A solo 145 kilómetros de Gaza: una voz desde la nube de horror

Te escribo desde Jordania, a unos 145 kilómetros de Gaza y a 105 de Jerusalén en línea recta. Por dónde empezar cuando vemos tanto horror pasar por las pantallas del mundo, y la gente tomar partido según su conocimiento o ignorancia de la historia de los Palestinos en los últimos 75 años, con un odio nunca visto*

Querido director. Llevo dos días intentando concentrarme para escribirte algo coherente. Lo voy a intentar. Tengo una nube de horror en la cabeza porque aquí no estamos solo cerca en términos de kilómetros sino también porque un alto porcentaje de Jordanos (se habla de 55%) tienen orígenes palestinos, y sus abuelos tuvieron que irse en 1948 o 1967, sin jamás poder volver. Todos tienen un amigo o un familiar en Gaza. Todos te hablan de los muertos diarios. Y en este ambiente, las palabras no me salen fácilmente. Además, lo que te escribo solo tiene un valor: el de poder darte imágenes de lo que la gente está viviendo aquí, en el Oriente Medio.

No voy a hablarte de las posiciones adoptadas por los políticos occidentales, ni de las estrellas de cine o de la canción a las que se pide expresen su apoyo a Israel. Ni de las manifestaciones en las calles occidentales que muestran un apoyo real a los Palestinos. Ni de la ansiedad creciente que sentimos cuando oímos a cada rato despegar los aviones estadounidenses de sus bases aéreas, ni la sensación de estar bajo los escombros cuando vemos que la vida o la muerte de millones de personas la deciden hombres de traje azul o gris, sentados en sus lujosos despachos, sorbiendo su té, lejos del teatro de los acontecimientos de Oriente Próximo, donde los que pagan no existen a sus ojos. Hace tiempo que conocemos su belicismo y su cinismo –no fue el actual ministro de la Defensa francés quien en una visita a Kiev el 28 de septiembre 2023 decía y repetía asumir que la guerra de Ucrania era una «oportunidad» para los industriales franceses.

Así es que te envío una pequeña voz desde el Oriente Medio.

Horror frente a las masacres

Para empezar, quiero decirte que todos los que vivimos en esta parte del mundo –habitantes jordanos de las múltiples etnias, refugiados de Irak, Siria, Palestina, Sudán, Yémen y del Cáucaso, académicos, periodistas, trabajadores humanitarios, personal de organizaciones internacionales, de la ONU, de la UE, diplomáticos– estamos acostumbrados a ver imágenes de masacres. Y nos horrorizamos cada vez que vemos una.

Todos los días, niños, adolescentes, mujeres y barbas blancas son asesinados a sangre fría por soldados israelíes, mientras los colonos israelíes vacían los pueblos palestinos y destruyen sus casas para hacer huir a los que no se fueron en 1948 y 1967, a los que se quedaron soportando las masacres y las humillaciones durante 7 décadas y media. Todos, acá, vemos derramamiento de sangre prácticamente todos los días. Pero las víctimas son Palestinos, en pueblos árabes de Cisjordania, en Gaza.

Cada vez lo vemos y cada vez nos quedamos conmocionados por la falta de humanidad que nos rodea. Porque estas imágenes no provocan la reacción y declaraciones de los políticos occidentales, los mismos que se han movilizado ahora, por las víctimas civiles de Israel. ¿Por qué no alzan la voz de la misma manera para todas las vidas civiles?

Pocos son los que se atreven a decir que los palestinos también tienen derecho de vivir. Y si los medios de comunicación occidentales lo mencionan, es en unas pocas líneas: «bombardeo en X, tantos civiles muertos, el ejército israelí no confirma o el ejército investiga». O sea, el mundo ha asumido que Israel ocupa a los palestinos, pero también ha asumido y aceptado su sacrificio.

Ninguna violencia justifica otra violencia, esto es un principio, y no olvidemos que cada vida vale otra vida. Por eso urge poner fin al castigo colectivo de una población atrapada en la franja de Gaza.

