Ocaso de los monumentos como símbolos del poder y su resignificación en las urbes
Estas instalaciones fueron masificadas en Chile durante el siglo XIX como parte de los esfuerzos por construir una historia colectiva de la nación. Actualmente, se han vuelto materia de controversia a nivel global. Por ello, académicos y académicas de la Universidad de Chile abordan el pasado, presente y futuro de los monumentos y de otras formas de homenaje como los memoriales.
Hechos para resaltar a la vista de quién transita cerca de ellos, los monumentos se han vuelto una estampa de la mayoría de las urbes en el mundo. Presentes en muchas formas o tamaños, estos se manifiestan tanto como espacios u objetos denominados así con el tiempo o construidos desde un principio con la intención de homenajear. Así lo señala Pía Montealegre, académica del Instituto de Historia y Patrimonio de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) de la Universidad de Chile.
“En el caso cuando algo es designado como monumento, es lo que nosotros llamamos monumentos históricos, es decir, un lugar cuyo valor amerita ser catalogado como un monumento. En el caso del monumento erigido es fácil de conceptualizar, siendo cualquier escultura que se levanta en honor a algo o alguien que se quiere conmemorar”, explica Montealegre. Precisamente, estos elementos, los monumentos erigidos, se han vuelto materia de controversia, con casos en distintos lugares del mundo donde estatuas han sido retiradas o destruidas como parte de un revisionismo de la historia.
Para Luis Montes, escultor, académico y vicedecano de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, este fenómeno responde a la lógica de poder bajo la que se construye este tipo de monumentos. “El monumento debe ser entendido primero como un ejercicio del poder. Es un ejercicio del poder en el espacio público y, normalmente, lo que hace es reivindicar una historia oficial que, estando escrita, se reafirma mediante el signo artístico para perpetuarla. Vale decir, siempre el monumento tiene que ser entendido como mensaje que vincula un presente con un pasado, como una manera de leer el pasado y que lo proyecta al futuro”, señala.
Esta concepción también se entiende como un esfuerzo por prolongar permanentemente un relato histórico, algo que para Rodrigo Caimanque, académico del Departamento de Urbanismo de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU), resulta insostenible en el tiempo. Esto, en el marco del constante cambio de las sociedades a través de los procesos sociales. “El cómo nos relacionamos con estos monumentos y con estos espacios va cambiando. Eventualmente, podría haber nuevas resignificaciones de lo que entendemos por monumento y a lo mejor algunos existentes ya no serían tal. Son discusiones bien complejas” afirma.
Es bajo el marco de esta resignificación que la profesora Montealegre reconoce, a nivel global, más compleja la realización de monumentos ante una sociedad que progresivamente busca eliminarlos. “En Europa, muchas manifestaciones sociales han terminado con el derribo de monumentos que se consideran coloniales, símbolos del patriarcado, símbolos de la cultura racista, etc. Hoy día se tumban más estatuas que las que se levantan. Hoy día nuestros cánones culturales hacen más difícil levantar una estatua de algún personaje, porque quizás tenemos una mentalidad que es menos heroica respecto a la que existía en la tradición decimonónica de la estatuaria”, plantea la académica del Instituto de Historia y Patrimonio.
Una historia móvil
El monumento siempre se ha percibido como un espacio estático y permanente. De hecho, para el profesor Montes esta es su principal característica. “No hay ningún monumento que haya sido pensado, por ejemplo, para ser destituido en algún momento determinado. Los monumentos están hechos para perdurar”, explica. Es justamente esa lógica de perpetuidad la que, para el académico, genera el gran conflicto actual con los monumentos, al buscar mantenerse independientemente del transcurso de la historia. En Chile, está lógica viene del siglo XIX, cuando los emplazamientos de estos tuvieron su apogeo.
“La segunda mitad del siglo XIX fue muy prolífica en materia de monumentos, y esto tenía que ver con una razón muy simple, no existía carácter nacional. Este se empieza a configurar a partir de la década del 20′ y 30′ del siglo XIX y, por lo tanto, las figuras nacionales tratan de poner en marcha una máquina identitaria. Esa máquina identitaria se ejercita desde el Estado, siendo este el que manda a construir los primeros monumentos, sean estos de carácter escultórico o arquitectónico”, relata el profesor Luis Montes.
Paradójicamente, pese a su naturaleza estática, fue justamente en este periodo cuando los monumentos experimentaron mayor movimiento. Así lo señala la profesora Pía Montealegre, quien destaca que durante el siglo XIX Benjamín Vicuña Mackenna, en su calidad de intendente de Santiago, además de generar distintos monumentos también trasladó otros. “Eran mucho más móviles de lo que estamos acostumbrados ahora, que nos llama mucho la atención desplazar un monumento. Pero en esa época que se hacían más monumentos estos también se trasladaban sin generar tanta polémica”, indica la académica.
De hecho, el primer monumento erigido en Chile -la estatua al Abate Molina, inaugurada en 1861- originalmente estaba emplazado en el frontis de la Casa Central de la Universidad de Chile, específicamente en la intersección de la Alameda con la calle San Diego. Sin embargo, en 1927 este sería trasladado a la ciudad de Talca, donde permanece hasta ahora.
Es por ello que, para la profesora Montealegre, el futuro de muchos de estos monumentos sería ser nuevamente trasladados, pero esta vez a museos o centros culturales. “Van a conservarse aquellos que tienen un valor artístico en sí como piezas escultóricas, pero van a ser desplazados de sus lugares de honor. Creo que nuestra sociedad ya no lee, ya no le abre espacios de honor a personas, sino que a ciertos hechos que son más bien colectivos”, concluye la académica.
El memorial como espacio de homenaje
Contrario al monumento, el memorial se plantea como una reivindicación de una historia que antes no pudo ser escrita. Así lo señala Luis Montes, quien se ha encargado de la realización de dos memoriales y actualmente se encuentra trabajando en un proyecto de memorial. Es así como, desde la perspectiva del escultor, el memorial pone en práctica ciertas gramáticas que se diferencian de la noción monumental tradicional para así poder establecer vínculos con aquellos hechos que sucedieron tan dramáticamente en la historia. “Es, finalmente, marcar aquellos lugares que permitan hacer un reconocimiento de aquello que de forma tan tremenda ha acontecido”, señala.
Es en este sentido que también surgen los sitios de memoria, un tipo más específico de monumento que se entiende que ha sido construido o designado para recordar algo que no necesariamente es un proceso cerrado, como la historia, y su objetivo es conmemorar un evento específicamente traumático. “Generalmente, los memoriales se usan para conmemorar eventos traumáticos, eventos sociales traumáticos”, explica Pía Montealegre.
Coincide con esta visión el profesor Caimanque, quien señala que la historia que llevan detrás estos sitios, claramente los convierten en espacios o lugares que tienen una característica especial y que deben ser resguardados. “Tiene que existir un reconocimiento estatal, como en muchos de los centros que antes fueron de tortura y violación a los derechos humanos, por ejemplo, y exterminio, pero que se han ido resignificando y que, de alguna manera, el Estado los reconoce, no necesariamente todos como monumentos, pero sí reconocen ese carácter histórico y de memoria», comenta.