Gaza, la ciudad de los gritos
Del mismo autor/a de "A solo 145 kilómetros de Gaza".
Bárbaros. Así se llamaban y se siguen llamando las hordas de Gengis Kan cuando, en el siglo XIII, descendieron sobre una ciudad del valle de Bamyan, en el centro de Afganistán, y aniquilaron hasta el último habitante, incluidos mujeres y niños. Una masacre decidida por el tirano de las estepas de Asia Central, que afirmaba haber sido elegido por los dioses para dominar el mundo.
La ciudad se llama Shar-e Gholghola, la Ciudad de los murmuros (traducida al inglés la ciudad de los gritos), porque dicen que ocho siglos después las almas atravesadas por las flechas siguen llorando y gritando.
Hasta el día de hoy, la gente sigue hablando de los sanguinarios y cobardes asesinos de niños que mataban a quienes sabían indefensos.
Aunque este tipo de masacres eran habituales en la Antigüedad y la Edad Media, todavía hoy existe un fuerte rechazo a estos «pseudo-guerreros». Porque atacar a niños es una cobardía incalificable, sea cual sea el contexto. Ningún soldado crece ante una masacre de inocentes, aunque la justifique diciendo a quien quiera escucharle que ese niño se convertirá un día en su enemigo. Incluso en la cárcel, los presos no sienten más que odio por los asesinos de niños. Y el derecho internacional, que define los castigos colectivos como «crímenes de guerra» o incluso «genocidio», debería aplicarse en todas partes, para que los niños no sean nunca, en ninguna parte, las víctimas de la locura asesina de un ejército, venga de donde venga.
Los niños asesinados de Gaza son la prueba de que la historia se repite, incluso en el siglo XXI. La matanza en esta franja pasará a la historia como otro acto de barbarie. Y es muy posible que de ahora en adelante una parte significativa de la población mundial repudie y ya no tenga confianza al modelo de sociedad occidental (tanto europeo como estadounidense) y sus instituciones internacionales supuestamente defensoras de los derechos humanos porque en Gaza solo alertaron verbalmente, pero no tomaron decisión alguna que pudiera evitarlo cuando en otros lados sí las toman, y drásticas.
La franja de Gaza convertida en un cementerio de niños por las bombas fabricadas y entregadas por Estados Unidos (aquí en Oriente Próximo, todos los días vemos y oímos el rugido de los aviones de carga estadounidenses que traen su nociva carga a Tel Aviv) y luego lanzadas por Israel, nos ha demostrado que las instituciones no conceden el mismo valor a todos los seres humanos. Y que el derecho de veto de un solo país como Estados Unidos, seguido del largo silencio de tantos otros, puede costar la vida a decenas de miles de personas… entre ellas 13.000 niños, por decirlo concretamente, sin que se tome ninguna medida real para ponerle un término.
Desde que el presidente israelí Isaac Herzog declaró que «nadie es inocente en Gaza, incluidos los civiles», y tras cinco meses de bombardeos que han despedazado los cuerpos de más de 31.000 civiles y herido a más de 73.000 –sin contar a todos los que aún no han sido encontrados y siguen bajo los escombros–, ya no es posible hablar de guerra: se trata de una ejecución colectiva a puerta cerrada, sin apenas testigos.
Es un «genocidio», afirma la escritora y activista Rania Hammad, «no una represalia o una venganza», los términos que son utilizados para justificar el salvajismo desatado contra la población de Gaza tras el ataque de Hamás del 7 de octubre. Israel no está librando una guerra contra Hamás. Israel lleva 75 años matando y mutilando palestinos con el objetivo deliberado de expulsarlos de la Palestina histórica”.
