Astrud Weinert entró al mundo de la música por casualidad. Acompañaba a su esposo, el gran guitarrista Joao Gilberto, en Nueva York, que se disponía a grabar, nada menos con uno de los saxofonistas más importantes del jazz moderno como era Stan Getz, un disco de bossa nova, que por entonces emergía en la escena internacional como la música de moda del momento, al mismo tiempo que proponía estructuras musicales complejas pese a la sencillez aparente de su desarrollo melódico.
Una verdadera revolución esta nueva música brasileña con swing que venía a remover la estantería de la música latinoamericana en EEUU dominada hasta entonces por la música cubana.
Era 1963 y nadie imaginaba aún el impacto que significaría para la industria, el sonido aterciopelado, cadencioso y exótico de la nueva bossa, que funcionaba perfectamente bien montada en las estructuras del jazz modal como en el andamiaje reflexivo e intimista del cool o del jazz de la costa oeste y tenía un ritmo contenido que amenazaba a cada instante con explotar en un sinfín de colores y matices, como fuegos artificiales, pero con la elegancia de la música de Debussy o Chopin.
Astrud Gilberto grabó sin querer su primer disco junto a su marido y al gran saxofonista de Filadelfia sin proponérselo, sin tener historia ni experiencia, apenas un voz frágil, armoniosa y sutil, un secreto musitado, cabalgando sobre la cadencia sincopada del sonido de los bronces, colgando en cada nota menor de los arpegios de su cónyuge. Era el tercer o cuarto disco de Getz tocando bossa nova, música que había sido el gran descubrimiento del tenor llevado al norte tras un viaje por tierras brasileñas. Era el disco “Getz/Gilberto” que ese año rompió todos los récords y superó en éxito las anteriores grabaciones donde ya contaba con insignes músicos brasileños como Antonio Carlos Jobim, el compositor y pianista parceiro de Vinicius de Moraes en la mayoría de los grandes estándares del bossa nova o del guitarrista Luis Bonfá.
Pero Joao y Astrud con este disco marcaban sin duda un antes y un después de la asociación mágica y misteriosa entre el jazz y la música popular brasileña, alianza que perdurará por décadas, pacto secreto del cuál brasileños y jazzistas deben agradecimiento y respeto.
Hoy nos enteramos que Astrud ha fallecido a los 83 años. Es probable que no figure en la galería de las grandes voces de la historia, no al lado de Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan ni Billie Holiday, su impronta no será la de Nina Simone, su compromiso de identidad probablemente estará lejos de los de María Bethânia o Gal Costa, pero estuvo en el momento preciso para inmortalizar la sensualidad de la música brasileña y fundir la paleta multicolor de Latinoamérica más allá de la postal caribeña, con la evolucionada tradición jazzística afroamericana en tiempos de cambio.
Astrud, saravá