Si bien en nuestro calendario gregoriano marzo ocupa el tercer lugar del correlativo anual, la tradición romana le daba el número uno. Era el primer mes del año, y con él se homenajeaba al Dios Marte, Martius, de ahí su nombre. Incluso para nosotros, bien entrados el s. XXI, y en la cresta de la ola de una modernidad líquida llena de tecnología en medio de una civilización avasalladora, pareciera que precisamente marzo sea el inicio del año no es del todo equivocado.
La tradición por estos lares es que en febrero se vacaciona o al menos el mes en que la actividad y el bullicio ciudadano desaparece o baja intensamente para recomenzar un nuevo año, un súper lunes cualquiera que congregará a todos en el umbral de un portal de autopista, en los tacos de la ciudad aún enveranada como si se tratara de ponernos de acuerdo exactamente que todo vuelve a empezar en un año que se ve largo, y que como es habitual, ofrece a la distancia dolores de cabezas, esfuerzos, trabajo, cansancio en medio de una sociedad agobiada que a pocas semanas de su nuevo ciclo solar contempla con nostalgia los días de verano o mira con resignación los escasos fines de semana largos para paliar, aunque sea levemente, los efectos de nuestra vida estresada, trabajólica, y, como si fuera poco, mal remunerada.
En marzo comienza el año y con él las ansiedades propias de cómo funcionará nuestra política, los avatares de la Convención Constituyente salpicada estas semanas por coloridos simbolismos de entre los que quieren incendiar todo y los que quieren mantener la estantería como está o con muy pocos cambios para disipar los legítimos aunque inexplicables temores de algunos sectores ciudadanos.
No son pocos los eventos importantes que nos deparan las próximas semanas: la llegada de un nuevo gobierno cuya luna de miel ha empezado a vivirla antes de asumir, pero que desde La Moneda sin duda será más complicado porque habrá definiciones concretas, que más allá de los grandes relatos grandilocuentes, tendrá que abordar en forma doméstica casi sin épica, como por ejemplo, la liberación de los presos de la revuelta en su mérito y circunstancia, la eventual prolongación del estado de Excepción en la llamada “Macro zona sur”, el escenario del retorno a clases con una pandemia que mostró en febrero cifras preocupantes, lo que producirá más de algún impasse entre el Ministerio de Educación y el Colegio de Profesores, y por último, el desempeño de una Convención Constituyente que al menos en lo comunicacional, no ha dado señales de estabilidad, y que por el contario ha generado el suficiente ruido para que se levanten las sospechas de la ciudadanía respecto de propuestas alejadas de todo canon democrático, que aprobadas o no posteriormente, han distraído la discusión de temas esenciales para la confección de una carta fundamental que recoja los cambios que mayoritariamente la ciudadanía demanda pero incluyendo miradas más allá de las propias evitando todo maximalismo.
Marzo supone el retorno de las fatigas y agotamientos propios de diciembre, pareciera que lo vivido en febrero fuera un viejo recuerdo de siestas y porotos con mazamorra, lecturas furtivas a la sombra de una higuera. Actividades que, lejanas o no en la memoria marciana, fueron muy necesarias para abordar las tareas y desafíos del año con entereza y confianza, cualidades que ciertamente son fundamentales para que el año que debemos empezar a recorrer sea de verdad mejor. No podemos echarle la culpa al empedrado, las circunstancias sociales de progreso y bienestar, desarrollo y construcción de un nuevo ethos cívico no depende solo de lo que hagan los demás, sino especialmente de nuestra voluntad por ser individualmente articuladores de virtudes como el respeto ciudadano, la tolerancia activa, el discurso propositivo, el respeto a los demás en su diferencia y el apego irrestricto a las normas de la democracia como señal inequívoca que el futuro lo construimos todos a partir de uno mismo.
¡Ciudadanos todos, bienvenidos a marzo, que el año se inicia!