El enigma de la belleza en Política

Por Daniel Ramírez, filósofo.

 

Se habla a veces de “un bello gesto”, y se puede decir “una bella persona”. Es la asociación primera de la belleza y la moral, que nos viene de Platón, aunque para él el asunto era ontológico: El Bien y Lo Bello eran una identidad en el plano de las ideas (kalokagathía). Fuera de esto, la estética tiene su dominio aparte, la sensación, el placer de contemplar, el arte, la expresión de sentimientos en bellas formas y lenguajes, la perfección de los seres naturales, etc…

Quisiera formular aquí una problemática ligeramente diferente: ¿Puede la belleza tener un rol en política? Sin duda aparecerán asociaciones que tienen que ver con lo que expresamos al comienzo: grandes luchadores, como Nelson Mandela, con una belleza de alma evidente, un carisma y un magnetismo que fueron ejemplares. Otras, expresan la simplicidad y la persistencia de una lucha, el compromiso de una vida y la generosidad, y son particularmente bellas, como Joan Jara. Pero quisiera ir más allá en la idea. La política es el arte de vivir en sociedad, como ya lo sabían los griegos, para ello se necesitan instituciones justas, una organización eficaz, un gobierno de personas idóneas, una democracia ampliada, la actual es muy pobre (gobierno y parlamento no representan al pueblo, lo remplazan).

Lo que yo creo es que, tal como la demostración de un teorema o la solución de una conjetura matemática puede ser “elegante”, y es un criterio en ciencias, también se la califica de “bella”. La belleza está en este caso principalmente en la simplicidad y ello pueda suscitar una fuerte emoción estética.

Así también, me parece que es posible la creación de instituciones justas, abiertas, inclusivas, de una democracia participativa, en una sociedad que tiende a la horizontalidad y a la fraterno-sororidad, religada con la naturaleza, respetando la vida y la vulnerabilidad y la diversidad de los seres, donde prima en suma, el amor, sin que esta palabra tenga connotaciones religiosas o románticas. Si se puede avanzar en esta vía, todo eso es bello.

Tanto Platón como Aristóteles pensaban que entre las más bellas obras, una buena constitución era lo más elevado que se podía crear. Evaluar las leyes, las instituciones y entre ellas, la más importantes, las constituciones, con un criterio de belleza (ética, humana, política); eso nos falta, y podría incluso enseñarse, constituir un objeto de investigación universitaria: la simplicidad, la redondez, la comprensión inmediata de la inspiración de una bella constitución.

Porque aunque no seamos conscientes, luchamos no solo por la justicia, por la paz, por la libertad, por el bien, por la vida, sino también luchamos por la belleza. Creo que ello justifica tantos esfuerzos, tanta creatividad que se entrega en este camino largo, cuando no se extravía en atajos y trampas, en acomodaciones con los poderes. Yo no lo expresé así en mi tratado de filosofía política (“Manifiesto para la sociedad futura”, Catalonia 2020) porque no entra en esta disciplina, sino en una filosofía general y en una antropología, pero creo que subyace a los esfuerzos por comprender las problemáticas políticas, económicas, sociales. Creo que si las soluciones existen (y creo que sí existen), así como las demostraciones matemáticas o las resoluciones de un complejo contrapunto en las obras de J.S. Bach, son bellas, simples, redondas. Como la canción “Gracias a la vida”, o una ecuación tan perfecta y simple como E=MC2.
Por eso, la tergiversación, la pillería, el oportunismo amarillista, la hipocresía del que busca el poder, la mentira en política, los arreglines aunque se impongan con el poder (mediático, económico o militar), el acuerdo tácito de las élites para preservarse; todo eso es feísimo, imposible disimular su fealdad, y lo más extraño es que eso se ve muchas veces en las caras de quienes profesan estas vías. No en todas, por supuesto, también la belleza física puede estar presente en personas con quienes estamos en completo desacuerdo; me parece que es porque esas personas son coherentes consigo mismas, creen de verdad en aquello que proponen. La diversidad de las ideas, siempre que constituyan sinceramente ideales para personas íntegras, forman parte la belleza de una vida política.

