Desastres naturales, fatalidad, metafísica y política
Por Daniel Ramírez, filósofo.
Un terremoto terriblemente destructor ha tenido lugar entre los territorios de Turquía y Siria, y, curiosamente, no veo muchas reacciones.
Las dimensiones del dolor son inconmensurables y las cifras tienen algo de obsceno, pero son necesarias: hasta ahora, alrededor de 20 mil muertos y sin duda es provisorio. En estas horas, la búsqueda de sobrevivientes se hace cada vez más desesperanzada. Regiones pobres y otras desoladas por la guerra, han tenido que soportar esta fatalidad mayor, que cada vez que cae sobre los pueblos, nos hace preguntarnos, sin gran posibilidad de respuesta, ¿Por qué?
En 1755 un terrible terremoto arrasaba Lisboa, seguido de un incendio masivo (la única calefacción eran las chimeneas) y un tsunami; sin que se pueda calcular exactamente, produjo unos 20 mil muertos. El filósofo Voltaire, choqueado por ese acontecimiento, escribió el célebre “Poème sur le desastre de Lisbonne”, donde hay una carga directa contra la idea teológica del “castigo de Dios” y el optimismo de Leibniz: todo lo que ocurre es lo mejor en el mejor de los mundos posibles, en la versión de Voltaire que, por cierto, no era muy profunda, y argumenta la existencia real del mal en la Tierra. Rousseau, que en eso fue más lúcido que su mejor adversario, objetó en una carta, que Ni Dios ni la naturaleza tenían parte en ese asunto, que el desastre no hubiera sido en absoluto tan nefasto si los humanos no hubieran, en su desmesura, construido unas 20 mil casas de 6 o 7 pisos, amontonadas unas sobre las otras, cosa que la naturaleza no hace. En el fondo una crítica a lo que hoy llamaríamos el urbanismo salvaje.
Mucha ayuda ha llegado a Turquía. Obvio, los accesos son más fáciles, y ese inmenso país aunque gobernado por un autócrata insoportable, pertenece a la OTAN y está mucho más vinculado económicamente a Occidente. Siria, gobernada igualmente por un autócrata insoportable (además de asesino), tiene la desgracia suplementaria de ser aliada de Rusia (quien por cierto salvó al régimen sirio), y mucha menos prisa se ve en la ayuda internacional; salvo una ayuda financiera, porque ir allá implicaría arreglárselas con El-Assad y de alguna manera legitimarlo.
Mientras la aceptación del presidente turco de la masiva ayuda, parece perfectamente lógica y nadie se queja, la posición de Siria dio lugar, entre otros, a este titular en la revista Courrier International de hoy: “Cinismo. En Siria, Bachar El-Assad explota el terremoto para salir de su aislamiento diplomático”. En concreto, El presidente sirio pide el levantamiento de las sanciones y el bloqueo económico, que agravan la catástrofe.
Dos reflexiones inspiradas en la posición de Rousseau me surgen.
Primero que nada, cientos de edificios de reciente construcción en Turquía figuran entre los derrumbados. Inmobiliarias que utilizaban como argumento de venta la construcción asísmica, calidad que nunca fue controlada puesto que las leyes y las estructuras no lo imponen. La corrupción y su corolario, la precariedad que afecta a los más pobres, dan el resultado que conocemos, y tal como en Lisboa del siglo XVIII, los gritos, los llantos se ahogan entre los escombros y la sangre se seca en el polvo y el concreto de los barrios destripados.
En segundo lugar, la obscenidad de una reacción politizada cuando son los amigos del adversario que son golpeados por la fatalidad. Es evidente que las sanciones económicas principalmente golpean a los más pobres, a los pueblos y no a los gobernantes. ¿Qué tendría de “cínico” pedir que se levanten? Pero las élites occidentales, incapaces por cierto de actuar militarmente (de la misma manera que no hicieron nada para impedir el ataque a Ucrania por los rusos y casi nada para combatir al Estado Islámico), insisten en esas sanciones, bloqueos y embargos. Y dar un poco de dinero. Su cerebro ha evolucionado y un apéndice les ha crecido, curiosamente con forma de billetera, separando los dos hemisferios y ocupando el lugar donde se genera la consciencia moral.
Si la decencia existiera, los increíbles medios tecnológicos, los gigantescos barcos de guerra, inmensos aviones de transporte de tropas, helicópteros y vehículos todo terreno, hospitales de campaña de alta tecnología, ya deberían estar en toda la región devastada, incluyendo, por supuesto la parte situada en Siria. De paso, eso permitiría imponer la presencia de ONGs en territorios donde ello podría mejorar en el futuro la situación de los derechos humanos, y ello negociando la suspensión de las sanciones. En cuanto a estas y a todos los bloqueos económicos, debieran levantarse en todas partes del mundo. Los oligarcas que gobiernan son los últimos tocados por esas medidas donde sea.
No es por encontrar argumentos utilitaristas a lo que debería ser inspirado por la simple compasión, pero una gestión humanista y humanitaria, cosmopolita, masiva y desinteresada de estas catástrofes mayores, podrían ayudar a cambiar el nuevo equilibrio del terror que se está instalando en el mundo (guerra económica, amenazas bélicas y desequilibrios mayores en contexto de crisis ecológica planetaria).
Afrontar los desastres naturales que no se pueden evitar, luego prevenir sus efectos en el futuro (un urbanismo responsable y seguro), afrontar la crisis ecológica de la cual somos responsables. Eso es lo que debería inspirar a los gobernantes (a los pueblos que votan por ellos) y a las fortunas del mundo (por las cuales nadie ha votado), si quisieran continuar mirándose en el espejo sin morir de vergüenza. Hasta entonces, no estamos obligados a creer que ayudan de manera imparcial, por filantropía o humanismo. En eso Voltaire y Rousseau habrían estado de acuerdo.
«Si la decencia existiera…
…si quisieran continuar mirándose en el espejo sin morir de verguenza…»
Difícil celebrar este necesario artículo más que de opinión de conciencia humana.
Gracias porque queda dicho.