«Monster: La historia de Jeffrey Dahmer», más de lo mismo
Por Miguel Reyes Almarza, periodista e investigador en pensamiento crítico
★★☆☆☆ (2 sobre 5)
Si los arqueólogos del futuro tuvieran que entender el impacto de Estados Unidos en el planeta únicamente desde la producción audiovisual -tanto cine como televisión- difícilmente podrían inferir algo distinto a una sociedad autodefinida como salvadora del mundo y cuna generosa de todo tipo de patologías sociales.
Es en esta última exégesis donde abundan programas de entretenimiento que hacen apología de todo tipo de perversiones y enfermedades que incluyen, desde la exposición y aprovechamiento de menores (Honey Boo Boo) pasando por los tristemente célebres acumuladores compulsivos, las personas con un sobrepeso mortal hasta el relato infinito de crueles asesinatos.
Nuevamente, gracias a la magia del streaming, tenemos como tendencia planetaria la historia de Jeffrey Dahmer llamada “Monstruo”. En ella se relata, casi como un patrón novelesco, el periplo criminal de otro más -sí, otro más- de los incontables asesinos seriales que representan al país del norte en la narrativa social, como una suerte de exportación no tradicional.
La discusión sobre lo necesario siempre es peligrosa cuando se trata de “arte” no importa el soporte, no obstante, lo importante acá es señalar cómo historias llenas de morbo y violencia siguen siendo anzuelo fácil para las audiencias, muchas veces, sin siquiera una buena carnada. Cierto es que desde la sicología se asume como una especie de reflejo de sobrevivencia, es decir, visualizamos la violencia porque así podemos prepararnos para ella, allí podría ser útil su reconocimiento para anticiparla. No obstante, también hay un lado perverso, ya que nos hace naturalizarla e incluso respaldarla como forma de resolución de conflictos de todo tipo.
Es aquí cuando este tipo de expresiones que se suman a la lista de la repetición infinita se hacen vulgares y tediosas, es simple violencia, sin elementos artísticos distintivos o ponderaciones racionalizadas acerca del mal que provocan a nivel social. Los realizadores se decantan por el riesgo menor, nos dan morbo y nosotros lo consumimos, así de simple.
“Monster: La historia de Jeffrey Dahmer” (2022) es otra raya en el agua del entretenimiento ligero. De los mismos creadores de “American Horror Story” y “American Crime Story” Ryan Murphy y Ian Brennan, esta entrega de 10 episodios perfectamente pudo sumarse a los 113 que conforman las 10 temporadas de “AHS” elaboradas entre 2011 y 2021. Es un hecho que Ryan Murphy Productions en asociación con Netflix, han generado un negocio rentable cuando de comportamientos anómalos se trata, sin embargo, la fórmula archi conocida termina con ese magnetismo primal y convierte esta nueva oferta en un lento peregrinar entre lugares comunes y un guion mal logrado.
Desde el punto de vista de la estructura argumental, la miniserie ofrece un epílogo laxo, de escaso aporte a la historia central y que busca, sin mucho éxito, minimizar el horror mediante una batalla estéril acerca del reconocimiento de las víctimas, este quiebre separa la serie en dos momentos, casi como un spin off que solo se sostiene gracias a la actuación más relevante de todo el casting, la comediante y actriz Niecy Nash (Reno 911!, 2009) encarnado a Glenda Cleveland, la vecina del asesino. Aunque no da para hacer demasiado alarde, ya que sus realizadores insisten que deseaban darle un giro a lo típico de estas producciones asegurando que lo importante era “la historia contada por las victimas” ciertamente tampoco es así. El espacio en el relato es solo testimonial y no logra poner en primera línea esa emotividad.
El problema irresoluto de los Estados Unidos respecto al trato para con la gente negra y los latinos, en oposición a los blancos, así como las negligencias policiales cuando de entregar protección a las minorías se trata, tampoco logran darle mayor profundidad al relato, operando únicamente desde la redundancia, pero no esa que logra generar conciencia por repetición, sino más bien, esa que genera una respuesta contraria de pesadumbre y abulia.
El protagonista, Evan Peters (Jeffrey Dahmer), sigue siendo parte del club de actores como Nicolas Cage o Ashton Kutcher, que simplemente actúan de sí mismos, de expresión mínima y escasa intensidad, Peters es el mismo en cada trabajo televisivo, sin matiz alguno entre el chico langosta de “AHS” o el detective Colin Zabel en “Mare of Easttown” y, aunque la expresividad no era precisamente el fuerte del asesino real, está muy lejos de encarnarlo con la locuacidad y el misterio que este destila en las entrevistas que abundan en redes sociales. Es probable que sea su juventud y la fanaticada irrestricta que lo sigue desde su adolescencia lo que justifique su protagónico mas no la capacidad de encarnar de forma madura un perfil sicopático real.
Si no tiene mucho que hacer y ama el género, es probable que este trabajo capture su atención con lo bien logrado de su fotografía -recordemos que cubre un espacio de tiempo entre 1978 y 1991- ya sea en los exteriores como el diseño de vestuario. Los virajes de color, muy de manual, también son acertados, desde el amarillo para sobredimensionar la locura del protagonista hasta el verde para condicionar las escenas de peligro. Por otra parte, de seguro necesitará tener a mano el control remoto para apurar los soporíferos diálogos que anteceden lo obvio.
Disponible en Netflix.