Mariana Enríquez: «Hay una hipervaloración de la lectura, la gente no es peor porque no lee»
Periodista, escritora y docente argentina, parte del grupo de escritores conocidos como «nueva narrativa argentina». Ganó el premio Herralde en 2019.
La hipervaloración de la lectura y de la literatura, así como la infantilización del lector de géneros hasta hace poco considerados menores como el fantástico, la ciencia ficción y el horror -hoy uno de los más populares de la ficción, leído sobre todo por jóvenes- hace que desde instituciones educativas habiliten y circulen textos con referencias demasiado adultas para subjetividades todavía en construcción, «un disparate», dice la escritora Mariana Enríquez (48).
«El terror está entre lo muy popular, lo leen sobre todo los jóvenes. Ahí tenés un lío terrible que es gente dándole mis cuentos a chicos de secundaria. Es un disparate. Tienen cosas muy sexuales, pero no en el sentido de ocultarle la sexualidad a los chicos, son cosas muy terribles, que no están buenas, crueles, que son para un registro adulto de cómo entender los impulsos», afirma la escritora argentina, ganadora del premio Herralde de novela en 2019.
«Sé que les dan ‘Los peligros de fumar en la cama’-grafica-. No sé si todos los cuentos, deben ser unos pocos, pero cuando se da un libro, por lo general, está en la biblioteca de la escuela. Y si vos agarrás ese libro tenés un cuento, ‘Donde estás corazón’, por ejemplo, de una tipa que tiene un fetiche con corazones y termina torturando a un tipo. Un cuento que escribí pensando en otra cosa con todas referencias súper adultas».
¿Qué pasa cuando esas lecturas no son búsquedas personales sino parte de currículas institucionales?
El tema es cómo las desarrollás y cómo las enmarcan. Yo probablemente leí cosas terribles a mis 13, 14 años, pero en mi casa. Eso está bueno, porque tiene que ver con cómo lo elaborás y lo pensás vos y entra en tu educación sentimental. Ahora, en la organización institucional digamos, enmarcar una perversión sexual… qué sé yo. No sé si es el lugar, me parece que pasa por otro lado y que tiene que ver con el terror, el fantástico, la ciencia ficción y la infantilización del lector de esos géneros. Por ahí durante mucho tiempo tuvo que ver con los lectores de esos géneros, porque no entraba en la literatura grande, etcétera. En los secundarios leés «Crónicas marcianas», el libro de un hombre grande que siente añoranza de su niñez, entonces lo que te perdés es ese efecto abrumador tristísimo que sobreviene cuando lo leés de grande, porque es un libro sobre un mundo perdido y ese mundo perdido es el mundo de la infancia. De adolescente probablemente te aburra, todavía no experimentaste eso. Es una lectura totalmente distinta, pero con mucha ciencia ficción pasa eso, es muy dura para dar, en cambio el terror engancha, gusta, es un hit.
¿Crees que haya una sobrevaloración de la lectura?
La gente no es peor cuando no lee. Y tiene derecho a leer lo que se le canta. Hay gente que no le gusta la ficción porque no le gusta la ficción, hay otra que lee sólo ficción, hay gente que no lee nada. Hay muchos tipos de narraciones, por supuesto que la ficción es necesaria, pero a la ficción se puede acceder desde muchos lugares: desde el cine, desde una televisión, desde lo oral, montones de cosas. Pero hay una cosa como que el tipo que lee es mejor, que tiene algo superior, y eso es jodido. O sea, vos leés porque querés, hay gente que no tiene tiempo de leer, mi mamá se puso a leer de vieja, porque antes no tenía tiempo, tenía que laburar y cuando tenía que desconectarse de laburar no se desconectaba con Flaubert, lo hacía mirando la tele. Quiero decir, no es que volvía recansada de la guardia y decía me voy a poner a leer «En busca del tiempo perdido». Me parece que no, hay una sobrevaloración del lector que no suma.
Esa mirada exagerada se traslada a veces al oficio de escribir.
También con los escritores, sí, gente en general que se solemniza con este tipo de cosas. Conozco a un montón de escritores que empezaron siendo personas y después les agarró una cosa como de semidiós, pero no por excéntricos, sino porque se consideran seres dotados. Y nadie niega que escribir sea un don, pero también son un don otro montón de oficios. Hay algo que se arma ahí muy clasista, que tiene que ver con lo popular, lo no popular, el rol que tuvo en los géneros literarios y la exageración académica de rescatar cosas que, históricamente, no son así.
