El cine tiene la capacidad visual de construir espacios, de la ficción e imaginación los construye con una percepción de realidad y habitabilidad. Últimamente la ficción y anticipación del cine se queda muy corta con nuestra realidad, particularmente en las formas de habitar que hoy nos ofrece el negocio inmobiliario.
Más allá de la crisis y falta de vivienda, un sensible y gran problema ha llevado a descubrir ese ingenio basado en cálculos muy deshumanizados, ofertas para vivir que son increíbles como rentabilidad económica, pero inaceptables como formas de habitar. Para muestra de esta forma hostil, una de las máximas que debe estar en el tope de los rankings de ‘lo que no se debe hacer’ son los departamentos de 16m2, seguramente alguien logrará bajar ese número, pero no es sostenible para vivir, ni menos habitar. Una tendencia que sólo se sostiene en necesidades urgentes y jamás deberían otorgarse permisos para una barbaridad como esta.
Estos departamentos son producto de la transformación por obsolescencia de oficinas en un edificio ubicado en la comuna de Providencia. Con el slogan de vivir centralizado, con servicios cerca y “ahórrate el mal rato y tiempo de uso del transporte público”, se arriendan estas celdas por un aproximado de 365.000 pesos mensuales, a los que se debe agregar cerca de 40.000 pesos en gastos comunes. Con este ejercicio numérico este arriendo vale un sueldo mínimo en nuestro país y esto debería hacernos reflexionar hasta dónde podemos estirar estas desregularizaciones del mercado.
Esta solución de 16m2, con un dormitorio compacto con funciones variables donde deben ocurrir todas las demás funciones del habitar cotidiano puede funcionar, pero no es digno. Luego del día mundial del no uso del auto y en la Universidad Central realizamos una experiencia de aula abierta en la calle Agustinas, ocupando el espacio de dos estacionamientos, dos autos que suman 25m2. Esta comparación sirve para imaginar la transformación en seres individuales que “sólo” necesitan un lugar para dormir.
Probablemente sea reflejo de una sociedad que ya no le importa lo comunitario ni menos la socialización, muy lejos de ayudar a nuestra salud mental y soledad. Es muy necesario revalorizar el diseño como un integrador de entornos y marcar lo que es una mejor sociedad.