Barbie: el necesario y sinuoso viaje de la heroína

Por Miguel Reyes Almarza, periodista e investigador en pensamiento crítico.

★★★★☆ (4 sobre 5)

Muchos anticipaban, con cierto aire de superioridad y una pizca de ignorancia, una especie de lucha dispar entre la grandilocuencia del Oppenheimer de Nolan (2023), filme que roza en lo perfecto y su contendora -al menos en los medios- Barbie, escrita y dirigida por Greta Gerwing, basada en la icónica muñeca de Mattel. Si había cierta ilusión a favor del mundo rosa, esta era atribuida –“por los entendidos”- a una pretensión nostálgica, de quienes eventualmente tuvieron la muñeca o la desearon en demasía en pleno apogeo del fenómeno comercial. Muy pocos vieron venir el torbellino de ideas que traía en sus entrañas reflexiones inexcusables acerca del movimiento feminista.

Barbie, aunque no se diga en voz alta, es más que Oppenheimer en muchos aspectos, tantos, que de pronto sobra, confunde y se contradice. Sin embargo ¿qué mejor estímulo a la reflexión que la sensación de extrañeza?, ¿de aquel fondo que no encaja en la forma? Barbie es un panfleto desesperado que pone el foco en el rol de la mujer en sociedad, la sedimentación del patriarcado y el control sobre la propia sexualidad. Mientras Nolan pinta aquello que la historia ha definido como necesario, Gerwing se alza en la peligrosa tarea de hacernos pensar la alternancia desde un mundo saturado de rosa.

Al parecer, olvidamos que el cine como expresión artística es mucho más que los aspectos técnicos involucrados. Más allá de la visualidad, de la perfección de ciertos planos o el uso alterado de los colores, la pantalla gigante es ideología, propaganda, instrucción y -sin exagerar- control social. Si desde el lenguaje cinematográfico se ha logrado construir una serie de roles y estereotipos perversos, es en el mismo escenario donde estos deben ser al menos impugnados. Barbie, es uno de los intentos más significativos.

Desde el punto de vista argumental, es difícil no recordar aquel concepto adaptado por Maureen Murdock, en su obra “Ser mujer: un viaje heroico” (2010) más conocido como “el viaje de la heroína” en referencia al mítico modelo -patriarcal por excelencia- de Joseph Campbell (1990). La analogía entre la obra y el filme resulta sustantiva por donde se le mire. Mientras que para el héroe, que en este caso podría ser Ken -el accesorio de Barbie interpretado por el talentoso Ryan Gosling (La, La, Land, 2016)- su viaje culmina con una versión mejorada de sí mismo, reconociendo que puede ser mejor persona, para la heroína -Barbie- el viaje finaliza -si es que lo hace alguna vez- reconociendo aquello que tuvo que dejar para convertirse en el objeto de deseo, la muñeca -de niña a mujer- no busca tener un “upgrade” de habilidades o talentos, sino más bien, de volver a recuperar aquello que le fue removido por la sociedad para poder tener un lugar en la mesa -sexo incluido- y que son la esencia de su propio ser.

Barbie -encarnada “literalmente” por el excelente trabajo de Margot Robbie (The Wolf of Wall Street, 2014)- camina desde el statu quo a un mundo complejo y desconocido, donde ha de formar su propia identidad individual y social, buscando lo que parecía perdido y sacudiéndose del “ser mujer” del que hablaba Simone de Beauvoir en su obra “El segundo sexo” (1949), aquella programación ajena, que pesa y destruye cualquier afán de autonomía. Y sí, todo esto lo vemos en el filme, entre rubios, risas, playa, cantos e infantiles escenarios, muy adecuados fotográficamente a los spots televisivos de la marca.

Es cierto que todo esto es producto de un fenómeno comercial que recauda aquello que hace mucho la firma Mattel no hacía con la muñeca en cuestión, no obstante, insistir en esa regresión infinita no aporta en lo absoluto a la discusión. En un mundo donde el mercado domina, cualquier cambio significativo, que no implique “quemarlo todo” debe partir dentro del mismo modelo, con sus propias formas y reglas, de lo contrario, la amplificación y redundancia, tan necesaria en nuestros días para que las audiencias atiendan al mensaje se hacen imposibles de lograr y, por tanto, cualquier discusión “extra oficial” va a parar directamente al “semanario de lo insólito”. El “efecto Gioconda” del que hablaba Umberto Eco en su ensayo periodístico “El Televidente” (1972) -eso de poner la información incómoda en el lugar inadecuado- funciona muy bien y al parecer de la opinión pública y de la crítica desinteresada, la intención performativa del filme, no se perdió del todo.

¿Se contradice? Por supuesto, como la vida, es más, de cierta forma también se burla de sí misma, mecanismo que le permite explorar las virtudes y los errores por igual. Intentar cambiar el rosa desde el rosa puede ser algo escasamente lógico, gran parte de la audiencia conservadora, masculina y los críticos de alta escuela, se han burlado de antemano de este trabajo clasificándolo como “comedia fantástica”, no apurando el análisis hacia lo que verdaderamente es: una crítica social con tintes de utopía. Parafraseando al filósofo e historiador de la ciencia, Thomas Kuhn (1962), este menosprecio sería la muestra indefectible de cómo el paradigma que está siendo revisado se defiende y da sus últimos estertores.

Otro gran acierto tiene que ver con la forma en que Gerwing indaga sobre el cambio paradigmático, entre guiños a Odisea 2001 (una metáfora del origen de todos los males) y Blade Runner (el concepto de muñeca rota), revisa de forma histórica y desde las ideas de la creadora de Barbie, Ruth Handler, la forma en que la sociedad adiestró a las niñas como futuras madres. Recordemos que todas las muñecas hasta la rubia de las 100 profesiones (1959), eran bebés que debían ser alimentados y cuidados. Barbie no solo pone en crisis tal instrucción, sino que también, desde su humilde espacio, abre la posibilidad de ser “lo que quieran ser”, slogan que hoy cobra un sentido bastante profundo en lo que al feminismo refiere.

La primera y la última escena son del todo importantísimas de analizar en conjunto, los puntos más extremos en la lucha por la igualdad de derechos, desde la instrucción forzosa a la maternidad al reconocimiento de su propio cuerpo, abandonando todo relato de la modernidad tóxica. Barbie se convierte en mujer no solo despojándose de aquello que la sociedad esperaba para ella, sino también, tomando control sobre su individualidad. ¿Una apología al aborto? ¡Por supuesto que no! ¿Otro aporte a la discusión en derechos y a la libertad de decidir? ¡Por supuesto que sí!

Disponible en todos los cines.

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El Periodista