Cada vida importa

El sábado 21 de octubre, el discurso del rey Abdullah 2 de Jordania en El Cairo ante la Liga Árabe, que pronunció en inglés para que el resto del mundo pudiera entenderlo y oírlo, nos hizo mucho bien. Se dirigió a todos aquellos que creen en nuestra humanidad común, haciendo hincapié en cada palabra: ¡Cada vida civil importa! ¡Cada vida importa!

Y la de un palestino -o un árabe- vale tanto como la de un israelí. Pero la realidad nos muestra exactamente lo contrario. Este principio no es cierto cuando se trata de los palestinos. A pesar de la creciente crueldad de la masacre de civiles en Gaza, los dirigentes del mundo (no sus pueblos) guardan silencio. Cualquier Estado que no fuera Israel sería inmediatamente condenado por lo que está haciendo, considerado responsable y obligado a detenerse, y esto se ha visto en otros conflictos… El mundo árabe escucha el mensaje que transmite el silencio de los dirigentes occidentales: las vidas de los palestinos valen menos que las de los israelíes. Las vidas de todos los que vivimos en Oriente Medio valen menos que las de los israelíes.

La aplicación de las leyes internacionales es opcional para unos y un deber para otros, y los derechos humanos tienen límites: este mensaje que la comunidad internacional le entrega a nuestra región es muy, muy peligroso.

Claro, esto es sólo un discurso dirigido a los representantes de los líderes mundiales… Pero es bueno oír a alguien pedir en voz alta la paz y que el derecho internacional se aplique por igual a todo estado.

Aunque todos sepamos que desde hace 75 años los gobiernos israelíes, uno tras otro, no respetan el derecho internacional, que hacen lo que quieren sin que nadie les moleste. Nadie se atreve a recordarles que el derecho internacional TAMBIÉN se les aplica a ellos. Es extraño: da la impresión de que se trata de un niño que empuja los límites cada vez más lejos, y que el mundo le deja hacer lo que quiere y seguir adelante sin ponerle nunca ningún límite. Hoy, Netanyahu anticipa esta actitud de ‘laissez-faire’. Sabe que Estados Unidos lo seguirá incondicionalmente. Sabe que el mundo ha sacrificado a los palestinos. Siente que tiene las manos libres. Pero dar las manos libres a un criminal nos empuja al medio de lo peor. El anti-judaísmo y el anti-islamismo van en aumento, especialmente en poblaciones ignorantes y fácilmente manipulables. Ya lo estamos observando en Estados Unidos donde hubo asesinados estos últimos días en Chicago y en Detroit.

Imagen de archivo

«Vamos a pagarlo caro»

En los quince años que llevo viviendo en el Oriente Medio, hay una cosa que he entendido muy claramente: la importancia del ejército israelí, su capacidad de ataque, su servicio militar obligatorio, sus armas, sus ventas de armas, sus servicios secretos, el Mossad, su tecnología spyware que se vende a los gobiernos del mundo entero, dictaduras, mafias, narcos… para controlar a los opositores, activistas de derechos humanos, periodistas y, en algunos casos, poder suprimirlos.

Era tan alto su nivel profesional, que del mundo entero le pedían entrenamiento militar. “Israel le ha dado formación a los gobiernos más dictatoriales del mundo», me explicaba Benjamín, un israelí de origen polaco que emigró a Palestina con su familia en 1933, y a quien conocí hace unos años en el norte de Israel. «Siempre ha vendido armas a los gobiernos más reaccionarios, incluso a Sudáfrica antes de 1991, en la época del apartheid».

Todo esto para decirte que Tsahal, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) no son sólo un ejército, una ideología y una imagen internacionalmente respetada y temida. Así es que para todos los que sabemos esto desde hace décadas, admitir que el ejército más poderoso del mundo, que conoce la marca de té que bebe cada palestino de Gaza, y penetra en sus hogares e incluso en su intimidad con miles de cameras y drones… ¿no sabía lo que estaba pasando con Hamas que cuenta con unas 20 000 personas? ¿De veras? Aquí nadie lo entiende y por eso todos dudan.

