La competencia nos está envenenando el corazón
Por Marcelo Trivelli, director Fundación Semilla.
A partir del estallido social de octubre de 2019, nuestro país ha vivido en una montaña rusa de acontecimientos y emociones. La democracia ha dado muestras de fortaleza porque las instituciones han cumplido su rol, pero también ha mostrado una cara oscura en el desorden dentro de los órganos colegiados de elección popular. Los últimos treinta meses han sido una excelente clase de educación cívica que nos ha puesto frente a los ojos la democracia tal y como es. Los próximos dos meses mostrarán lo mejor y peor de ella.
Enfrentados al plebiscito de salida para aprobar o rechazar el texto Constitucional, muchas chilenas y chilenos, en especial de aquellos que ostentan alguna posición de liderazgo, nos están envenenando el corazón, incentivado por el protagonismo individual y la competencia por destacar en los medios de comunicación y las redes sociales.
No es la propuesta Constitucional, como sostienen las y los analistas, la que nos divide. Es la competencia desenfrenada que todo lo justifica para que gane el apruebo o el rechazo. Sensata es la campaña que invita a leer y reflexionar sobre el texto y analizar con sentido crítico lo que dice.
La competencia ha pasado a ser parte de la cultura actual y en Fundación Semilla lo vemos a nivel escolar. La competencia por las calificaciones, la competencia por ser el o la más “bakan”, la competencia por destacar y por obtener el reconocimiento de su entorno, van envenenado la convivencia y haciendo perder el foco de la educación.
La colaboración, por otra parte, como forma de relacionarse e interactuar con los demás, parece estar ausente en las escuelas a pesar de ser la única forma de que todo un grupo humano avance hacia un mayor bienestar.
La competencia está envenenando el corazón en los barrios donde la droga suma cada día a más jóvenes al tráfico y al consumo. También en la economía con la colusión y muchas alzas de productos y servicios que parecen estar justificadas más en la codicia que en sus costos.
Los seres humanos nos necesitamos unos a otros y la competencia lo olvida. Lo mismo en la naturaleza. Los seres vivos nos necesitamos recíprocamente para sobrevivir y evolucionar.
La colaboración es el camino, no la competencia. Esto no significa que seamos todos iguales, porque asumir esa premisa no sirve de nada. La colaboración cobra mayor valor en la diversidad, en la que cada cual aporta lo suyo.
La gran biodiversidad en la naturaleza es la base de nuestra sobrevivencia planetaria. Y así mismo, la colaboración entre personas es y será el progreso de nuestra comunidad.
Practiquemos la colaboración y no la competencia, para evitar vivir con el corazón envenenado que tanto daño nos hace a nosotros mismos y a las demás personas.