Desde febrero del 2019 que Luis Miguel no pisaba suelo nacional, es más, su último concierto, previo al Tour 2023 que lo trajo de vuelta a Chile, fue hace exactamente 4 años. Una pausa que para un músico de la trayectoria del “Sol de México” genera una expectativa pocas veces vista en esta parte del mundo, donde la agitación política, real y de la otra, ha ocupado la agenda mediática sin descanso.
Las entradas para sus 10 conciertos -veladas que se iban sumando una detrás de otra debido a la altísima demanda- se vendieron apenas anunciadas por la tiquetera oficial. El retorno del astro mexicano anticipaba una fiesta de altura y sin precedentes, y no fue la excepción.
El periplo en tierra nacional comenzó un 21 de agosto y terminó este 6 de septiembre entre lágrimas que abrieron la puerta a la reflexión. ¿Por qué lloró Luis Miguel?
Difícil saber por dónde empezar.
Primero, mucho se habla acerca del mal momento financiero que vive, el cual incluye una gran deuda con Aracely Arámbula por la manutención de los dos hijos adolescentes, Miguel, de 15 años y Daniel, de 13. La necesidad imperiosa de monetizar (cada concierto cuesta un millón de dólares de los cuales el 50% va a los bolsillos del azteca) y el deseo de darle un nuevo aire a su vida artística lo motivó a salir de su ostracismo y pensar en un regreso espectacular. También, el hecho de someterse a una rigurosa dieta de intermitencia, que muchos especulan está complementada con una manga gástrica, le aportaba esa seguridad perdida por un constante sobrepeso, del tamaño de su gran ego, que tuvo como resultado un cuerpo nuevo y extremadamente delgado que no solo le permitió desplazarse a placer en el escenario, sino también, correr y bailar al mejor estilo de Elvis en Las Vegas, movimiento pélvico incluido.
Recordemos que el cantante ya venía de dar 10 conciertos en la Argentina, sin descanso de ningún tipo, y arribaba a nuestro país en medio de una secreta y polémica visita a una clínica privada, días antes de su debut, por un cuadro gripal agravado, según sus redes sociales “por los cambios de temperatura”. Al parecer nada importante. Pero la realidad en el escenario fue otra.
Luis Miguel arrastró, días más y días menos, una tos persistente, que no solo era visible en el escenario y en sus gestos de frustración, sino que le impedía muchas veces terminar las frases de sus canciones siendo auxiliado, según testigos tras bambalinas, por un eficiente toque de oxígeno activo. El caso es que, muy “Sol” será, pero mantener esa presión de canto sobre un cuerpo fatigado y en recuperación es una irresponsabilidad sin precedentes y a su vez histórica. Luis Miguel, no quiso abandonar en ningún momento y sus conciertos se transformaron en una batalla incesante, no solo contra un eventual fracaso sino contra una garganta que se negaba a llegar a aquellos tonos imposibles que solo el mexicano podía lograr. La pasión y quizás la terquedad, pudo más que cualquier parte médico. Bien por el público y el show, muy mal para su salud y su capacidad vocal.
Quizás algo había en esa metafórica imagen proyectada en el telón de fondo del escenario. La visión de un sol que, aunque se levantaba en el horizonte, lucía tonos arrebolados, un sol poniente, un sol de atardecer que hablaba -quizás- de un artista que viene de vuelta y, aunque no es precisamente su ocaso, la vida, desde ahora en más, es un recordatorio de aquello que dejó atrás y lo puso en el sitial de honor que hoy ostenta. Porque no hay baladista en español que esté a su altura, incluso en su momento más difícil, fue capaz de levantar un show irrepetible, de calidad superior, con una orquesta de nivel mundial, liderada por el gran Kiko Cibrián, guitarrista, compositor, arreglista y mano derecha del cantante, junto a un grupo de músicos superlativos que rara vez podemos presenciar en eventos populares, desde los bronces que atacaban con sus reminiscencias setenteras hasta la sección de cuerdas que acoplaba magistralmente al clasicismo de sus boleros, cada músico, siempre, el mejor en su instrumento.
Su set de canciones también anticipaba una especie de revisión de su enorme carrera artística, repasando sus experiencias infantiles y juveniles, lo que incluía éxitos de sus inicios como “palabra de honor” o “La chica del bikini azul” y reivindicando su posición de liderazgo en el bolero y el mariachi contemporáneo. “Éxitos”, “Romances” “Duetos” “Mariachis” y “Clásicos” son espacios conceptuales de sus conciertos salidos del mejor resumen de la música popular latinoamericana. Definitivamente no hay artista de habla hispana que pueda ostentar tal “racconto” musical.
Mención importante es aquel par de “colaboraciones” que fueron generosamente aplaudidas por la fanaticada, por una parte “Sonríe” (Smile) junto a Michael Jackson en pantalla gigante y “Come fly with me” a la par con Frank Sinatra, que dibuja, no sé si a propósito, un perfil de reinvención muy cómodo para el mexicano, donde se le ve en total control vocal y lleno de ese magnetismo sensual que le caracteriza. Instalarse en el espacio de los grandes “crooners” puede convertirse en una interesante estrategia para alargar su capacidad vocal -visiblemente afectada- por muchos años más.
Por lo pronto ya tiene agendado el 2 de marzo de 2024 para volver a Chile. La expectativa es que sea en el Estadio Nacional para tener la más amplia convocatoria posible. Más allá de los problemas vocales que lo afectan, la energía sigue intacta. El “Sol de México” vive hoy una etapa de madurez que incluso lo ha hecho expresar emociones que antes contenía para no afectar su imagen, el público disfruta y él sonríe, se emociona y bromea por doquier.
Luis Miguel sabe que no queda nadie más a su altura y eso lo hace exigirse a veces en contra de su salud, sin embargo, el resultado es un espectáculo único que consolida a un artista irrepetible. Las lágrimas que dejó en nuestro país son la expresión máxima de su esfuerzo, de la bronca por no poder cantar más, de sus ganas por mantenerse vigente y de su imparable nuevo comienzo.