Es una masacre de niños, y la pequeña Hind Rajab, de 6 años, asesinada por un francotirador mientras pedía ayuda en un coche rodeado por los cadáveres de su familia que acababa de ser atacada, está ahí para recordárnoslo. «Tengo mucho miedo», dice por teléfono a los socorristas de la Media Luna Roja, que también serán ejecutados tras dejarles pasar el puesto de control. «Por favor, vengan«. Hind tiene mucho miedo. ¡No de un lobo malvado ni de una pesadilla como todos los niños de su edad! Tiene miedo de los soldados que acaban de matar a su prima Layan, de 15 años, y que van a matarla a ella también. En fecha del 29 de enero 2024 asistimos a la muerte en directo. No es una película de horror, es la realidad. ¿Y después ? Nada: la complicidad por el silencio de los países árabes y de Occidente, los primeros en erigirse en ejemplos y guardianes de la moral.
Incluso un hombre con fama de moderado, el filósofo y sociólogo francés Edgar Morin, se declara «desconcertado e indignado » al ver que «los descendientes de un pueblo perseguido durante siglos por motivos religiosos o raciales » sean hoy los autores de la masacre [… ] Descendientes que no sólo colonizan a todo un pueblo, sino que lo expulsan de su tierra».
Las palabras ya no bastan
La ira del mundo puede expresarse en las calles y a través de algunos pocos medios de comunicación, pero las palabras ya no bastan. Y las autoridades a nivel internacional prefieren hacer declaraciones que tomar medidas efectivas contra Israel. Josep Borell, Viceministro de Asuntos Exteriores de la Comisión Europea, se burló abiertamente el 13 de febrero 2024 de la ridícula retórica de los influyentes responsables políticos: «Si creen que ha muerto demasiada gente, ¡quizá deberían entregar menos armas! Porque los decidores que ahora hacen declaraciones, prefieren deliberadamente ver a la población de Gaza a través de un prisma humanitario y enviarles, con muchísima publicidad, unos cuantos camiones, aviones y ahora unos barcos llenos de alimentos, en lugar de alzar la voz en serio y adoptar una postura política coherente deteniendo las entregas de armas. Tal es la hipocresía del mundo actual.
Pocos extranjeros, pocos testigos entran a Gaza
Muy pocos extranjeros consiguen entrar en la franja: médicos, enfermeros y coordinadores de misiones de asociaciones médicas como Médicos Sin Fronteras (MSF), Medical Aid for Palestinian (MAP-UK), Palmed Europe y UOSSM International, así como de la Media Luna y la Cruz Roja Internacional, International Medical Corps (IMC) y las Naciones Unidas (PMA, OMS, UNRWA, UNICEF). Todos ellos están haciendo todo lo posible por hacer llegar medicamentos y alimentos, a pesar del bloqueo total del ejército israelí y de un grupo de colonos acampados en Rafah para impedir el paso de los camiones.
Ya que consideran prioritario su compromiso con la vida, esté donde esté, estos médicos, de todas las nacionalidades (MSF ha enviado australianos, japoneses, neozelandeses, estadounidenses, escoceses, etc.), consiguen cruzar la frontera de Rafah, tras semanas de conversaciones y autorizaciones obtenidas a menudo por los pelos, para tratar a los palestinos dentro de Gaza. Trabajan en media docena de hospitales. Saben que entran en un espacio totalmente cerrado y que ellos también se convierten en objetivos. El riesgo de muerte es constante. Porque, sí, los humanitarios, incluso en los hospitales, son víctimas de bombardeos y francotiradores, igual que los periodistas y todos los habitantes de Gaza.
MSF y los palestinos
MSF trabaja en territorio palestino desde los años 90: primero en Cisjordania, ocupada por Israel desde 1967 (Israël no financia allí ni un solo hospital), esencialmente como refuerzo de los médicos palestinos, y luego en Gaza desde 2000. Para poder trabajar en territorio palestino, la ONG necesita un interlocutor, el Cogat israelí (Coordinación de Actividades Gubernamentales en el Territorio), que depende del Ministerio de Defensa y concede los permisos de acceso a Gaza. «En circunstancias normales, es a ellos –y no al ejército– a quienes se dirige MSF cuando hay problemas de circulación en los puestos de control. MSF firma entonces memorandos de entendimiento con el Ministerio de Salud de la Autoridad Palestina en Ramala (Cisjordania) y, desde 2006, con el Ministerio de Salud de Hamás en Gaza», explica Mathilde Berthelot, responsable de la misión de MSF en los territorios palestinos entre 2009 y 2019. MSF tenía equipos prestando apoyo en seis hospitales de Gaza.
