Rodrigo Reyes Sangermani: Delicadas transformaciones

Por Rodrigo Reyes Sangermani, Académico, director ejecutivo de Reyes Sangermani Comunicaciones Ltda. Ex Director Regional de TVN.

Si digo que no me gusta la música de Marcianeke me acusan de sectario e intolerante; si me gusta Beethoven, soy burgués; si me gusta el jazz soy bicho raro; si viajo a Miami para ver un concierto de Van Morrison, “pucha que le ha ido bien”; si en cambio, aún tengo mi viejo Honda, “pucha que es pobre”.

Mis amigos de cierta izquierda ahora me dicen que me puse “facho” porque creo que el gobierno lo ha hecho mal y por estar convencido que es necesario un mea culpa más explícito de parte de Boric por el tema de la seguridad y el cambio de tono en relación a Carabineros, entre otras tantas volteretas de quienes dijeron que los 30 años de la Concertación fueron nefastos; mis amigos de derecha me dicen “marxista” porque tengo la convicción que son necesarias reformas importantes en nuestra nueva Constitución para hacer un país más justo y equitativo. Me acusan de bolchevique por pensar que hay cambios urgentes que realizar, o de reformista, por creer que los cambios se hacen en democracia y con diálogo.

Los católicos me dicen «comecura» porque pienso, por ejemplo, que la Iglesia y la fe no tienen nada que hacer en los temas del Estado, que las clases de religión deberían no estar permitidas en la educación pública y que las legítimas opciones religiosas se circunscriban a la familia y al culto privado; mis amigos más ateos en cambio me dicen que yo en el fondo sigo siendo un “beato”, porque me gusta la Católica o que dada mi formación en colegio de curas, cuando viajo, me gusta visitar iglesias, conocer la belleza de la tradición ritual «cristiana» o disfrutar de la Navidad con mis hijos (como si la Navidad que celebramos fuera verdaderamente una fiesta cristiana).

Mis amigos políticos me acusan de iconoclasta y utópico porque no comulgo ni con las atrocidades de los regímenes comunistas como tampoco lo hago con la propia de los imperialismos occidentales… los historiadores más desprevenidos se escandalizan por ejemplo que uno tenga una mirada matizada de la Guerra Civil española, donde parte de los republicanos y los franquistas, en el mismo período de confrontación, usaron similares técnicas de destrucción humana, o que la violencia en Chile es producto al mismo tiempo de la falta de oportunidades de la población más vulnerable, como sobre todo, de la delincuencia y el narcotráfico puro y duro, permeado en los liceos, poblaciones, estadios e incluso en las bases de algunos partidos transformándolos en tontos útiles de los variopintos ideologismos existentes que miran con un torpe romanticismo a aquellos de las “primera línea”.

Me critican por ser muy racional sólo por creer que en el imperio de la razón está la convivencia humana y su progreso, o muy sensiblero cuando me emociono con el verdadero arte, el cine, la música o la poesía. Por eso casi ya no se puede hablar de nada.

Te apuntan con el dedo los atrincherados, los fanáticos incapaces de ver la viga en el ojo propio, incapaces de denunciar con la misma vehemencia lo que ocurre en su propio sector como lo hace habitualmente con sus adversarios. A ellos les resulta cómodo apearse a su metro cuadrado, ser fieles a sus creencias, a su líder o a sus dioses. En cambio si uno no es así, pareciera que termina por quedarse solo, no se logran votos para estar en ninguna parte, no te ofrecen cargos, no te buscan para nada, cruzan la calle para no salir en la foto contigo, a veces hasta se pierden amigos. Por eso me gusta tanto Brassens y tantos otros, que aunque se transformen en parias, son valientes porque juraron lealtad a su independencia.

«No, a la gente no le gusta, no
que uno tenga su propia fe,
todos te miran mal,
menos los ciegos, es natural»

Sin embargo muchos no entienden que la vida y la existencia no es el devenir de los blancos y los negros sino de las delicadas transformaciones de infinitas gamas de grises, el paulatino retorno del otoño, por ejemplo, el cambio de color de las flores en primavera, las sutiles y explosivas apariciones de las estrellas en el firmamento; no entienden que la “verdad” es apenas la forma de avanzar, no un trofeo de mármol al final del camino, sino acaso sólo el camino; quizás no entienden que la vida es más compleja que un concepto en el diccionario o un manifiesto edulcorado, y que para vivirla, requiere espíritus libres, sacudidos de dogmas, de verdades reveladas, de respuestas sacrosantas, de modelos probados, de mentiras impresas en supuestos libros sagrados.

Que lo fundamental en la construcción de un mundo mejor pasa por la felicidad propia, sin duda, por la propia libertad de conciencia, la valentía por desacomodar-se permanentemente, pero al mismo tiempo, indefectiblemente, pasa por la felicidad de los demás, donde cada uno es una identidad válida que necesita al prójimo como a sí mismo, y que sólo juntos podremos establecer un nuevo orden de cosas, con respeto y tolerancia, con generosidad y paz.

1 comentario
  1. Tatyana dice

    Muy pero muy inspirada declaración de principios, y valiente!

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El Periodista