Las primeras imágenes que recibimos aquí el 7 de octubre eran de una excavadora derribando el muro. Y fue la visión de una prisión que contiene a 2,2 millones de personas civiles, con las puertas abriéndose milagrosamente. Al principio pensamos que era un montaje. Luego, vimos circular a un hombre conduciendo un coche por calles estrechas, con una mujer bastante mayor sonriente atrás, las ventanas abiertas y la gente gritando “bienvenida” con los típicos yuyús.

Después llegaron imágenes de gente corriendo, y le leyenda decía que eran colonos. Teniendo en cuenta lo que ya hemos visto de las acciones de los colonos, a los que el gobierno israelí de extrema derecha arma y apoya sin siquiera ocultarlo, y en vista del ataque al pueblo de Huwara el pasado febrero, ver correr a lo que creíamos que eran colonos nos hizo pensar que habían efectuado otro ataque. Resultó que no eran colonos, sino jóvenes aterrorizados que participaban en una fiesta rave a uno, dos o tres kilómetros de la franja de Gaza, que huían ante la llegada de las camionetas de Hamas.

Durante varias horas, estas fueron las imágenes que circularon, lo que explica la reacción de las poblaciones árabes. Hamás -o más bien su brazo armado, las Brigadas Ezzedine Al Qassam- fue el autor de esta operación. Hamás, que todos sabemos que nunca ha gozado del aprecio unánime de los palestinos de Gaza, y que recibía ayuda de Qatar, entre otros, con el beneplácito de Netanyahu, porque veía en el desarrollo de Hamas una forma de dividir a los palestinos e impedir la creación de un país palestino de verdad, con su territorio digno de un Estado.

El hecho de que Hamás se atreviera a romper el muro de seguridad más sofisticado y controlado del mundo, una barrera invencible, hizo sonreír a algunos, pero rápidamente preocupó a la mayoría.

«Va a dañar la imagen del Tsahal, vamos a pagarlo caro», decían mis vecinos jordanos. Porque, repito, aquí todo el mundo tiene miedo del Tsahal. Y cuando digo la gente, no me refiero a las redes sociales, sino a la calle, donde la gente habla e intercambia ideas. “Todos vamos a pagar», decían, muchos de los cuales tienen orígenes palestinos (en torno al 55%) o amigos o familiares en Gaza.

Solo varias horas después llegaron las imágenes de los ataques contra lugares estratégicos del ejército israelí, estacionado cerca de Gaza. La toma de rehenes. Y eso tampoco correspondía en absoluto con la imagen que todos teníamos del ejército israelí. Tsahal se habría hecho cargo de esas tomas en cinco minutos, no en 6-7 horas. Por otra parte, a medida que la irrupción de Hamás se hacía cada vez más real, los jordanos la entendían como un acto suicida. Se había abierto la caja de Pandora. Y las reacciones de los gobiernos occidentales no tardaron en llegar.

Todos decían lo mismo: “Israel tiene derecho a defenderse. Israel recibió apoyo incondicional y carta blanca”. Luego comenzó el castigo de los palestinos civiles de Gaza. Muy rápidamente. Y debo confesar que hay una cosa que aquí la gente cuestiona: ¿cómo se explica que, a pesar de haber recibido información sobre una posible operación de Hamás, las FDI no se la tomaran en serio, y luego, aún más grave, cómo va a justificar el gobierno el hecho de que, bombardeando Gaza como lo hace de manera tan intensiva, toma el riesgo de matar a los rehenes israelíes en Gaza, y de darle el mensaje a su pueblo que la sed de venganza es tan fuerte, que han preferido sacrificarlos? Algo que ningún gobierno israelí ha hecho, nunca…

(Xinhua/Rizek Abdeljawad)

