La fecha de los abrazos

Por Rodrigo Reyes Sangermani

Siempre corro el riesgo de ser un outsider, un grinch, un desadaptado a ciertas costumbres sociales muy en boga en nuestra cultura, pero no, soy un tipo normal aunque reconozco un poco al margen de las tendencias irreflexivas de los grandes rebaños.

Me resulta inevitable en estas fechas reflexionar y, pertinente, volver una y otra vez a preguntarse ¿hasta cuándo se estila andar dándose de abrazos a diestra y siniestra después de la noche de Año Nuevo?

Es cierto que con muchas personas el sentimiento que supone un buen abrazo surge espontáneo, y las ganas de abalanzarse sobre el otro y estrecharse en brazos supone afecto y sincero cariño; sin embargo las más de las veces, por no decir casi todas, los abrazos resultan empalagosos, cínicos, forzados, torpes e innecesarios.

Hay algunos desubicados que te ofrecen brazos hasta muy entrado febrero y a otros que pareciera que la vida se les va en un abrazo tan falso como superfluo. Incluso hay otros que son capaces de encontrarse contigo en marzo y espetar con una frase como: “Holaaaa, a ti no te he dado el abrazo de Año Nuevo”, como si llevaran una detallada y bien memorizada contabilidad de las personas a quienes ha beneficiado o no con su apretón corporal.

Lo concreto es definir una fecha exacta para la extinción de la obligación social de dar abrazos de Año Nuevo, uno para que nadie se sienta con frustración por un abrazo no correspondido o no andar preguntándose a viva voz, a cada rato, si amerita ya o no esa insalubre costumbre de envolverse corporalmente con un extraño aunque sea una mísera fracción de segundo.

Al respecto, yo propondría una ley corta que defina con exactitud ese día límite; no sé, por ejemplo el primer día hábil de enero, si el 1º cae día lunes, los abrazos del martes ya no corresponden, si el 1º cae en cambio día sábado, en el día 2 de enero todavía podríamos estar abrazándonos, pero ya no el 3. Lo bueno es que esto evitaría dar abrazos a compañeros de oficina con quienes apenas uno conversa en el año o te resultan desagradables sólo verlos, imagínense lo que significa además abrazarlos como si la sinceridad del saludo disimulara una distancia que se mantiene todo el año. Sigue el riesgo de tener que saludar a la gente distante que no obstante uno se las encuentra ese día festivo post celebraciones, qué se yo, el cuidador de autos, el bombero de la bencina, la señora de la panadería, la vecina del 131, el conserje, el guardia del supermercado que a veces al reconocerte se siente impelido a arrojarse en tu corporalidad para desearte como por el cumplimiento de manual de atención al cliente un saludo más falso que reloj paraguayo.

En realidad, detesto cuando los cariños son falsos y se visten con el ropaje de la autenticidad, como son los saludos de cumpleaños de tu banco o isapre, la oferta de un crédito “sólo para clientes premium como uno”, o como ya hemos hablado en otras oportunidades, el edulcorado mensaje navideño de las grandes tiendas, a quienes en realidad les importa un bledo los valores que se supone significan la Navidad con los que hacen gárgaras para vender.

Me parece que los abrazos deberían reducirse a las personas queridas con las que uno comparte la noche de recepción del Año Nuevo y en ese momento en que pareciera que se disiparan todas las rencillas e intercambiamos afecto con quienes además decidimos compartir una cena y una vigilia, el resto es un ritual carente de sentido que se alarga innecesariamente.

Uno debería preocuparse de reflexionar acerca del año que de verdad viene, en lo personal y laboral, establecer objetivos y metas, pensar en cómo abordar los sempiternos temas pendientes de la vida de cada uno. Aprovechar estas primeras horas del año en ver cómo amar mejor a los que uno ama, aprender a tolerar y ser más solidario, tratar de hacer cambios, alivianar la vida al mismo tiempo de hacerla intensa y activa, seguir abrazando a los que uno quiere sin necesidad de esperar una efeméride o una fecha festiva cualquiera instalada en el calendario; juntarse a cocinar rico y a comer en compañía, aunque sean los restos recalentados de una cena construida con cariño.

Con ello, quizás definitivamente volveríamos más renovados a nuestros puestos de trabajo, acompañando de mejor manera el simbolismo del ritual del nuevo año, como los sacrificados soldados de Somme en las trincheras de la Guerra del 14, que superadas las odiosidades de sus banderas, quizás sin abrazos ni ropa nueva, avanzaron más allá de los túneles entre la niebla para compartir entre alambradas una pitada de cigarrillos y el sorbo interminable de una sucia botella de aguardiente. Y luego volver a construir sus sociedades desde la sinceridad de un esfuerzo común, comprometidos con un sincero derrotero social y no distraído por las frugalidades propias de la fiesta más insustancial del año.

 

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El Periodista