Irak intenta consolidar estabilidad y democracia 20 años después de la invasión de EEUU

La invasión, respaldada por Reino Unido y otros, fue desencadenada bajo la premisa de que Irak contaba con armas de destrucción masiva y había estado implicado en los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Irak conmemora este lunes el vigésimo aniversario del inicio de la invasión encabezada por Estados Unidos, lanzada el 20 de marzo de 2003 al margen de Naciones Unidas con el objetivo de derrocar a Sadam Husein, aún lejos de materializar la promesa del entonces presidente estadounidense, George W. Bush, de abrir una nueva página de democratización en Oriente Próximo.

La invasión, respaldada por Reino Unido y otros, fue desencadenada bajo la premisa de que Irak contaba con armas de destrucción masiva y había estado implicado en los atentados del 11 de septiembre de 2001, argumentos que han sido desacreditados desde entonces y que han dañado la imagen de Washington en la región.

Bush dio la orden de lanzar la ofensiva –que durante sus primeros días fue conocida como ‘Conmoción y Pavor’– en el marco de una expansión de la denominada ‘guerra contra el terror’ lanzada en respuesta al 11-S con la invasión de Afganistán para derrocar el régimen de los talibán –de vuelta en el poder desde agosto de 2021–, si bien en esta ocasión no contó con el apoyo de la comunidad internacional.

La operación ‘Libertad Iraquí’ tuvo como objetivo declarado «desarmar a Irak, liberar a su pueblo y defender al mundo de un grave peligro» tras propugnar durante meses que Husein estaba en posesión de armas de destrucción masiva, incluida una comparecencia del entonces secretario de Estado, Colin Powell, en Naciones Unidas para presentar supuestas pruebas de este programa.

La invasión, considerada como uno de los mayores errores de la Administración Bush, dejó cientos de miles de iraquíes muertos, a los que se suman más de 4.000 militares estadounidenses, y tuvo como consecuencia un aumento del peso de Irán en la región y un incremento de la violencia que derivó en el surgimiento de grupos como Estado Islámico, lo que dañó el objetivo declarado de combatir el terrorismo.

De hecho, a pesar de las imágenes icónicas del derribo de la estatua de Husein en Bagdad en abril de 2003 y el discurso de Bush frente a una pancarta con el lema ‘Misión cumplida’, el conflicto derivó en un fortalecimiento de grupos como Al Qaeda y finalmente dio a luz a Estado Islámico, que en 2014 lanzó una ofensiva en la que se hizo con el control de partes de Irak y Siria.

La guerra fue un elemento usado por grupos extremistas para unir sus esfuerzos contra Estados Unidos, lo que ha supuesto una importante herramienta de reclutamiento para Estado Islámico y otras milicias. Además, el hecho de que la invasión fuera lanzada al margen del marco internacional sirvió para desacreditar la postura moral de Washington y ha tenido reverberaciones en otros conflictos en los que la comunidad internacional ha intentado usar su peso para frenar una invasión, como es el caso de Ucrania.

DE LA INVASIÓN A LA GUERRA CIVIL
La guerra desencadenó un movimiento de resistencia que, si bien no pudo hacer frente al poderío militar estadounidense durante la primera fase de la ofensiva –que se saldó con una clara victoria de Washington–, derivó en una guerra de guerrillas con tácticas terroristas que hundió al país en la violencia.

La controvertida decisión de Estados Unidos de disolver el aparato del Baaz y las fuerzas de seguridad sumió al país en un caos que permitió el florecimiento de los grupos armados, muchos de ellos dependientes de actividades ilícitas para financiar sus actividades y que con el tiempo incrementaron las tensiones intercomunitarias.

Así, la violencia a gran escala se desató nuevamente en 2006 tras un atentado contra un mausoleo chií en la ciudad de Samarra, al norte de Bagdad, lo que derivó en una guerra civil que dejó miles de muertos y ahondó la crisis política y social. Según los datos de Iraq Body Count, en el momento de la retirada estadounidense en 2011 habían muerto más de 100.000 civiles iraquíes.

Posteriormente, la ofensiva de Estado Islámico aprovechando la mala preparación de las fuerzas de seguridad y las tensiones religiosas –así como la guerra en Siria– permitió a los yihadistas declarar un ‘califato’ que se mantuvo en pie en el país hasta diciembre de 2017, cuando Bagdad proclamó su victoria tras años de sangrienta y costosa ofensiva militar.

DIFICULTADES EN LA CONSTRUCCIÓN DEMOCRÁTICA
Desde entonces, el relativo aumento de la estabilidad se ha visto lastrada por la continuada crisis de legitimidad de las instituciones y las tensiones existentes entre los diferentes grupos, lo que se refleja en que tras las últimas elecciones, celebradas en octubre de 2021, fuera necesario cerca de un año para formar el actual Gobierno.

La caída del régimen y el desmantelamiento del dominio del Baaz derivó en un refuerzo de los partidos chiíes y los grupos kurdos a través de un sistema tripartito de representación junto a los suníes a nivel de primer ministro, presidente y presidente del Parlamento, respectivamente, y abrió la puerta a la celebración de diversas elecciones, si bien el sistema se ha mantenido frágil y no ha permitido introducir reformas que mejoren realmente la situación de la población.

En este contexto, cientos de miles de iraquíes protagonizaron en 2019 una oleada de protestas contra la corrupción y la escasez de servicios básicos, en una muestra de la frustración generalizada ante la mala gestión de la clase política y la interferencia de Irán.

La situación está marcada por el hecho de que cerca de la mitad de la población iraquí nació después del inicio de la invasión y hace frente a enormes dificultades para encontrar empleo en una economía casi totalmente dependiente del petróleo, que durante la última década ha supuesto más del 99 por ciento de las exportaciones y el 85 por ciento de los presupuestos gubernamentales, según datos del Banco Mundial.

En enero de 2021, la tasa de desempleo superaba el 20 por ciento, afectando principalmente a los jóvenes, profundamente insatisfechos con las élites políticas y económicas, percibidas como ampliamente corruptas mientras que el sistema público continúa siendo poco funcional ante la incapacidad de reactivarlo tras dos décadas de conflicto e inestabilidad.

IRÁN Y EL EQUILIBRIO REGIONAL
El aumento de la influencia de Irán –parte del ‘eje del mal’ de Bush, junto a Irak y Corea del Norte– fue una de las consecuencias no buscadas por Estados Unidos en el momento de la invasión, dado que abrió la puerta a una expansión de su proyección regional que se vio posteriormente materializada en su papel en países como Yemen, Siria y Líbano.

Teherán aprovechó el ascenso al poder de diversos partidos chiíes para incrementar su influencia y utilizar Bagdad como plataforma, lo que le permitió conectar por tierra con Siria y directamente con su aliado en Líbano, el partido-milicia chií Hezbolá. Este ‘eje de la resistencia’ ha tenido un papel preponderante en los conflictos en Oriente Próximo desde 2011, al hilo de la ‘Primavera Árabe’, lo que socavó además la posición de los aliados tradicionales de Estados Unidos en la región, entre ellos Israel y Arabia Saudí.

Pese a ello, algunas voces aún defienden la invasión argumentando que la situación sería peor si Husein hubiera seguido en el poder, mientras que Estados Unidos mantiene aún una limitada presencia militar –2.500 efectivos, muy por debajo de los 170.000 que llegó a desplegar en 2007, y destinados a tareas de asesoramiento y entrenamiento– que ayuda a contener la amenaza de Irán.

Irak ha logrado además reforzar sus fuerzas de seguridad con apoyo estadounidense y, tras el fin del ‘califato’, espera lograr estabilizar la situación económica a través de una serie de reformas que puedan al fin materializar las exigencias de la población para una mayor calidad de vida y derechos fundamentales cerca de dos décadas después del estallido de la guerra.(Europa Press)

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El Periodista