Everything Everywhere All at Once: una explosión de todo y nada a la vez, como la vida misma

Por Miguel Reyes Almarza, periodista e investigador en pensamiento crítico.

★★★★☆ (4 sobre 5)

Once nominaciones al Óscar. Sí, la misma cantidad que ostentaron Rebecca de Hitchcock (1940) o El Padrino II de Coppola (1974) anteceden esta comedia negra que se pasea por la más compleja ciencia ficción con la misma intensidad con que aterriza, mal y de golpe, en una película de superhéroes de moda. “Todo en todas partes al mismo tiempo” se ha convertido en la favorita del patíbulo del cine de moda y algo más para aquellos que abrazan los estertores del cine con sentido.

Bajo la dirección de los “Daniels” Kwan y Scheinert (Swiss Army Man, 2006), quienes de alguna forma aseguran -al menos con esta entrega- su mayoría de edad en el séptimo arte, la historia nos conduce por una montaña rusa (la expresión no es exagerada) de surrealismo y trivialidad, de absurdo y obviedad infinita, que entre lo imposible y la contradicción enaltece un argumento cursi transformándolo en una especie de mantra acerca del poder de la amabilidad y el optimismo.

Y para que una historia tan compleja y vertiginosa pueda ser comprendida, la actuación es un elemento en el cual no se puede escatimar ningún esfuerzo. Es allí donde aparece la gran Michelle Yeoh (El Tigre y el Dragón, 2000) encarnando a la “común” Evelyn Wang, tan hábil en las artes marciales como en la capacidad de inquietar y de transitar por todas las emociones posibles en apenas un abrir y cerrar de ojos. Meritoria, sin duda, es su nominación a mejor actriz por este trabajo.

Pero, si de clichés hablamos, ¿qué hay del antagonista? Pues bien, la incombustible Jamie Lee Curtis (A Fish Called Wanda, 1988) en el papel de una insufrible funcionaria de la oficina de impuestos -Deirdre Beaubeirdra- termina de equilibrar la balanza y, sin opacar el trabajo de Yeoh, entregarle el soporte necesario de su delirio, entre la realidad que atormenta desde el cumplimiento de las obligaciones ciudadanas hasta un extraño affaire en un universo paralelo.

Desde el punto de vista técnico el montaje flota hasta las náuseas sobre la velocidad de un guion básico, áspero, rudo y sentimental, donde el vestuario aporta con una fiesta de colores y excesos propios de la cruza entre una fiesta electrónica y el año nuevo chino. La música original, en manos del sempiterno David Byrne -primera vez nominado al Óscar- acompañado de Mitzki y la banda experimental Son Lux -los creadores del Score completo- son la atmósfera perfecta para este arcoíris sensorial post punk.

Con una arrolladora presentación en la premiación de la Asociación de Críticos de Hollywood (ganando 8 de sus 9 nominaciones) y con el abultado pendiente para la 95ª versión de los premios Óscar en las categorías de mejor película, mejor director, mejor actriz, mejor actor, mejor actriz de reparto, mejor guion original, mejor montaje, mejor diseño de vestuario, mejor canción original y mejor banda sonora.

Sé feliz, ponle voluntad a la vida, la idea es ver al “otro” siempre como alguien legítimo en la interacción, nada tan evidente y a la vez tan difícil de ejecutar en nuestros espacios posmodernos. La saturación de estímulos y la sensación de vacío mantienen al espectador engañado detrás de los trazos de comedia -que incluyen cierto fetiche con las salchichas- para más tarde sentir en la garganta un leve reflujo a tragedia, dimensión cuasi determinista que, para los “Daniels”, aún es posible de ser vencida.

Disponible en cines y en streaming por Apple TV.

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El Periodista