió una velada muy entretenida en que la conversación en un 90% fue entre Piñera y yo, con algunas opiniones esporádicas de los otros comensales entre sorbeteos de sopa, apoyos con el dedo meñique para empujar una papita al tenedor o un camarón que se sale del plato, mientras los garzones servían vino a destajo.
Los temas que conversamos fueron muchos, y no me parece que sea de interés compartirlos en estas líneas. El cuento, es que se tomó más de la cuenta lo que facilitaría la fluidez de la conversa aunque no necesariamente la claridad en las ideas. Al final nos despedimos con grandes abrazos como de curados o amigos, solo porque coincidimos en buena onda en algunos diagnósticos, o porque en los temas donde yo no coincidía, que eran la mayoría, él escuchaba atento, casi agradecido, ya que me imagino que la mayoría de todo el tropel de inútiles que lo acompañaba eran puros yesmen/women de esos que sobran en la política, y que todavía hoy desfilan torpes por los pasillos del poder.
III
El día siguiente estaba invitado, en mi condición de directivo de la Corporación Educacional Francesa de Valparaíso, al tradicional acto conmemorativo del día de Francia, que se realiza todos los años frente a la columna corintia con el cóndor altivo sobre el capitel, que la comunidad francesa de Valparaíso obsequiara al puerto allí en Avda. Francia con Pedro Montt. Cuando el acto ya comenzaba, y las autoridades nos disponíamos a entonar la Marsellesa y el Himno Nacional, aparece intempestiva y presurosamente Piñera con parte de su comitiva saludando a todas las autoridades de la primera fila. Al llegar a mi lugar me dio un saludo muy cálido como si nos hubiéramos conocido de siempre o fuéramos grandes amigos, y claro nos habíamos separado a las 2 de la mañana, después de una jornada de conversaciones muy intensa. Le presenté a la Claudia, que en esa me oportunidad me acompañaba, y la saludó también como si fueran amigos de toda la vida, incluso creo que hasta le dijo
-Pero claro, Claudita ¿cómo estás? No sé, esa facilidad de hacer amigos de los políticos.
El acto continuó en un cóctel en el cuartel de los bomberos donde el candidato no fue, pero si el alcalde Hernán Pinto, que se zampó con fruición los ricos canapés de los voluntarios del fuego.
Después nos volvimos a topar varias veces, pero más a la pasada. En cócteles, encuentros de distinto tipo, hasta en un matrimonio en que conversamos un rato. Claro, allí ya era presidente. En una época trabajé asesorando a un par de parlamentarios de RN que tenían una cercanía ideológica con él, pero terminaron ellos también un poco desilusionados por su comportamiento político un poco individualista y contradictorio. Era el cabecilla de una patrulla juvenil que se fue desmoronando para terminar siendo un derechista más tradicional quizás por conveniencia. En la izquierda podríamos criticar lo mismo, la renovación del socialismo real se vio amenazada finalmente por los sectores más recalcitrantes del utopismo marxista, que hasta el día de hoy mantiene tensionadas a las fuerzas de gobierno.
La imprevisible personalidad del fallecido presidente se refleja muy bien en sus piñericosas, que son como un patrimonio nacional, una personalidad apabullante, meticulosa, exigente, pero al mismo tiempo distraída, ensimismada y liviana. Es raro, pero él era de todo un poco eso.
Lo que pasa que todo es así, no hay nada absolutamente brillante, nada absolutamente opaco, la vida se despliega en una infinita cantidad de grises, y tonalidades de colores sin límite. No fue tan mal presidente nunca ni tan bueno. Los que rasgan vestiduras desde los extremos, por supuesto están equivocados, no creo que haya sido o si fue el primer demócrata o desde el primer minuto, no fue el último tampoco. Algunos de los que lo acusaron constitucionalmente y lo apuntaron como genocida hoy lo canonizan en el altar de los mártires de la república, otros no ven los crímenes en sus propios patios, sus muertos yacen en la historia de los primeros que se esfuerzan por poseer la verdad excluyente y absoluta. Los que criticaron su desempeño ante la pandemia hoy le reconocen el mérito de su gestión, como también los que hicieron guardia en su féretro. También lo acusaron de abandonar a la familia militar o le tendieron trampas con antiguos y mal recordados de organismos de inteligencia para sacarlo del camino los mismos que hoy declaran a los cielos ser los herederos de su ejemplo y de su suculenta impronta política.
