OPINIÓN: “La” María, “el” Juan, “la” RAE
Por Maciel Campos Director de la Escuela de Publicidad y Relaciones Públicas Universidad de Las Américas
Aparentemente sería más válido hablar de “la Lucía” y “la Isabel” que de “el Mauricio” y “el David”. Aberraciones lingüísticas, así se llaman técnicamente, han existido por doquier en todas la culturas y épocas, pero esta aparente diferenciación de género, sumada a la discusión de fondo que implica a Chile como una excepción posible en el uso de estas formas de habla, viene a sumar un pelo más en la sopa agitada por la propia RAE.
Nunca el lenguaje ha estado sujeto a más crítica sociológica y debate partisano que en los actualmente llamados tiempos de la posverdad. Fake news, desmentidos, filtraciones, lo que se dijo, lo que de verdad se quizo decir, y como corolario y síntoma de discusión filosófica-moral, ahora irrumpen los algoritmos capaces de construir textos impecablemente escritos y con sentido completo como Chat GPT, “inteligencias plásticas” que, dicho sea de paso, jamás colocarían un artículo delante de algun nombre.
La discusión en el uso legítimo o no de los artículos determinados “el” y “la” antecediendo a sustantivos propios, ha dado un reguero de discusiones intestinas en Instagram, Twitter, matinales y pequeñas notas de prensa diseñadas para cubrir espacios entre reportajes de mayor fuste, porque seamos claros, el asunto raya en el paroxismo.
El lenguaje por antonomasia debe ser “económico”, la redundancia o reiteración debe ser evitada, los ripios extraídos. El objetivo: la búsqueda y concentración de significados ajustados al menor número de vocablos posibles, de lo contrario, produciremos agotamiento, pérdida de tiempo y desconcentración en nuestros interlocutores.
Validar entonces configuraciones lingüísticas que suenan y se ven mal, encierran además peligros futuros, desnaturalización del lenguaje y pérdida de acuerdos. Las convenciones, que muchas veces desencadenan tanta oposición, solo son señales colocadas en el camino de nuestros diálogos y que tienen por fin, evitar confusión, dudas e inseguridad al hablar.
Peculiar entonces resulta ver lo cómodo que es para la RAE esgrimir que en asuntos como estos ellos son simplemente una especie de “certificadores de la realidad imperante” y no una autoridad que norma el lenguaje, pero tal aseveración es contradictoria, toda vez que la Real Academia Española cada año realiza actualizaciones de sus vocablos (vamos en la 23.6) y oficialmente edita o dispone en línea de diccionarios con ¡las nuevas normas de uso! Y es que al interior de la propia academia muchas veces reina el caos.
En el año 2010, por ejemplo, para sorpresa de muchos, la organización desaconsejo tildar “solo” incluso en contextos en lo que fuera compleja su distinción como “adverbio” o “sustantivo”. Trece años más tarde volvemos a tildarlos por una nueva recomendación. Vuelta larga que nos lleva a una nueva esquizofrenia lingüística y enconos profundos entre filólogos, escritores y humildes legos.
El lenguaje debe ser elástico, qué duda cabe, pero plazos de trece años resultan particularmente molestos para reejecutar borrones sobre convenciones que se creían seguras. En fin, con todos estos dimes y diretes, a algunos solo (o sólo) nos queda hacer rabietas en columnas como estas (¿o éstas?… ¿o “las” éstas?).