La jauría 2: cuando la redundancia se vuelve ruido

Por Miguel M. Reyes Almarza, periodista e investigador en pensamiento crítico.

★★☆☆☆ (2 sobre 5)

Debo decir que no con poca sospecha me enfrenté al desafío de la Jauría 2, un híbrido entre secuela y nueva temporada, que hace algunos días viene dando mucho que hablar en los espacios virtuales.

El drama, a veces thriller, producido por Fábula (Pablo y Juan de Dios Larraín) luego de 8 asfixiantes capítulos, no aprende de su predecesor y profundiza, sin ningún tipo de sutilezas, en el lado menos atractivo del panfleto de la producción anterior.

Estrenada finalizando el mes pasado, muestra una producción que mantuvo inquebrantable su estilo frontal y adolescente, algo que puede, en el lugar indicado y con los actores indicados, favorecer un trabajo audiovisual convirtiéndolo en un show de nicho. Sin embargo, el target del streaming es amplio y está muy lejos de ser condescendiente con estos trabajos, ya que la lluvia de mensajes de reivindicación, aunque legítimos, se desmorona por su cantidad y obviedad. El matiz, aquello que conduce a la elegancia en un trabajo artístico, acá no aparece. Todo va con todo, feminismo, milicos, políticos miserables y un sinnúmero de conceptos complejos, que sin la posibilidad de profundizar en cada uno de ellos se exhiben tal muralla llena de grafitis, cuál más o menos ininteligible.

La confusión da paso a la abulia. La historia, previsible y en manos de los mismos actores, pone esta entrega mucho más cerca del formato de telenovela, ese del cual todo el mundo de la televisión paga quiere arrancar. A veces -las pocas- buscando la profundidad de “House of cards” y otras al borde del plagio con “Scooby Doo”, la ficción se come literalmente la realidad. Y no es porque esos grupos y esos personajes nefastos estén ausentes en nuestra sociedad, no; es porque todo aparece tan expuesto y con tan poco contexto que se convierte en un meme de nuestra historia reciente.

Para el género, sin duda, se ve bien; el trabajo visual es correcto y propio del streaming, sin embargo, las actuaciones siguen siendo timoratas, gente caminando con armas sin ninguna técnica al respecto, gente siendo violenta sin ánimo aparente, gente siendo insolente con groserías que se sienten ajenas. Los mejores pasajes de enfrentamientos y tensión quedan reducidos a una expresión casi de comedia, que difícilmente sostiene el “drama” en cuestión.

Antonia Zegers no avanza, a veces es ella misma, la actriz (comisario Fernández) y sus complementos actorales -María García Omegna y Daniela Vega- hacen lo suyo también, una suerte de juego en demasiado control, sin riesgo, sin vitalidad, que se queda en la suma de palabras altisonantes e imágenes formalmente destructivas. Ni la participación de Anita Tijoux, que pudo ser un aporte sustancial en tanto reconocimiento del grupo objetivo, se hace relevante y menos necesaria.

La primera vez que la vi defendí a brazo partido el tono panfletario como necesario y urgente, en desmedro de los atributos de una obra audiovisual, estábamos, como país, en momentos de amplia agitación y todas esas reivindicaciones sociales eran necesarias, aunque fueran a la fuerza. Hoy, volver a esos atributos básicos sin, por lo menos profundizar en su sentido parece una mala apuesta. La redundancia sin dirección se torna rápidamente en ruido.

Vivimos un proceso de cambio institucional que llama a las audiencias a poner ojo y oído en todo cuanto se ofrece en los medios de entretención, no obstante, si no hay un avance, una certeza en el sentido de todo aquello que es legítimo de escudriñar, cualquier buena intención se vuelve estéril, pierde su impacto y se queda, como trabajo, atrapada en el mundo de la ficción gratuita, molesta y sin sorpresa. Un llamado a los guionistas a no desperdiciar una tercera oportunidad, si es que el soberano público así lo acepta.

Disponible en Amazon Prime Video.

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El Periodista