IV
Son así la luces y sombras en la vida de un político que vivió como murió, en la frágil frontera del riesgo, entre la ambigüedad y el individualismo, cuyo narcisismo lo llevó a convertirse en todo un personaje en nuestra historia reciente. Será recordado sin duda.
Junto a Ricardo Lagos, quien, dicho sea de paso, algunos días antes de la muerte de Piñera había anunciado su retiro de la política chilena, aviso que quedó un tanto opacado, por la tragedia de Ranco, son los últimos presidentes de la vieja tradición republicana presidencialista nacional. Guardando proporciones y las enormes diferencias, la centro izquierda y la centro derecha gobernando con sus propias contradicciones y fantasmas, el último gran estadista, acaso uno de los más destacados de las décadas recientes, como lo es Lagos, y el otro, el resultado del ethos de una generación salpicada de dudas y sombras, de inventiva y esfuerzo, de los estertores de una dictadura que trocó la identidad moral de un país.
La distancia que nos da un mes desde transcurrido el fatal accidente de Piñera nos permite hablar de él con mayor frialdad que si lo hiciéramos con el entusiasmo caliente de las emociones, la congoja o de la odiosidad. En esas horas de incertidumbre muchos elevaron al fallecido expresidente al altar de los héroes, a la galería de los santos; el dolor de un pueblo que ajeno a las vicisitudes de la real politik lo encumbró al cielo como a un semidios, dotado de poderes milagrosos, como antes ocurrió con Camiroaga o con el general Bernales ¿recuerdan? el general del pueblo.
Incluso algunos intentaron darle un significado político a la muerte del expresidente, una señal, un mensaje para procurar la unidad nacional, declaraciones que ciertamente duran lo del duelo público, tres días y medio. Esos días nos llenamos de chapitas, poleras, pétalos de rosas al paso del féretro, los símbolos republicanos para un demócrata, sermones, homenajes y panegíricos; la algarabía impertinente de un hecho público adobado por los medios de comunicación ávidos de audiencia, mientras que otros, excedidos también en sus odiosidades insisten en depositar en su figura todos los males del universo, las perversidades de la política, todas las culpas juntas de una historia patria postergada por las incapacidades de su propio pueblo más que de sus gobernantes.
La partida de Piñera fue sin duda una sorpresa para todos.
Entendible las escenas de dolor de la clase política, como se dijo es una muestra del respeto cívico que nunca nos debió ni deberá faltar. Las ceremonias más allá del íconoclacismo me parecen correctas, las señales republicanas y las palabras adecuadas más allá de los excesos latamente expuestos anteriormente. Sobre él recaerán las dudas de sus a veces turbios manejos económicos, de sus manejos económicos mezclados con la política y su afán enfermizo por ser el primero del curso y estar aquí y allá al mismo tiempo, negándose a sí mismo la posibilidad de la humildad.
Sumamos los descriterios de sentar a sus hijos en una reunión con las autoridades económicas de China o de disponer en su gabinete a personeros de otro Chile, creyendo que con una buena planilla Excel se gobierna un país complejo, o un país con historia.
Lo que me resulta clarísimo, es que si bien habrá voces que me apunten con la sospecha por mis palabras, no estamos frente ni a un santo ni a un villano, un hombre de contradicciones cuya inteligencia no pudo con su vanidad y que los efectos luminosos de su vida política se vieron oscurecidos por su pulsión de transformarse en el héroe que nunca fue.