El legado de Alipio
Por Mauro Lombardi, Decano Facultad de Comunicaciones y Artes Universidad de Las Américas
“¿Cómo estás pecador(a)?”… el grito desde lejos siempre lo identificaba. Alipio Vera Guerrero, con su caminar ondulante, se hacía notar donde estuviera. De hablar pausado y siempre amable, nunca perdía la oportunidad de detenerse para conversar con todos. Con una trayectoria profesional impecable, el año 2013 se sumó a una ya larga lista de premios y reconocimiento, el Premio Nacional de Periodismo. Una candidatura impulsada por su eterno amigo Santiago Pavlovic, quien, en una memorable carta, destacaba las virtudes del hombre sureño, oriundo de Puerto Montt, para merecer dicha distinción. “Alipio encarnó un periodismo testimonial, un periodismo de terreno, que se aleja de la opinología fácil. Un periodismo que va al encuentro de la realidad y de la matriz popular pues expresa los problemas, las angustias y las alegrías de los hombres y mujeres que a veces no parecen estar en la historia ni los medios”, dice la carta. Antes de morir, Alipio le pagó con la misma moneda a Pavlovic, en una decisión que aún está pendiente.
Con la partida de Alipio Vera se va de paso, una forma de hacer periodismo, una manera de contar historias. En el mundo de las noticias de hoy, fugaz y marcado por las redes sociales, la manera de este maestro del periodismo para entrar a los hogares y hablar con esos chilenos que apenas conocemos y reconocemos, marcó la diferencia. Fue capaz de rescatar parte de costumbres casi olvidadas. A través de sus historias, centradas principalmente en el sur de Chile, podíamos escucharnos y reconocernos, saber de nuestros orígenes y tradiciones, recorrer tierras donde unos pocos connacionales “hacen Patria”. Entraba a las casas de sus entrevistados como si fuera uno más de la familia. Se ganaba su confianza y le abrían su intimidad. Pavlovic en su carta, decía que “probablemente es una de las personas que tiene más amigos en Chile”.
Nació en Puerto Montt y se abrió camino en medio de precariedades económicas. Él mismo confesó alguna vez que tenía un solo cuaderno para la universidad y comenzaba a escribir desde la misma tapa, con una letra minúscula, para que le durara todo el año. Tomaba apuntes en servilletas y alguna vez, hasta en boletos de micro. Fue testigo de hechos que marcaron la historia de Chile. Asistió a una de las últimas ejecuciones en el país, en el llamado Caso Calama. Cubrió el rescate de los rugbistas uruguayos cuyo avión cayó en la cordillera de Los Andes y sobrevivieron. Pero también recorrió el mundo, siempre con una mirada distinta. Su cobertura de la hambruna en Ruanda motivó una campaña nacional para reunir fondos e ir en ayuda de este azotado país.
Ese es el periodismo de Alipio Vera, uno profundamente humano, rescatando la inmanencia de la vida, el encuentro pausado, la intimidad revelada. Y ahí está el valor de su legado, porque tal como dice el filósofo Byung-Chul Han: “La inmanencia en cuanto vida, es la vida en el modo de la contemplación”.