Inteligencia Artificial: Todavía tenemos una oportunidad, no aquí, sino en las ideas que se nos van a ocurrir

Por Miguel Reyes Almarza, periodista e investigador en pensamiento crítico.

El desarrollo de la imprenta de Gutenberg trajo consigo la primera ruptura paradigmática de la que se tiene uso de razón en el ámbito de las comunicaciones. Neurosis mediante, la tradición oral caía vencida estrepitosamente por la inhumana reproductibilidad y la descorporalización de la palabra hablada. Bastaba un simple soporte de pulpa de celulosa para que el cuerpo y la voz, cedieran como medios naturales expresivos a la tinta sobre papel. Eran los tiempos de la representatividad.

Más tarde, nuestras mentes, entrenadas en el caprichoso arte de imaginar, entre texto y subtexto, volvían a ser golpeadas por el abrupto cambio que trajo consigo la televisión. La comunicación -social, desde aquí- ahora era una suma de artilugios mecánicos de transmisión donde la técnica comenzaba a definir la forma y el sentido de lo que podíamos decir y entender. Nuevamente la forma se imponía como registro indeleble a la manera de relacionarnos como especie. Lo masivo es el estándar.

Hoy, cuando la Internet golpea la mesa con esa capacidad apocalíptica de unificar cada soporte en una ilusión de hiperrealismo, haciendo de la televisión y el libro una de tantas posibilidades de interacción en el espacio de flujos, aparece esta “cosa rara”, como diría Mario Bunge, llamada inteligencia artificial y el pánico se apodera de la humanidad.

Muchos creerán que el momento no se iguala a los nudos históricos presentados, sin embargo, la IA (inteligencia artificial), en la práctica, no es más que otro sistema de codificación y decodificación en velocidad, que pone en jaque nuestras capacidades físicas, choca de frente con la condición humana y, ante ese vacío, nos hace responder desde el miedo anticipando el fin de nuestras existencias.

Sin embargo, el alimento de todo Cthulhu -como imagen inequívoca del cambio- es la escasa capacidad de reencontrarnos con la originalidad y la creatividad, otrora condición sine qua non de la humanidad. El mundo, luego de la estentórea fortificación del desarrollo moderno, cedió a la estandarización de todos y cada uno de sus espacios. Lo que antes fue la expropiación del tiempo libre, que derivó en la imposibilidad del placer de lo espontáneo, hoy nos golpea en la capacidad de desarrollar pensamiento autónomo. La digitalización, la minería de datos y tantos otros elementos que aceleran y fabrican mundos a la medida de una sociedad cansada, como al que describe Byung-Chul Han, han terminado por hacer de la creatividad una especie de fórmula matemática de resultado cierto. Artistas y creativos de todo el orbe sucumbieron antes las posibilidades extensivas del mundo virtual y con ello perdieron la esencia de aquello que los hacía únicos: el descubrimiento y el error.

Y hablo del error como experiencia personal donde se articulan montajes imprevistos entre elementos de lo real para confluir en aquello que luego llamamos originalidad. Es un error que se puede encontrar sin buscarlo, no obstante, reconociendo su esquivo trayecto, podemos pronto aprender a reconocerlo y a disfrutar de sus azarosos senderos. Y es que, si hablamos de Inteligencia Artificial, hablamos en código binario (0,1) creado por una sociedad cansada, que busca atajos para poder seguir produciendo en masa, que tiene un “input” brutalmente concreto: todos nuestros aciertos. Ideas modelizadas que luego de procesos repetitivos nos dieron ciertos beneficios y que hoy podemos replicarlas a voluntad, y en tiempo “real” (si aún podemos usar esa palabra en este espacio) en un acto que se aleja irremediablemente de la experiencia aventurera de la búsqueda. Modificando el gusto de lo auténtico por sobre lo funcional.

Hasta ahora, ya que es muy probable que con el tiempo podamos decirles a las máquinas que se inspiren en lo incierto -nuestro incierto- la IA pone en peligro solo a aquellos que, amparados por un sistema de productividad e instantaneidad, modificaron sus vidas y sus ansias a las de un “funcionario de lo óptimo”, renunciando de lleno al riesgo del pensamiento profundo. Donde la solución se antepone al asombro. Cronistas y diseñadores del “copy and paste” tienen sus días contados. La IA es más rápida y conoce cada uno de los relatos que la humanidad ha fabricado, conoce los contextos en los cuales ellos han sido la solución de algún problema y, por tanto, la solución presente más adecuada.

El desafío entonces es en el futuro ¿Quién iba a pensar que la lucha contra la IA sería en su propio terreno? No en el ahora, lleno de réplicas y copias, sino ese lugar donde aún no se traza una sola línea de pensamiento. Si hay algo que la IA puede hacer mejor que nosotros es algo que todavía resulta del pensamiento humano, al contrario, cada vez que sucumbimos ante lo evidente fue cuando nos dejamos atrapar por aquello que guardamos celosamente en enciclopedias o discos duros.

Si la creatividad es una actividad de pensamiento profundo y este, a la vez, desarrolla la capacidad heurística del individuo, es tiempo de asumir la responsabilidad de dejar lo obvio para las máquinas y trabajar en el desarrollo de nuevas ideas, desde el miedo y el error. Cuando todavía la persona es la medida de todas las cosas, el traje de la IA nos irá quedando corto, siempre y cuando desafiemos el statu quo, ese que nos da placer y prosperidad, y volvamos a los viajes mentales de ultramar donde ninguna serpiente marina, ni menos un “terra incognita” pudo detenernos como especie.

Es tiempo de volver a pensar, como ejercicio de anticipación, en aquello que nos puede llevar, parafraseando a Nietzsche, “a parir centauros”. De lo contrario seremos carnada de ceros y unos.

1 comentario
  1. Leo dice

    Excelente columna, desde las humanidades.

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