Rusia y la OTAN tocan fondo en sus relaciones

Tanto la Alianza como Rusia guardan las apariencias y se declaran abiertas al diálogo pero es evidente que sus relaciones no han sido tan malas desde el fin de la guerra fría.

(Por Daria Karaseva) Una crisis sin precedentes entre Rusia y la Alianza Atlántica ha marcado 2021, centrada, sobre todo, en el cierre de la oficina de la OTAN en Moscú y desarrollada, principalmente, en torno a las fronteras este del bloque y las actividades en el espacio.

Dirigentes de ambas partes han sido duros en sus declaraciones. Mientras el canciller ruso, Serguéi Lavrov, considera las posiciones de la OTAN como «absolutamente irresponsables» y que «tienen por objetivo provocar un conflicto», el secretario general de organización atlántica critica el «inadmisible incremento de fuerzas por parte de Rusia» en las cercanías de sus fronteras.

Tanto la Alianza como Rusia guardan las apariencias y se declaran abiertas al diálogo pero es evidente que sus relaciones no han sido tan malas desde el fin de la guerra fría.

EL IRRITANTE COFLICTO UCRANIANO

La agudización del conflicto en el este de Ucrania y las aspiraciones de ese país a engrosar las filas de la OTAN se convirtieron este año en uno de los mayores agravantes para el diálogo entre Rusia y la Alianza.

Durante todo 2021, a medida que empeoraba la situación en Donbás, los principales medios occidentales reportaban una concentración «jamás vista» de tropas rusas cerca de las fronteras ucranianas, a la par con los supuestos planes de Moscú de invadir al país vecino. Con el argumento de manifestar el apoyo a Ucrania frente a la presunta agresión rusa, miembros de la OTAN apostaron por enviar sus buques de guerra y aeronaves al mar Negro, organizando a las puertas de Rusia todo un desfile militar.

Las actuaciones de la Alianza no pudieron menos que generar preocupación a Moscú, que las calificó como un intento de la OTAN de camuflar el despliegue de sus armas en el territorio ucraniano y desestabilizar la región. «Rusia no quiere más conflictos, pero si Occidente no logra contener a Ucrania e incluso la incita contra Rusia, Moscú adoptará medidas para garantizar su seguridad», advirtió Lavrov.

FLANCO BIELORRUSO

A mediados del presente año, Rusia y la OTAN entraron en un nuevo terreno de confrontación. Ante la crisis migratoria en la frontera polaco-bielorrusa, el llamado «ataque híbrido» de Minsk, la OTAN procedió a incrementar sus fuerzas en Polonia para atajar la afluencia de refugiados que buscan cruzar a la Unión Europea.

Minsk y Moscú, al coincidir en que la Alianza Atlántica aprovecha la situación para emplazar sus armas en el este de Europa y presionar al presidente Alexandr Lukashenko, no tardaron en unirse para reforzar el flanco bielorruso.

Por ahora los dos países se limitan a patrullajes aéreos conjuntos y entrenamientos militares. Sin embargo, después de que la OTAN declarara que podría desplegar sus armas nucleares en el este de Europa, y Lukashenko, en respuesta, planteara emplazar en su territorio el arsenal ruso, apareció el riesgo de que las tensiones adquieran una nueva dimensión.

DISPUTAS SOBRE EL ESPACIO

También echaron leña al fuego las pruebas espaciales de Rusia, en noviembre, que culminaron con el derribo de uno de sus propios satélites inoperativos, tras lo cual recibió una oleada de críticas, principalmente, por parte de países occidentales.

«Cuando Rusia ensaya un arma antisatélite, las actividades civiles en el espacio se ven amenazadas», denunció Stoltenberg en referencia a los fragmentos del aparato destruido. Pero lo que alarmó de verdad a la comunidad transatlántica fueron los propios ejercicios que revelaron la capacidad de Rusia de desarrollar un arma espacial de tal potencia.

Desde la Cancillería rusa negaron que el ensayo representara riesgo alguno y a la vez recordaron que Moscú llevaba años llamando a firmar un acuerdo internacional para evitar una carrera armamentista en el espacio, pero la propuesta, por lo visto, cayó en saco roto.

COMUNICACIÓN CONGELADA

El momento más simbólico de este 2021 fue, sin duda, la expulsión de los diplomáticos rusos de Bruselas y el cierre de la oficina de la OTAN en Moscú.

El 6 de octubre, la OTAN revocó la acreditación de ocho empleados de la misión permanente rusa ante la Alianza Atlántica en la capital belga, por sospechas de asesinatos y espionaje, y recortó otros dos puestos en la representación rusa.

Moscú, por su parte, respondió con la suspensión de su misión rusa ante la OTAN en Bruselas y anunció el cierre de la oficina de información y la misión militar de la OTAN en la capital rusa.

Aunque Stoltenberg aseguró más tarde que mantiene algún contacto con Moscú, cabe admitir que la comunicación institucional quedó prácticamente rota. La única vía que le queda ahora a la Alianza para contactar con Rusia es dirigirse a su embajador en Bélgica.

EVITAR UN FINAL TRISTE

Como opción para aliviar las tensiones acumuladas, el presidente Vladímir Putin propuso intercambiar garantías mutuas de seguridad, y dejó claro que, para empezar, su país querría asegurarse de que la OTAN no se expanda al Este ni emplace sus armas de ataque en los países limítrofes con Rusia.

Su colega estadounidense, Joe Biden, quien, en un primer momento, afirmó que no aceptaría «líneas rojas» de nadie, mencionó más tarde que las preocupaciones de Moscú al respecto podrían abordarse en una posible reunión de alto nivel entre Rusia, EEUU y otros cuatro países clave de la OTAN.

Por tanto, todavía no está claro si habrá un desenlace positivo o nos aguarda una nueva fase de confrontación, pero lo cierto es que las relaciones entre Rusia y la OTAN están viviendo una crisis histórica, y su normalización sería un proceso largo y complicado, necesitaría grandes esfuerzos y, ante todo, suficiente voluntad mutua. (Sputnik)

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