Frente al abismo: reflexiones a un año de la guerra en Ucrania

Por Daniel Ramírez, filósofo.

Hace un año el mundo descubría que las guerras actuales no eran solo un asunto del medio oriente o de países lejanos, que ellas podían surgir, reactualizando la vieja pugna entre Rusia y Europa, que, desde Napoleón a Hitler, pasando por la guerra fría, ha tensado las relaciones entre ese gran país y lo que se puede designar como el Occidente. Más que anunciada, por la fuerte oposición entre Rusia y los EE.UU. durante la guerra de Siria, la anexión de la Crimea y los conflictos en el Dombass (en los cuales Ucrania no tiene para nada los trigos limpios); cuando la guerra surge, da la impresión de surgir de la nada.

Es lo que comentó El filósofo Henry Bergson a raíz del desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial, refiriéndose al carácter sorprendente que representa un acontecimiento, aunque retrospectivamente parece tener algo de totalmente previsible: “tuve la sensación repentina de una invisible presencia que todo el pasado hubiera preparado y anunciado, como una sombra precediendo el cuerpo que la proyecta. Fue como si un personaje de leyenda, evadido del libro donde se cuenta su historia, se instalase tranquilamente en la pieza” (Las dos Fuentes de la Moral y la Religión, cap. II, traducción mía).

Es una buena descripción del estupor, algo que estaba previsto, cuando aparece, se muestra como lo imprevisto. La historia tiene sus leyes, pero ellas no actúan nunca sin la decisión libre de personas. Luego aquello que irrumpe en la continuidad del tiempo, quebrando la línea de la historia, se instala como rutina, pierde su carácter de ruptura y va pasando en nuestras consciencias de la sorpresa a la costumbre y perdiendo así su aspecto monstruoso. Es una ruina espiritual el hecho que imágenes de destrucción y de muerte se hagan cotidianas sin que salgamos inmediatamente a protestar.

Hace un año, me parecía que no haber evitado esa guerra fue un enorme fracaso de las potencias occidentales, paralizadas por sus electorados y timoratas frente a amenazas inverosímiles del neo-zar del Kremlin. Sigo pensándolo. Solo que ahora, se agregan dos fracasos mayores: el de Putin, al no haber podido terminar su “operación especial” en algunas semanas; y, nuevamente del occidente, que no logra comprometerse lo suficiente como para proteger a Ucrania y poner término a esa matanza absurda.

Resultado, el mundo es mucho más peligroso que hace un año. Otras potencias esperan su hora; oportunistas tratan de jugar en todos los tableros, como Hungría o Turquía, miembros de la UE la primera y de la OTAN la segunda, apostando por el triunfo de Rusia y finalmente de China en la siniestra mezcla de ajedrez y de go que juegan estas potencias. Otros continúan con la cantilena de las sanciones económicas, cuyo principal efecto es empobrecer a los pueblos y solo mucho más tarde afectar a las oligarquías gobernantes.

Los filósofos no tenemos la solución; solamente podemos intervenir en las ideas. Y la idea que me parece la más olvidada y al mismo tiempo la más necesaria estos tiempos es el ‘cosmopolitismo’, redoblada por un franco ‘pacifismo’. Ambas están ligadas, como lo vio Kant ya a fines del siglo XVIII. Las naciones, los países, los bloques y los imperios NO SON CAPACES DE EVITAR LA GUERRA. Las Naciones Unidas tampoco, que no es más que una organización de jefes de Estado. Solo una instancia representativa-legislativa, una especie de ‘parlamento del mundo’, resultante de la organización de los pueblos (y no de los Estados) podría pronunciarse y presentarse como un mediador creíble.

Los mismo es válido para la situación que continúa empeorando en Israel/Palestina, donde gobierna el mismo colonialista y militarista de antes, pero con aliados aún más ultrareligiosos. Nadie puede intervenir; se ha probado casi todo en la actual situación de las instituciones. En un mundo de gallinas y conformistas, Estados lacayos y élites oportunistas, la injusticia tiene un gran futuro por delante. Necesitamos otra cosa.

Lo sé, no será la primera vez, se me dirá que todo eso es utopía y sueño de filósofo. Por supuesto, no estoy diciendo que esto sea para mañana o pasado mañana. Las grandes ideas toman tiempo en crecer, como los grandes árboles. Primero son utopías, luego son teorías, luego son posiciones políticas. Hay árboles que fueron plantados en tiempos en que Kant escribía “Sobre la paz perpetua” (1795), lanzando los grandes principios del cosmopolitismo, y proponiendo una federación mundial de repúblicas libres, la hospitalidad universal y la ciudadanía cosmopolita. Esos árboles tienen 228 años y ya son grandes y sólidos, aunque lo hay mucho más viejos. Pero la idea no ha crecido lo suficiente. En parte porque los filósofos nos interesamos en otras cosas, sutiles e interesantes, sin duda, la consciencia, los valores, la certeza, la justica, la ética, el arte, la finitud, la desconstrucción, el sexo, el cuerpo. Todo eso es apasionante y puede llenar una vida intelectual. Pero creo que nada de eso podrá en el futuro evitar poner un pie en el cosmopolitismo pacifista y civilizado que no hemos podido hacer avanzar. Y otro en la ecología.