Nunca pudieron regresar

Cuando el bombardeo de Gaza comenzó, hubo anuncios israelíes de que los habitantes del norte de la franja de Gaza se desplazaran hacia el sur. La frontera con Egipto debía abrirse para dejar pasar a algunos. Pero muchos de los que llegaron cerca de la frontera la encontraron cerrada, y los bombardeos israelíes sobre esa zona mataron a muchos civiles en búsqueda de refugio. Luego Danny Ayalon, ex embajador israelí en Estados Unidos y viceministro de Asuntos Exteriores, le dio una entrevista a Al Jazeera el 15 de octubre de 2023, insistiendo en la necesidad de desplazar a los civiles de Gaza. No se trata de arrojarlos al mar, dijo –“God forbid”– sino de construirles refugios en el desierto egipcio del Sinaí. Claro, así de fácil. El problema es que este escenario es uno que los palestinos ya han visto y experimentado en 1948 y 1967. En 1948, los grupos judíos sionistas, a los que el propio Ben Gourion calificaba de terroristas antes de mayo 1948, perpetraron masacres en Deir Yassin, Tantoura y más tarde Al Dawaymeh (en octubre 1948, cuando los grupos terroristas habían sido integrados en el ejército israelí), tres nombres de los 500 pueblos borrados del mapa y rebautizados por Israel. Masacres que los dirigentes del joven estado de Israel de la época hicieron lo más visibles posible para sembrar el terror en todo el país, provocando la huida de las poblaciones palestinas en busca de seguridad. 750.000 palestinos tuvieron que huir al Líbano, Jordania, Siria, Irak y Egipto. Nunca pudieron regresar.

Después de 1948, en 1967, con la Guerra de los Seis Días, se produjo una nueva oleada de masacres y expulsiones de palestinos. Y una vez más, la comunidad internacional ofreció seguridad en refugios instalados en países vecinos. Esta vez 250.000 personas se marcharon y nunca pudieron regresar. A diferencia de todos los refugiados del mundo que pueden, un día u otro, volver a casa, como lo preconiza el derecho internacional.

El discurso de Ayalon ofreciendo mandar a los palestinos de Gaza al desierto de Sinaí, se inscribe en esta memoria, que explica por qué ya nadie cree lo que dicen los dirigentes israelíes en la región: porque han demostrado que no respetan ningún acuerdo. Ningún principio de la ONU. Nada. Por eso Egipto y Jordania han declarado su negativa a acoger refugiados. Porque saben que no habrá retorno posible. Y que es una manera de diluir a los palestinos sin respetar sus derechos.

Sobre todo, saben que los colonos con el apoyo del ejército israelí, han intensificado los ataques en Cisjordania donde sólo quedan reductos de ciudades y pueblos palestinos… estos ataques han costado la vida de 300 palestinos este último mes, y nadie ha dicho nada al respeto.

A la vista del gran número de colonos agresivos, fanáticos y armados, convencidos de que Dios les ha dado esa tierra para preparar la llegada del Mesías, colonos a los que los sucesivos gobiernos han permitido asentarse cada vez más desde los Acuerdos de Oslo de 1993 –han llegado a ser 710.000 colonos en Cisjordania, incluido Jerusalén Este, según Naciones Unidas, frente a unos 130.000 antes de 1993–, parece que asistimos a la configuración de un escenario catastrófico para los palestinos. Salvo porque los palestinos tienen una capacidad de resiliencia fuera de lo común. Han demostrado que son como el cactus en el desierto: siempre vuelven a crecer. Y todos aquellos que conozco en Jordania y en otras partes del mundo, unos 6 millones de personas repartidas por todo el planeta, no han perdido la esperanza. No lloran, porque llorar debilita.

En mi próximo correo te presentaré a Elena, que vivió 15 años en Gaza, trabajando en ayuda humanitaria y entrevistando a palestinos de Gaza para su tesis de sociología política sobre los efectos del bloqueo en la vida y las tradiciones de la gente.

*Decidimos, por acuerdo con el/la autor(a), mantener su nombre en reserva por razones de seguridad.

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El Periodista