Es el doblez, el disfraz y la disimulación de la voluntad, el egoísmo que se viste de altruismo, el odio camuflado de humanismo el que produce horrores. Por ello es el miedo y la ambición que los hace ganar, nunca el amor, nunca la verdadera adhesión de inteligencias y sensibilidades lúcidas.

La belleza no es una dimensión ajena a la ética, como dijimos, pero tampoco a la política, la belleza es el aura de las ideas, la vibración profundamente humana de ciertas opciones y construcciones del pensamiento y también la pureza de lo nuevo, la luminosidad particular de lo que aparece, de lo que surge. Tal vez por eso, la gran mayoría de los artistas creadores están también por una sociedad más justa, son inconformistas, luchadores, salvo acomodados productores de un arte que sirve de decoración a un mundo donde la fealdad reina.

Muchas sociedades son verdaderos adefesios políticos. El mundo actual mismo, con el equilibrio de poderosos, donde los más fuertes hacen lo que quieren e imponen incluso su verdad, es de una fealdad repulsiva. Las guerras en el Oriente Medio y en Ucrania, sirviendo intereses inconfesables, aliando terrorismo y militarismo colonialista. Las matanzas de las cuales nadie habla en otros lugares. La riqueza de naciones producida por la venta de armas de destrucción masiva. La pobreza de otras, mantenidas en el extractivismo y la dependencia. Un mundo en el cual existen pueblos sin patria y humanos sin derechos es un mundo en que reina la fealdad instituida. Pero nos acostumbramos, y eso es una tragedia que ni siquiera detectamos. Así se empobrecen nuestras almas.

Si el arte es la creación de obras o situaciones que cuestionan, por la sensibilidad, la estructura de nuestra vida interior, que permiten la expansión de nuestras almas, que nos llevan así al desacostumbramiento de la fealdad instituida, la política debería entenderse también como la producción colectiva de la belleza, como la vía que atraviesa lo monstruoso de la injusticia.

El enigma en política es la libertad y la felicidad humana en un mundo de violencia, odio e ignorancia; ese es el desafío.

El enigma de una política donde no se trata de ejercer el poder sobre los demás, sino crear juntos instituciones justas y administrarlas también conjuntamente. Y que nadie venga con que eso “es bonito en teoría pero no se puede en la práctica”, porque esa es la más fea de las ideas, la que preserva el conformismo, la que permite abandonar el deseo profundo del alma sin darse cuenta que se traiciona a sí mismo.

Por supuesto, nada de ello podría existir sin la búsqueda de la sabiduría, sin el deseo de elevarse por sobre nuestra condición pensante actual. Debemos querer profundamente la producción de estructuras de comprensión superiores, que liberen nuestro pensar y sentir de la rigidez que nos han impuesto, o que hemos construido para vivir en medio de la fealdad. Es decir una transcendencia, una espiritualidad.

El enigma de la espiritualidad en política; otra manera de decir lo mismo: ser mejores para producir un mundo mejor; hacernos mejores construyéndolo.

¿Podremos resolver esa conjetura, producir una tan bella ecuación? Yo creo que sí y es lo que creo debería ser el objeto último de la filosofía política.

En el prólogo de un antiquísimo libro de poemas (años 80) escribí: “la belleza es la expresión exterior de la armonía interior entre el amor y la verdad”. Puede sonar un poco enigmático, pero los enigmas se recorren y van entregando su luz escondida si no renunciamos al profundo deseo que nos impulsa. Y ahora comienzo a comprender que hablaba de política.

Quisiera saber que muchos no abandonan, o que al menos algunos quisieran aceptar el desafío; continuar en la apasionada búsqueda de la belleza del mundo, del nuestro, la que agregamos a la belleza del mundo natural. Porque esta resplandece por sí misma, en la perfección del movimiento de un felino, en el color de un atardecer en Atacama, en el brillo de un alba en la Patagonia, en las araucarias majestuosas tocando las nubes, en el cono místico de un volcán.

Construir una bella sociedad, meritoria de tanto don. Hemos probado que somos capaces de comenzar ese movimiento. Ahora se trataría de saber qué nos faltó para continuarlo, y no conformarse con substitutos que no son dignos de nuestro amor a la vida.

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El Periodista