MSF siempre ha «apoyado a los médicos palestinos sin sustituir nunca al sistema sanitario existente, un sistema competente, insiste la responsable. «Asi, creamos un centro de salud mental debido a los múltiples traumas que sufre la población». Estos traumas no son difíciles de explicar: a cada rato los bombardeos aéreos israelíes, confinamiento, vida bajo control de cámaras de reconocimiento facial, incursiones del ejército que acaban con muchos jóvenes encarcelados arbitrariamente sin cargos, amputaciones…
A partir de 2007, el Centro de Salud Mental se medicalizó, debido a la afluencia de heridos que requerían atención clínica de urgencia en cada ofensiva, en 2007, 2008-2009, 2012 y 2014. Allí se podían tratar heridas y quemaduras graves. Luego MSF apoyó la cirugía reconstructiva proporcionada por los médicos de Gaza. Había que realizar amputaciones, ayudar a la cicatrización, frenar la infección y prever las secuelas. Y los fisioterapeutas de Gaza se hicieron tan expertos que formaron a otros fisioterapeutas en Siria, y compartieron su experiencia en cirugía de guerra con muchos otros médicos, incluso en Jordania…
Luego llegó la marcha del regreso en 2018. «Cada viernes recibíamos cientos de heridas de bala, recuerda Jacob Burns, encargado de comunicación en Gaza en 2018-2019 y que regresó allí el pasado diciembre-enero 2023-2024. Les disparaban en las piernas, obviamente con la idea de lisiarlos de por vida, con amputaciones y heridas óseas que nunca cicatrizan… lo que significaba que estos jóvenes se convertían en cargas para sus familias. «Los operábamos de urgencia y tres días después les mandábamos a su casa para hacer sitio a los siguientes pacientes. En Europa, un hospital mantendría una herida de bala con una fractura abierta durante semanas, mientras que aquí el mismo herido tenía que irse a casa a los tres días, con riesgos de infección y daños óseos, problemas de monitorización y cicatrización de la fractura, y sin acceso a rehabilitación.”
En Europa, un hospital mantendría un herido por bala con una fractura abierta durante semanas, mientras que aquí el mismo herido tenía que volver a casa a los tres días, con riesgos de infección y daños óseos, problemas de seguimiento y consolidación de las fracturas, y sin acceso a rehabilitación.
MSF en octubre de 2023
Fue gracias a esta presencia continua en los territorios palestinos de Cisjordania y Gaza, que MSF pudo estar in situ después del 7 de octubre de 2023. También gracias a sus contactos con las autoridades israelíes, la asociación ofreció su apoyo el 7 de octubre a las víctimas israelíes del atentado de Hamás –oferta que fue rechazada.
El conocimiento del terreno y la experiencia de los repetidos bombardeos del ejército israelí llevaron a MSF a decidir, en diciembre de 2023, instalarse en los locales en desuso de un antiguo hospital de Rafah. MSF simplemente preveía un posible desplazamiento de población en esta pequeña ciudad, que tenía 300.000 habitantes antes de la guerra y ahora alberga a más de un millón y medio. Alli, en ese hospital de Rafah, los MSF han podido recibir a miles de quemados y heridos. “Normalmente, la ayuda médica no se presta en primera línea», subraya Jacob Burns. “Necesitamos estar fuera, para poder ayudar con seguridad y trabajar en condiciones dignas. En Gaza nos vimos obligados a trabajar ‘en’ el campo de batalla, en condiciones de seguridad muy peligrosas para todos. Y eso crea un estrés enorme tanto para los pacientes como para los equipos».
Testimonios únicos para denunciar
A la vuelta de su misión en Gaza, los médicos dan su testimonio en los medios de comunicación. «Es cierto que la prensa occidental prefiere difundir los testimonios de los médicos extranjeros, aunque los de los médicos palestinos se basen en informaciones mucho más fiables», afirma Mathilde Berthelot. En efecto, esto ocurre en muchas situaciones de guerra: los medios de comunicación y los políticos consideran que los testimonios externos son más serios que las voces de las víctimas.
