Negacionismos a 50 años del golpe de Estado

Por Daniel Grimaldi, Director Ejecutivo de Chile21

En los debates en torno a los 50 años del golpe, circula la calificación de «negacionismo» para señalar una persistencia o aumento de relativizaciones y apoyos al golpe y a la dictadura de Pinochet. Esto se observa tanto en discusiones triviales como en programas de discusión política, encuestas y columnas en los medios.

El tema ya escaló a La Moneda; Patricio Fernández, asesor presidencial para la conmemoración de los 50 años presentó su renuncia, en medio de fuertes críticas a sus observaciones respecto al golpe… ¿un negacionista asesora al presidente? Parece que estamos yendo demasiado lejos en esta materia y necesitamos evaluar mejor las actitudes negacionistas que podemos estar presenciando y diferenciarlas de los legítimos juicios críticos.

A fines de mayo se presentó en Chile21 la encuesta Mori-CERC sobre la imagen de la dictadura a 50 años del golpe. Solo tres indicadores: en diez años ha bajado un 21% el porcentaje de encuestados que considera que «el golpe destruyó la democracia» y aumenta en 18% quienes creen que «nos liberó del marxismo». Por otra parte, se observa una disminución en 27% de encuestados que consideran que «nunca hay razón para dar un golpe de Estado» y aumenta en 20% quienes creen que los militares «sí tenían razón para actuar». Asimismo, cae en 12% el porcentaje de encuestados que considera que el régimen militar «fue sólo malo» y aumenta en 7% quienes consideran que el régimen de Pinochet «tuvo algo bueno y algo malo».

Para comprender bien este fenómeno y no sobre interpretarlo, debemos atender que no todas las actitudes respecto al golpe y la dictadura son del mismo orden ni intensidad. Así, se puede emitir una opinión neutra, indiferente o favorable hacia la dictadura por simple desconocimiento de la evidencia y sin tener siquiera un juicio estable sobre los hechos del pasado. La ignorancia puede llevar a un desprecio de la democracia cuando no se tiene conciencia de las desastrosas consecuencias de las dictaduras e incluso se puede condenar a algún sector político sin saber nada o muy poco de la historia política nacional. Por otra parte, también se puede caer en negacionismos por oportunismo selectivo, valorando un aspecto positivo de una dictadura en el pasado frente a un contexto determinado de la actualidad. Si hoy aumenta la delincuencia y con Pinochet había mucha menos, alguien podría pensar que una dictadura es mejor para controlar este problema. En ambos casos vale la pena preguntarse ¿qué se ha hecho por reforzar el conocimiento de la historia y los valores democráticos en los ciudadanos?

Un caso aparte es el negacionismo ideológico o por convicción. En estricto rigor, aquí no hay negacionismo, porque no se desconocen las atrocidades de una dictadura, más bien hay una valoración positiva de ellas, se les justifica e incluso defiende. Lo que tenemos es más bien una «contra memoria» de la dictadura, otra lectura de los hechos y una lucha por imponer una dimensión positiva de ella. Es probable que, en sectores de la población más cercanos hoy a republicanos, este tipo de opiniones siempre haya existido, lo que se llamó alguna vez el «pinochetismo sociológico», pero no se expresaban tan desacomplejadamente porque había un reproche evidente de las bondades de la democracia para contenerlas. En este sentido, debiéramos preguntarnos ¿qué permite que las memorias reivindicativas de la dictadura se expresen hoy con mayor fuerza?

No creo que los chilenos se hayan vuelto más pinochetistas, es la debilidad de la democracia para enfrentar los problemas del presente lo que abre la puerta a relativizar el golpe y los horrores de la dictadura.

Finalmente, no son negacionistas quienes se atreven a revisar el pasado de manera honesta buscando esclarecer espacios grises, que siempre los hay. Pero tal vez esta vocación revisionista no sea la más adecuada para dirigir actos conmemorativos a nivel de Estado, sobre todo cuando un gobierno está débil para sostener una discusión de este tipo. He ahí el problema de Patricio Fernández, en el fondo es político, no ético ni moral.

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El Periodista