Ni la Sociedad de Naciones ni las Naciones Unidas, ambas construidas con Kant en el trasfondo, han logrado un mundo civilizado; ni los grandes pacifistas, Tolstoi, Einstein, Russell, Schweitzer, Gandhi, Tagore, Tich Nhat Hanh, etc. Están todos muertos, nos corresponde a todos nosotros retomar la carrera de postas. Si no llegamos, es simple: la civilización no habrá nunca merecido ese nombre.

Ahora que estamos frente a la posibilidad real del colapso ecológico y el derrumbe de la especie humana tal como la conocemos, nos damos el lujo de permitir guerras, que entre otras cosas son los períodos de mayor contaminación de la historia (basta recordar las 400 mil toneladas de Napalm lanzadas sobre el Vietnam y la quema de los pozos de petróleo al final de la Guerra del Golfo), aparte de ser fuente de enfermedades, pobreza, hambre, heridas profundas, odio, desarraigo, traumas generacionales, familias destruidas, vidas sesgadas (ya van decenas de miles).

Los tratados de paz o los arreglos llegan. Pero es totalmente desesperante pensar que serán casi los mismos que se hubieran logrado sin la guerra, algunos kilómetros más o menos, algunas ciudades anexadas por un lado o por el otro. Y mucho negocio de venta de armas. Porque eso no hay que olvidarlo, esa mancha de inmoralidad de las potencias con todos los aires de justicieros que quieran darse, y que es parte de la explicación del por qué no se detiene esta guerra. Ucranianos (y rusos, por supuesto) seguirán muriendo, probando las armas tecnológicas de las potencias, que luego podrán seguirlas vendiendo a Estados poco escrupulosos con los Derechos Humanos, lo cual es la última preocupación de los vendedores de muerte.

Una vez, más, quienes nos dedicamos a pensar, no tenemos soluciones prácticas, pero sí podemos dar un giro en nuestras actividades del pensamiento, de investigación y docencia. Es algo apasionante, porque todo está ligado: la posibilidad del colapso ecológico, la paz mundial, las migraciones, la violencia, que año tras año producen acostumbramiento, lo que no es extranjero a la destrucción de la profundidad y de la altura espiritual en las culturas. Estas, a su vez, se hacen consumidoras de espectáculos idiotas, de distracción alienante. Se reemplaza el pensamiento por tecnología barata, se alucina con mercadería chabacana, se intoxican los espíritus de obsesiones pecuniarias, lo que abre las puertas a prejuicios, racismo, xenofobia, miedo, fanatismos y obsesiones de todo tipo.
Como para que una buena parte de la juventud dude realmente en traer hijos a tal mundo.

Así como Bergson constataba que lo previsible siempre llega con estruendo y sorpresa, espero que el colapso eco-civilizacional no nos llegue de esa manera, y que un día, como un personaje salido de una leyenda, se instale en nuestro dormitorio.

Y tal vez aún no hemos visto nada del horror que puede estarse preparando. No hablo de la absurda guerra atómica sino de lo que ya comienza: algo así como una bio-ciber confrontación mundial. Ya se ve, con la mercenarización de los ejércitos (brigadas Wagner, por ej.), la utilización de drones de fabricación privada, la guerra de virus informáticos, dispositivos de IA que dirigen armas, ejércitos “aumentados” con biotecnologías, como esos guiones de malas películas de los 80, anunciando la peor versión del transhumanismo.

Solo la consciencia y el trabajo del pensamiento pueden prepararnos en algo, y tal vez no a todo. Hablarnos, trabajar el lenguaje y los conceptos, ser preciso, informarse, ser valientes y solidarios. No hay mérito en pertenecer a la especie humana, debemos ganarnos el derecho al adjetivo de “humanos” y no solo al nombre.

1 comentario
  1. Elia Parada dice

    Este texto es David, quien lúcido, despierto, solar, se enfrenta a Goliat, burdo, poderoso, inconsciente.
    Tan reproducido este mito en la vida humana, una y otra vez. En estas columnas de este filósofo siempre encuentro un camino del medio para esta fatídica dualidad. Gracias.

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