Los médicos cuentan el horror que vivieron: una situación que nunca habían visto en ningún otro lugar, a pesar de que todos tienen una larga experiencia en zonas de guerra. En el hospital Nasser de Khan Younes, donde MSF trabajaba en diciembre, Jacob Burns contó hasta «dos bombas por minuto». Aviones, helicópteros y drones los sobrevolaban constantemente, mientras los barcos israelíes bombardeaban la playa, sin hablar de los intensos combates y tiroteos. Una guerra total. «El 25 de diciembre de 2023, unos volantes cayeron del cielo, anunciando que el bloque 112, detrás del hospital Nasser, se encontraba desde ese momento en zona de combate. Rápidamente, los bombardeos se intensificaron y la carretera al hospital se volvió intransitable…». MSF descubrió entonces que el departamento de Tsahal con el que estaban en contacto y que supuestamente actuaba como enlace entre las organizaciones humanitarias y el ejército israelí, no estaba al corriente de la orden de evacuación. Y tuvimos que «pedir a la gente que evacuara… pero es imposible evacuar cuando toda la zona está constantemente bajo fuego».
El ejército israelí ha puesto fuera de servicio uno tras otro todos los hospitales de Gaza, convirtiéndolos en lugares peligrosos no sólo para la población, sino también para los propios médicos. «Dos médicos que trabajaban para MSF murieron en el hospital Al Awda de Jabalyia, en el norte de la franja. Estaban en el hospital. Y un hospital está, en principio, protegido por el derecho internacional».
Además, los hospitales que siguen funcionando como pueden se ven desbordados por el número de heridos graves (se habla de más de 70.000 heridos en Gaza) o se están convirtiendo en auténticos campos de desplazados, a los que llegan miles y a veces decenas de miles de personas (como al Hospital Europeo de Khan Yunes).
«Lo que espera a los habitantes de Gaza, en términos de secuelas –por no hablar de las patologías no tratadas–, es catastrófico», añade Mathilde Berthelot. No sólo no pueden ser atendidos en las condiciones adecuadas cuando resultan heridos, sino que los vendajes y el seguimiento rutinario no pueden realizarse porque la gente se desplaza constantemente. Las consecuencias, en términos de infecciones y falta de cicatrización, sin hablar del dolor que persiste cuando la víctima no es tratada a tiempo… el panorama es realmente espeluznante.
Otros equipos de médicos, entre ellos el de la asociación Unión Internacional de Organizaciones de Socorro y de tratamientos médicos (UOSSM), que regresaron en febrero de 2024, hablan también de una medicina de la indigencia. Cuentan de francotiradores que apuntan a la cabeza o al pecho, dejan a la gente con miembros arrancados, cuerpos mutilados y cráneos reventados. Médicos ayudando a las víctimas en suelo, hospitales desbordados por la población desplazada, pacientes sin ningún lugar donde instalarlos. Los médicos hacen operaciones una tras otra, obligados a clasificar a los pacientes, dejando que los heridos graves mueran sin sedación porque no tienen lo que necesitan. Niños que mueren de dolor, amputados sin anestesia. Bebés que mueren de desnutrición sin acceso a la leche. Multitudes por todas partes, hasta la entrada del quirófano, la unidad de cuidados intensivos abarrotada, el laboratorio que no da abasto. Personas que viven en las aceras, incapaces de protegerse. Falta total de higiene, sin pañales, sin toallas sanitarias. La deshumanización omnipresente, constante. Y, por si el horror no fuera suficiente, también está el hambre, el arma de la aniquilación, de la desesperación. “La gente come todo lo que tiene a mano, incluso forraje o pasto», denunciaba la Reina Rania de Jordania a la cadena de televisión estadounidense CNN hace unos días.
