Viernes 22 de julio, Pichidegua, Carabineros recibe llamado telefónico para informar la muerte de dos personas. En el lugar, personal policial confirmó la identidad de Juana Leiva Pozo, de 44 años, quien fue atacada con un arma blanca por su expareja.
Sábado 23 de julio, El Bosque, Carabineros acude a procedimiento por incendio en una vivienda. En el interior, se encontró sin vida a Jéssica Parra Sepúlveda, de 50 años, y su hija Valentina Mora Parra, de 20. Testigos reconocieron a la expareja de la señora Jéssica realizando amenazas de muerte horas previas al siniestro.
Martes 26 de julio, Yerbas Buenas, Carabineros acude para verificar procedimiento por violencia intrafamiliar. En el lugar, encontraron a Andrea Salazar Placencia, de 37 años, tendida en el piso con heridas cortopunzantes en distintas partes de su cuerpo, debido a la gravedad de los cortes, falleció.
Para todas ellas, y para otros cientos de mujeres, hemos llegado tarde; tal como nos está pasando desde hace más de una década en que las cifras de femicidio no han logrado disminuir a pesar de las diversas campañas de organismos privados y gubernamentales.
Si bien es cierto que los avances en materia legislativa son importantes y algunos fundamentales para avanzar en la prevención, no menos importante es el cambio cultural necesario tanto de hombres como mujeres: una educación no sexista, dejar en el pasado los roles estereotipados y asumir que esta es una triste realidad y por tanto debemos hacernos parte de la solución es el inicio del cambio.
El primer paso es informarse sobre los efectos que la violencia produce en la víctima, eso permitirá comprender su actitud y el miedo profundo que les impide actuar. Si se queda ahí, junto al agresor y no denuncia no es por tonta, no es porque le guste, no es porque no quiera, es porque su miedo la paraliza. Acompañar y contener a la víctima emocional y judicialmente es un deber de su círculo cercano.
Sin embargo, este proceso no termina con la denuncia ni las medidas de protección, pues los años de daño físico y psicológico le impedirán no abrir la puerta o no asistir al llamado de su victimario, exponiéndola peligrosamente a perder la vida.
Algunas de las víctimas habían realizado denuncias, terminado sus relaciones con los agresores, incluso tenían medidas de protección decretadas por los Tribunales, ¿qué falló entonces? ¿Qué es lo que no está funcionando?
Lo que no está funcionando somos nosotros como sociedad, si nos sigue pareciendo normal leer titulares o escuchar comentarios que hablan de crímenes pasionales, asesinatos por celos, explicaciones basadas en el alcohol o las drogas u opiniones que califican la violencia como algún tipo de enfermedad, si aún no queremos aceptar que las mujeres triplican el número de víctimas en las denuncias por VIF. Si seguimos esperando que otros hagan algo mientras somos cómplices por omisión. Si seguimos resistiéndonos a considerar la existencia de aquella violencia que se ejerce por razones de género, es decir por el solo hecho de ser mujer.
El proceso de la violencia es un ciclo largo y complejo que convierte a la víctima en una persona dependiente y sometida a su agresor, no es ella entonces la llamada a actuar, somos nosotros quienes debemos exigir un marco legal acorde y no dejar sola a las víctimas de violencia. Nuestro compromiso, derribar prejuicios, el acompañamiento de la familia, vecinos y amigos pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte.