Chimamanda Ngozi Adichie: «La escritura es el amor de mi vida»

Desde su casa en Lagos, la capital de su país, la escritora y activista nigeriana dialogó extensamente con Télam vía Zoom. Durante la entrevista abogó por un feminismo que se desmarque de la teoría, abandone las etiquetas y recupere la frescura en las pequeñas historias de mujeres.

Por Ana Clara Prez Cottem (Télan) Traducida a más de 30 idiomas, candidata al Nobel de Literatura, referente contra el racismo y el colonialismo y catapultada a la categoría de icono pop luego de que su charla “Todos deberíamos ser feministas” se viralizara, la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (1977) se desmarca de las lógicas simplificadoras de la época y defiende la esfera autónoma de su obra literaria: “Mis libros de ficción no son ideológicamente feministas. Allí hay mujeres que no son fuertes porque el mundo real es así”.

Desde su casa en Lagos, al sudoeste de Nigeria, la activista dialogó con la agencia Télan por Zoom y abogó por un feminismo que se desmarque de la teoría, abandone las etiquetas y recupere la frescura en las pequeñas historias de mujeres: “Me interesa escucharlas, hablar con ellas, observar su mundo. No me interesa la teoría feminista y en parte es porque puede achatar la experiencia de la gente”.

Nació en Nigeria, en la aldea de Abba, y es la quinta hija del matrimonio de la etnia igbo entre un profesor de estadística y una secretaria académica; ambos murieron durante la pandemia. Pasó su infancia en la ciudad de Nsukka, sede de la Universidad de Nigeria, y en el seno de esa familia de clase media ilustrada comenzó a leer literatura inglesa y norteamericana a los cinco años.

A los diecinueve, viajó a Estados Unidos becada para estudiar Comunicación y Ciencias Políticas y, desde entonces, como contadora de historias edifica una obra de ficción en la que los personajes nigerianos se desmarcan de los estereotipos, una apuesta por narrar la diversidad.

“La flor púrpura”, la novela que escribió a los veintiséis años, fue seleccionada para el Man Booker Prize en 2004. “Medio sol amarillo”, que narra la lucha del pueblo igbo por la independencia en la guerra de Biafra, ganó el Orange Prize 2007 a la Mejor Ficción. En 2013 publicó “Americanah”, que cuenta las experiencias de una estudiante nigeriana que se muda a Estados Unidos y es el bestseller de largo recorrido que cimentó su éxito literario. Publicó “Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo’” en 2016 y en su último libro, “Sobre el duelo”, da cuenta de cómo llevó la muerte de su padre.

Junto a autores de la talla de Haruki Murakami, Jamaïca Kincaid, Michel Houellebecq y Margaret Atwood, el año pasado sonó entre los candidatos al Nobel.

Pero fue “Todos deberíamos ser feministas”, la charla TED de 2015 que se viralizó como uno de los manifiestos feministas más interesantes de la época y que Beyoncé sampleó en su canción “Flawless”, la que la convirtió en una portavoz didáctica, fresca y refinada que logra que el mensaje de igualdad trascienda las fronteras. En Nigeria, muchos la acusan de traicionar su cultura por autodenominarse “feminista”, algo que consideran parte del imaginario blanco y europeo. Desde entonces, a ella le gusta definirse como una “feminista negra, feliz y africana” y reparte sus días entre la escritura, la vida académica y la crianza de su hija entre los dos continentes.

Chimamanda, usted vive entre Nigeria y Estados Unidos. ¿Cómo cambió la vida de las mujeres en estos países durante la pandemia?

-La pandemia puso de relieve las líneas que ya sabíamos que existían. La mayoría de los puestos de trabajo que se perdieron, los perdieron las mujeres. Sin importar la clase social, incluso las mujeres que antes tenían ayuda doméstica se encontraron haciendo gran parte del trabajo doméstico. Además, los casos de violencia machista aumentaron exponencialmente. Pasaron muchas cosas en el mundo, todos nos vimos afectados, tanto hombres como mujeres, pero las mujeres sufrieron más porque vivimos en un mundo dominado por hombres y simplemente por eso terminamos sufriendo más.

¿Deberíamos repensar el feminismo en este contexto?

-¡No! No veo por qué deberíamos repensarlo. Sí creo que es importante hablar de qué es el feminismo y de cuál es su objetivo porque especialmente en Occidente la palabra “feminismo” se ha vuelto pesada, se la malinterpreta y se la carga con todo tipo de estereotipos negativos. Por ejemplo, cuando yo todavía no hablaba de feminismo, era conocida solo como escritora. Soy escritora de ficción porque lo que más me gusta hacer es leer y escribir. Quisiera no tener que hablar de feminismo, preferiría hablar de literatura y de poesía pero hay un problema muy grande en el mundo y soy una persona pública, así que elijo hablar de esto. Ni bien empecé a hablar de feminismo me volví “polémica” en Nigeria. Todavía vivimos en un mundo donde una mujer que alza la voz para hablar de cómo somos excluidas y oprimidas automáticamente pasa a ser “polémica”. La pregunta es por qué. La gente se siente muy incómoda cuando las mujeres hablamos de las formas en que somos oprimidas y excluidas.

Su padre falleció durante la pandemia, no pudo despedirlo y en “Sobre el Duelo”, su último libro, decidió abordar el tema. ¿Qué rol cumple la escritura en los momentos difíciles?

-La escritura es el amor de mi vida. Nací para escribir. Cuando se murió mi papá, mi vida cambió para siempre: sentí que me convertía en otra persona, me transformó el duelo. Entonces, empecé a escribir para intentar encontrarle un sentido a eso. Cuando experimentas un duelo, sentís muchas cosas: estás confundida, asustada, enojada, triste, culpable, perdida. Aparecen todos estos sentimientos y te cuestionas lo que sentís. El duelo es una mezcla muy compleja de emociones y yo no estaba preparada. Escribir fue mi forma para encontrar un sentido y también de honrar a mi papá. Cuando amamos a alguien profundamente, y yo amaba a mi papá profundamente, la escritura puede ser una forma de conmemorar ese amor.

¿Las luchas en el mundo nos unen? ¿Funcionan como espejos?

-Sí. Una cosa que aprendí es que existen diferencias culturales, de clase, raciales, pero también hay una realidad femenina universal. Hablando con mujeres de distintas partes del mundo he notado que las historias son parecidas. Tiene que ver con la forma en que las diferentes culturas manejan el tema del cuerpo de las mujeres. Lo hacen de forma diferente, pero el rasgo común es que todas encuentran formas para controlarlo.

En muchos lugares del mundo el aborto sigue siendo ilegal. En Nigeria es ilegal. En muchos países latinoamericanos las mujeres se siguen muriendo. La cuestión de fondo es si se considera a la mujer como un ser humano completo. Respeto a las personas que están en contra del aborto, siempre y cuando esa objeción sea solo para sí mismas. Y por otra parte, en todo el mundo son las mujeres las que renuncian a sus sueños y reciben elogios si se sacrifican. Desde chicas, nos enseñan que nuestra capacidad de amar se mide por nuestra capacidad de sacrificar nuestros deseos. El amor debe ser dar y recibir. Si dos personas se aman, las dos deberían poder hacer sacrificios. Por otra parte, muchas veces hablamos de que las mujeres no ocupan posiciones de poder político y económico en distintas partes del mundo y eso es verdad, pero hay cuestiones culturales que hacen difícil que las mujeres lleguemos. Una amiga de Lagos me dijo: “No se trata solo de llegar a la sala de reuniones. El dormitorio impacta en la sala de reuniones”.

Es escritora y suele advertir que las pequeñas historias sobre mujeres dicen más que la teoría feminista. ¿Qué encuentra ahí?

-Me interesa escuchar a las mujeres, hablar con ellas, observar su mundo. No me interesa la teoría feminista y en parte es porque puede achatar la experiencia de la gente. Generalmente son mujeres jóvenes las que quieren estudiar feminismo o lo que en muchos lugares llaman “Estudios de Género” (y que me gustaría que se volvieran a llamar “Estudios de la Mujer”, pero bueno). Quienes estudian mucha teoría después tratan de aplicar esas teorías a las vidas de las mujeres y para mí debería ser al revés: no deberíamos empezar con la teoría, deberíamos empezar con las historias cotidianas sobre cómo se las arreglan las mujeres de distinta clase social, de distintos países y qué aspectos culturales las restringen. Por eso, defiendo la idea de escuchar historias de mujeres y es algo que les pido a los hombres porque sabemos que -y esto se ha demostrado en estudios- las mujeres leemos libros escritos por hombres y por mujeres pero los hombres leen solo libros escritos por hombres. Y esto es un problema: vivimos en un mundo dominado por el poder masculino en el que muchos hombres no están familiarizados con las historias de las mujeres. Aprendí con el #metoo, un movimiento principalmente occidental que no tuvo mucha presencia en Nigeria, cuántos hombres se sorprendían. Muchos no podían creer que a las mujeres les estaban pasando estas cosas y por supuesto, las mujeres sí lo sabíamos. Contar estas historias es esencial porque no se podrá poner fin a la opresión y a la exclusión sin que esto se conozca.

«Es difícil criar yendo en contra de lo que se considera ‘normal'»

Con un registro cálido y directo, Chimamanda Ngozi Adichie escribió en 2016 “Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo” una carta a una joven madre a días del nacimiento de su primera hija, en la que a partir de quince consejos que van de la dulzura al pragmatismo la escritora nigeriana le propone a su amiga una pedagogía de la igualdad y el respeto.

“En lugar de enseñarle a tu hija a agradar, enséñale a ser sincera. Y amable. Y valiente. Anímala a decir lo que piensa, lo que opina en realidad, a decir la verdad. Dile que si algo la incomoda, se queje, grite”, enumera la autora en uno de los capítulos. Pero va más allá y se distancia explícitamente de toda la literatura sobre sobre crianza con la que Occidente pareciera hacer frente a las contradicciones o desfasajes entre la maternidad y el rol que las mujeres aspiran a jugar en el mundo en el Siglo XXI: “Desearía que criar no se hubiera convertido en un verbo, porque lo considero la raíz de ese fenómeno global de clase media que hace de la crianza una travesía inquietante, interminable, cargada de culpa”.

Un año después de aquel acercamiento afectivo y teórico a la maternidad, la escritora quedó embarazada. Junto a su marido, un médico norteamericano de ascendencia nigeriana llamado Ivara Esege, afrontaron la tarea (ahora real) de “educar en el feminismo” a su pequeña hija.

¿Cómo fue criar a su hija después de escribir “Querida Ijeawele”?

-Cuando escribí Dear Ijeawele no tenía una hija. Es muy fácil dar consejos sobre crianza cuando no tienes hijos, pero cuando eres madre te das cuenta de que no es tan fácil. Todo lo que escribí y todas las sugerencias que le doy a mi amiga en el libro son cosas en las que creo firmemente. Intento seguir esas premisas pero es difícil criar a tu hija yendo en contra de muchas cosas que son consideradas “convencionales” y “normales”.

Cuando algo se ha hecho de una manera durante mucho tiempo, la gente piensa que se tiene que hacer así. Por ejemplo, estoy convencida de que no debemos imponer juguetes específicos según el sexo, pero a alguna gente, eso le parece raro. Algunas personas creen que es “natural” que les demos los camiones a los varones. Cuando nació mi hija -y por suerte mi marido y yo coincidimos en esto- queríamos darle los juguetes que le gustaran sin antes decirle “como sos una nena, te tiene que gustar la muñeca”. Hasta que empezó a ir a la escuela fue extraordinario: le gustaban los bloques, apilar cosas y los autitos que le traía mi marido. Pero la socialización escolar de alguna forma la cambió y de pronto nos decía cosas como “eso es de nena” y “eso es de nene”, algo que nosotros nunca le dijimos. Es importante entender las diferencias biológicas entre hombres y mujeres y aceptarlas porque básicamente son la base de la opresión a las mujeres.

Si no fuéramos las mujeres las que parimos o si las mujeres no fuéramos físicamente más débiles, en términos generales, no habríamos sido tan oprimidas a lo largo de la civilización humana. Eso es importante. Pero a veces exageramos esas diferencias y no les permitimos a los niños ser ellos mismos. Es importante que relajemos y ampliemos las expectativas que depositamos en los niños según su sexo biológico.

“Acercarse a la literatura desde lo autoritario es malísimo para la creatividad»

“Cuento historias. Y me gustaría contarles algunas historias personales sobre lo que llamo ‘el peligro de la única historia’. Crecí en un campus universitario al este de Nigeria. Mi madre dice que comencé a leer a los dos años, creo que más bien fue a los cuatro, a decir verdad. Fui una lectora precoz y lo que leía era literatura infantil inglesa y estadounidense”, recuerda Chimamanda Ngozi Adichie en “El peligro de la única historia”, la primera charla TED que dio y que suma 12 millones de reproducciones.

En aquellos veinte minutos que ensayó en 2009, la autora traza un manifiesto y un llamado a rechazar los relatos únicos.

Cuenta que cuando empezó a escribir sus primeras historias en Nigeria, a los cinco años, sus personajes eran blancos de ojos azules que jugaban en la nieve, comían manzanas y hablaban maravillados de los días en los que sale el sol. Poco podía decir su tierra natal donde se comen mangos y siempre hay un sol brillante. Esta paradoja, admite la autora, se daba porque su carrera como escritora empezó copiando aquello que había leído en la literatura europea. “Los relatos nos definen, nos modelan, nos implican”, sostiene tras haber descubierto la riqueza de la literatura africana años después.

En aquella famosa charla TED advertiste sobre los peligros de la historia única. ¿Existe hoy una historia única en Estados Unidos?

-Es una pregunta interesante. Quizás no haya una historia única, pero está muy presente esta idea de que la gente tiene que opinar lo mismo sobre todo. Eso promueve una historia única porque reprime cualquier diversidad de pensamiento. Lo que pasa hoy en Estados Unidos, y cada vez más en otras partes del mundo, es esta insistencia en una única mirada, muy ideológica, que a menudo carece de complejidad y de matices. En ese sentido, creo que es algo peligroso, no sé cómo va a terminar y me preocupa de cara al futuro.

¿Cómo impactan la censura en internet y la cultura de la cancelación en las universidades en la creatividad de los artistas?

-Internet generó muchas cosas buenas en el mundo, obviamente. En Nigeria, por ejemplo, Twitter le permitió a los jóvenes tener voz propia. Pero lo que creo que está pasando -y esto se originó en Estados Unidos y se está exportando a todo el mundo por su poderío cultural- es esta idea de lo que no se puede decir y qué castigo tiene el decir algo que se considera “incorrecto”. Por cierto, esto lo originó la izquierda norteamericana. Hay que ser amable, inclusivo, no herir los sentimientos de nadie, lo cual siempre es una buena idea. El problema es que se abusa y ahora se convirtió en una forma de lograr que todos se ciñan a una ortodoxia particular, a una forma de pensar particular, y si no lo haces, la gente te persigue, te agrede, son “cancelados”. Pero existen consecuencias reales y no son solo individuales.

La persona que es atacada y denigrada es un ser humano y a menudo la gente se olvida de esto. Cada vez que leo de alguien joven que se suicida porque recibió burlas en internet, se me parte el corazón: todos somos emocionalmente frágiles. Y, por otro lado, está el impacto en la creatividad: acercarse a la literatura desde lo autoritario es malísimo para la creatividad. Muchas personas tienen miedo de decir algo incorrecto o de ser “canceladas” y por eso no escriben lo que les gustaría escribir o no abordan cierto temas o lo hacen de formas que son “ideológicamente correctas” y esto es un verdadero desastre para la creación de literatura de verdad.

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El Periodista