Miles de niños han perdido a sus padres, miles de padres han perdido a sus hijos. Sin olvidar un aspecto trágico, el triste privilegio de Gaza, según el médico español Edward Chu (MSF), que también acaba de regresar: «la población de Gaza no puede salir de la franja. Estas personas están atrapadas»… a menos que puedan dirigirse a las «agencias de viaje» egipcias y pagarles sumas inauditas, que van de 10.000 a 30.000 dólares según los casos. Una suma que se infla constantemente.(Ver)
De regreso de Gaza. ¿Qué se siente?
«Cuando los equipos regresan, reciben un apoyo psicológico que dura varios meses. Y eso, teniendo en cuenta que sólo enviamos a personas muy, muy experimentadas y acostumbradas a las zonas de guerra», explica Mathilde Berthelot. “Para los palestinos del equipo, el apoyo psicológico es mucho más incierto a causa de los bombardeos y los cortes de electricidad. Cuando el teléfono funciona, tienen acceso a un psicólogo arabófono, pero nunca dura mucho». Además, como lo explica un médico palestino, “el trauma nunca se cura, es continuo. Nunca termina”.
¿Qué aporta a la población local la presencia de extranjeros humanitarios?
“La mayoría de los médicos que trabajan en Gaza para MSF no han podido salir de la franja desde 2006-2007; están encerrados», afirma Mathilde Berthelot, que habla por experiencia. Nunca se les ha permitido (ni antes nii después de octubre de 2023) salir de la franja, ni siquiera para ir a ver a sus familias cuando éstas viven en Cisjordania. “Por eso, el contacto con los equipos del exterior siempre ha sido muy apreciado. Es un soplo de aire fresco. Una respiración. Incluso si nuestras actividades médicas en este momento no son más que una gota en el océano de las necesidades, estamos presentes, apoyamos a nuestros colegas palestinos. No los abandonamos”.
Porque los médicos, como el resto de la población, han sido desplazados, han perdido sus hogares y sus seres queridos han sido asesinados y heridos. Tienen que encontrar lugares donde proteger a sus familias. Eso es supervivencia.
Gaza deja huellas profundas en el alma
De vuelta en Europa, Jacob Burns sigue conmocionado. «Es una sensación muy fuerte, muy dolorosa», cuenta. Mis colegas siguen en el hospital Nasser. Me siento culpable por ya no estar con ellos, por no haber hecho lo suficiente». Cuando estaba allá, no se permitía sentir nada. «No había lugar para las emociones”. Hasta que no llegó a casa en Europa «no se dio cuenta de lo que había vivido». Y tomó conciencia de que en Gaza, en varias ocasiones, estuvo a 300 metros y menos de edificios bombardeados.
Ahora quiere hablar de su experiencia. «Es desgarrador ver a todas estas personas que se encuentran en refugios improvisados en pleno invierno y que no tienen ni idea de lo que será de ellas. Saben que sus casas están destruidas, pero ¿tendrán derecho a regresar al norte de Gaza para reconstruirlas? Tienen la impresión de que Occidente podría detener esta guerra, pero que los que responsables decidieron no hacer nada”. Es desgarrador saber que algunas personas tienen el poder de la vida y la muerte sobre decenas de miles de personas, y que una palabra suya podría salvarlas. ¿Ayuda enviada por tierra, mar o incluso aire? «Por qué no, si nos preocupamos de entregarla en las condiciones adecuadas. Pero no si utilizamos esa ayuda como excusa para no exigir un alto el fuego. Tenemos que ser realistas: la ayuda alimenticia lanzada de esta manera se convierte en una tragedia, por no mencionar el hecho de que la mayoría de la gente no tendrá acceso a ella», analiza Jacob Burns. Los motines para llegar a los alimentos son prueba de ello, y los humanitarios lo saben. Tienen experiencia desde hace décadas. Recordemos a los kurdos a principios de 1990. El problema de esta ayuda es que muchos políticos convierten la cuestión de la guerra en una crisis humanitaria. Pero «el problema no es la crisis humanitaria. La única solución», repite Jacob Burns, «¡la única solución es que cese la guerra! Un cese el fuego total!”.