Israel sale de nuevo a votar con la duda de una posible vuelta de Netanyahu

Lapid, primer ministro saliente, aspira a consolidarse como alternativa a la derecha en un contexto de polarización

Israel acude este martes a las urnas de nuevo de forma anticipada y de nuevo con el ex primer ministro Benjamin Netanyahu como gran movilizador del voto, a favor y en contra. El experimento de coalición que sirvió hace 16 meses para echar del poder a este veterano líder conservador debe ahora demostrar, con el expresentador Yair Lapid al frente, que hay vida política más allá de Netanyahu.

Más de 6,7 millones de personas están llamadas a votar en alguno de los más de 100.000 colegios electorales que se habilitarán para estos comicios, en los que se ponen en juego los 120 escaños de la Knesset (Parlamento). Los centros de votación abren en su mayoría a las 7.00 (hora local) y no cierran hasta las 22.00.

Una vez repartidos los escaños, mediante un sistema proporcional que deja fuera a los partidos que hayan obtenido menos del 3,25 por ciento de los votos, corresponde a estos legisladores negociar el nombramiento del futuro primer ministro y, por extensión, de todo el Gobierno.

El presidente de Israel, Isaac Herzog, debe encargar la formación de Gobierno a aquel candidato que cuente con más opciones de llegar a un mínimo consenso, algo que no es garantía de éxito, habida cuenta de que en los comicios más recientes no ha sido fácil cuadrar la aritmética electoral con los intereses políticos

El diputado señalado dispone de menos de un mes para tratar de conformar una coalición, condición imprescindible para gobernar en un país que, por su propia estructura social y política, se ha visto abocado en sus más siete décadas de historia a todo tipo de pactos.

Los distintos partidos asumen la representación ideológica, religiosa y étnica de la amalgama que conforma la ciudadanía israelí, si bien en los últimos años un factor determinante ha sido la afinidad o la enemistad hacia el ex primer ministro Netanyahu, que quiere recuperar el cargo que ya ostentó entre 2009 y 2021.

Pese a los varios frentes judiciales abiertos contra él por presunta corrupción, sobre los que se cierne también la sombra de la inhabilitación política, Netanyahu sigue al frente del Likud, de ideología conservadora. En la legislatura que ahora acaba ya era la formación con más diputados en la Knesset, y parece que así seguirá siendo.

Sin embargo, teniendo en cuenta que las previsiones le sitúan en torno a los 30 escaños, necesitaría buscar otros tantos para superar el umbral de los 60 y alcanzar la mayoría absoluta. Los ultraortodoxos de Shas y Judaísmo Unido de la Torá figuran como potenciales apoyo, aunque el principal pilar sería la ultraderecha y, en particular, Sionismo Religioso, una alianza antiárabe que se ha disparado hasta el tercer puesto en intención de voto.

En el lado contrario se sitúan el actual primer ministro, Yair Lapid, y su partido, Yesh Atid, que pese a mejorar sus datos –ronda los 27 escaños en los sondeos–, parte con desventaja porque su ascenso será teóricamente a costa de restarle representación a sus potenciales socios.

El Partido Laborista Israelí y Meretz, que se quedarían con cuatro o cinco escaños, han criticado públicamente la campaña de Lapid por «egoísta». Si el actual primer ministro repitiese socios, el mejor posicionado sería Benny Gantz, responsable de la cartera de Defensa y que figura en cuarta posición en los sondeos.

A la cita no concurre el ex primer ministro Naftali Bennet, con quien Lapid llegó a un acuerdo en mayor de 2021 para repartirse el poder que incluía la alternancia en la jefatura de Gobierno. El experimento, que se sustentaba apenas en la animosidad común hacia Netanyahu, fracasó en junio de este año, dando pie a las quintas elecciones en menos de cuatro años.

LAS CLAVES ELECTORALES
El sistema electoral de Israel, proporcional, hace que la participación sea clave, especialmente en un contexto tan polarizado en el que dos grandes bloques se disputarán el poder por un puñado de escaños y la entrada en la Knesset de formaciones minoritarias puede ser clave. En los anteriores comicios, participó más del 67 por ciento del electorado.

Con una ciudadanía árabe el alza –ya ronda el 21 por ciento de la población total de Israel–, su capacidad de movilización se prevé crucial, en la medida en que no han estado tradicionalmente tan implicados en política como otro de los grandes nichos electorales, el de los ultraortodoxos –éstos rondan el 13 por ciento de la población–.

El Likud necesita no sólo convencer a su propio electorado de que sigue siendo la alternativa pese a los últimos fracasos de Netanyahu para formar gobierno, sino obtener suficiente margen sobre los partidos de derechas que están llamados a tenderle la mano en el futuro, para evitar un posible fuego amigo.

Lapid, por su parte, ha tratado de distanciarse de su imagen de dirigente de clase alta y también de quienes le han acusado de no tener una línea lo suficientemente dura en temas que tradicionalmente venían movilizando a la población, como el riesgo derivado de focos de tensión como la Franja de Gaza.

El primer ministro saliente ha llevado a cabo varias campañas militares y policiales en estos últimos meses en los territorios palestinos, no exentas de críticas por el supuesto uso excesivo de la fuerza y, al mismo tiempo, ha proclamado su defensa de una solución de dos Estados para firmar la paz con los palestinos.

La derecha rehúye de esta fórmula, si bien desde la izquierda se recuerda que fue precisamente un Gobierno del Likud, bajo la batuta de Ariel Sharon, quien sacó a Israel de Gaza. En cualquier caso, la cuestión palestina ha figurado en este último año y medio en un segundo plano político, habida cuenta de que ni siquiera la coalición gobernante se atrevía a tocar un tema que genera división interna.

Más reciente está el histórico acuerdo suscrito la semana pasada por Israel y Líbano para delimitar las fronteras marítimas, por la importancia económica que conlleva para la explotación de yacimientos de gas y, especialmente, por el simbolismo de que dos países técnicamente en guerra hayan sido capaces de firmar un documento común, aunque fuese mediante negociaciones indirectas.

Netanyahu ha prometido este lunes «neutralizar» el acuerdo –«no cancelarlo», ha matizado– y ha planteado que Itamar Ben Gvir, líder de Sionismo Religioso, podría encargarse de cuestiones de seguridad en su futuro Gobierno, algo que el político radical ha reclamado públicamente. Entre sus propuestas está la de dar inmunidad a los militares que hagan frente a «terroristas».

Lapid, por su parte, ha apelado a la unidad. «Nunca pensé que Israel pudiese estar dividido entre ‘nosotros’ y ‘ellos'», ha señalado en redes sociales. En un artículo de opinión en ‘Times of Israel’, ha prometido «un futuro positivo y en común», con una defensa de la «gran familia israelí» pese a las diferencias políticas y sociales.

El factor económico parece fuera de juego –crecimiento sólido, inflación contenida y superávit presupuestario–, en parte debido a un pujante sector tecnológico que ha permitido dejar atrás las sobras de la pandemia de COVID-19, y en otros temas de la actualidad internacional no parece haber grandes discrepancias: Irán se percibe como una amenaza existencial desde todos los frentes y una implicación directa en el conflicto ucraniano no parece que esté sobre la mesa. (Europa Press)

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