Refutando el peligro: el voto que defiende es también un voto que razona
Por Miguel Reyes Almarza, periodista e investigador en pensamiento crítico.
Siempre se ha asociado el acto cívico de votar por un candidato -sobre todo en comicios presidenciales- como la confirmación, en el mejor de los casos, a una idea de país compartida y, en el peor y más frecuente, a una apuesta personal donde se teme quedar de lado de los vencidos o “con cola” como decían nuestros abuelos, gesto narcisista carente de convicción política y producto de la brutal instrucción desde la competencia.
El caso es que no es ni lo uno ni lo otro. El voto, como expresión voluntaria del deseo ciudadano, no tiene que ser necesariamente una afirmación de algo, es decir, que entregue razones para decir que sí a alguna forma u otra de liderazgo; todavía más, un argumento, de aquellos necesarios para expresar nuestro compromiso cívico, para ser tal, no precisa ser afirmativo, podemos racionalizar desde la negación a una situación que, a saber, dañaría considerablemente lo que entendemos por ciudadanía. Cuando no estamos de acuerdo con algo, podemos expresar ese algo como un argumento y eso no le resta sustento alguno.
Por ejemplo, el voto “rechazo” del plebiscito del 25 de octubre de 2020, era precisamente aquel que buscaba negar una realidad, no admitir una propia, sino más bien, cerrarle el camino a un tipo de gobernabilidad manteniendo el statu quo. Su argumento podía transitar desde afirmar la negación como punto de vista, es decir, “no apruebo” y razonar desde allí con premisas del tipo “ya que será más gasto para el Estado” hasta otras menos racionales y más persuasivas como “nos convertiremos en Venezuela”. No importando la razón que asomaba, había un punto de vista y una razón, por tanto, formalmente un argumento que abre y permite la discusión.
Lo que viviremos este 19 de noviembre puede ser entendido de la misma forma, siempre y cuando exista la voluntad de hacerlo. Tan loable como las reivindicaciones propias de los programas de cada candidato, es la expresión de desazón y preocupación respecto de los planteamientos de sus contrapartes. No importa la dirección, sigue siendo posible una decisión razonable y argumentada.
Votar para cerrarle el paso a ideas peligrosas es un acto válido y razonable, que no le debe nada al voto que consolida los propios puntos de vista, como cuando en 1988 en Chile se le dijo NO al dictador. Difícil es saber si aquel pueblo lleno de carencias podía sostener una idea concreta de lo que soñaban en tanto comunidad, sin embargo, ante la clara situación de menosprecio y agravio, el resultado de tal referéndum se situó en la negación de tal ignominia.
Muchas veces no es sensato, en primera instancia, insistir en proponer cuando se enfrenta una situación que requiere ser detenida antes de que sea demasiado tarde. Los bomberos -en tanto metáfora útil- apagan el fuego y luego investigan sus causas. Si hay una urgencia, lógicamente, esta debe ser atendida antes de cualquier otra consideración.
En el pensamiento crítico -como en la vida misma- no hay verdades universales, absolutas e inexorables, por tanto, siempre decidimos sobre las ideas que mejor se adecúan a nuestro pensar, aunque estas nunca lleguen a ser totalmente perfectas en el propósito de saciar cada uno de nuestros deseos, es más, de ser así, con seguridad estaríamos más cerca de enfrentarnos a ciertos delirios sectarios muy peligrosos, ya que ningún humano será el candidato perfecto en todo y para todos. No en este mundo.
La idea entonces es no sentirse disminuidos por que se piensa votar en contra del otro y no a favor de uno. La situación crítica es igual de razonable y expresa certeza -muy necesaria en estos días- acerca de aquello que, en este caso, causaría un daño irremediable al país al cual se aspira. Podemos pensar un mejor proyecto y trabajar para ello, pero antes debemos detener la amenaza sobre todas aquellas reivindicaciones que tantas vidas nos han costado.