Escritura de mujeres
“Hay muchísima ficción oscura escrita por mujeres, que no es lo mismo que terror género”, advierte la escritora, referente del gótico y el horror contemporáneos: “hay núcleos de escritura de mujeres, muchas escritoras trabajando diferentes géneros con diferentes registros -analiza-. No sé si venden más pero es un momento en el que sus libros circulan mucho más”.
“Carolina Sanín no escribe género. Mónica Ojeda más o menos. Fernanda Ampuero sí. Después está Marina Yuszczuk, ¿pero las cosas de vampiros son de terror? No sé. A veces sí, a veces no. Acabo de leer este libro fantástico de Dolores Gil, ‘Parte de la felicidad’, una autoficción durísima que no tiene nada de género -enumera- No me parece que hay menos escritora de género. También pasa con los varones, son una generación que creció viendo ‘Twin Peaks’, leyendo Stephen King, siendo fan de Star Wars, criada con el fantástico como la mamadera», plantea la autora de «Nuestra parte de la noche».
Para Enriquez «hay un total desprejuicio, ya no hay cosas menores. Autoras híbridas como María Gainza o Verónica Gerber Bicecci, que mezclan crónica, autoficción y crítica de arte, en otro momento hubieran pasado desapercibidas. Acabo de leer ‘La señora Potter no es exactamente Santa Claus’, de Laura Fernández, que no es fantástico, o sí, es un Vonnegut rarísimo y es una novela bellísima. Las anteriores quizás no hayan sido tan buenas pero no son tan distintas y sin embargo ésta la rompió. Están mirando más a las mujeres”.
“Incluso están teniendo más respeto entre comillas, porque falta un poco: las escritoras de romántico histórico, que están en un lugar más ambiguo, el de los géneros considerados menores ahora, aunque sean los que la gente lee más”. Así se refiere la autora de “El año de la rata” a la escena de la ciencia ficción, el terror y el fantástico, géneros literarios que recién ahora dejan de considerarse de segunda, en un momento de revisión de cánones que, entre otras cuestiones, recupera obra invisibilizada durante siglos de grandes escritoras.
¿Qué pasa con esos rescates en los que parece que eran todas pioneras en los suyo?
Me parece, y lo digo como feminista, que cuando desde un lugar político exagerás la importancia y la presencia de las mujeres no les estás haciendo un favor. Hay un montón de mujeres que escribieron fantástico y ciencia ficción, sobre todo en el siglo XIX, hoy totalmente invisibilizadas y últimamente rescatadas en un montón de libros. Eso mismo mismo pasó con la ciencia ficción en el siglo XX y ni hablar de los géneros escritos por gente de color, con autoras como Octavia Butler. Si agarrás las compilaciones de escritoras del siglo XIX te das cuenta que muchas eran sufragistas, se divorciaban, eran lesbianas, laburaban, sobre todo, para las revistas de Dickens, que les pedía muchos cuentos de fantasmas. En los grandes géneros que en ese momento eran el histórico no entraban tanto, pero en el gótico sí. Había un montón y casi todas eran tratadas como colegas aunque tuvieran sus dificultades, como las Bronte, que van a buscar editarse usando seudónimo masculino y que cuando se descubre entre comillas que son mujeres, la que la pega es Charlotte porque sus textos son menos feroces que “Cumbres borrascosas”, de Emily, y menos disruptivos que los de Anne, sobre todo “La inquilina de Wildfell Hall” que plantea a una mujer que abandona a su marido. Y Charlotte, que concedía un poco más al gusto popular, cuando la rompe va a los salones en Londres, se casa, gana guita, hasta le hacen una biografía. Eran colegas y estaban en la escena, tenían maridos que las bancaban y cuando no las bancaban los dejaban, eran profesionales en muchos casos. Escritoras que por ahí nunca escuchaste tienen 60 libros.
El discurso exagera, pero la invisibilización fue salvaje.
Si investigás escritoras de gótico ves cómo gente súper famosa como Anne Rice, autora de “Entrevista con el vampiro”, quedó invisibilizada y cómo eso no pasó con varones no tan diferentes a ella en la misma época. Louisa May Alcott, autora de “Mujercitas”, hizo un cuento de terror de una tipa que se transforma en momia tipo película clase B, y yo no sabía que también se estaba divirtiendo escribiendo cuentos relocos. Visibilizar esto es mucho más honesto que exagerar un papel que no podía existir ni por historia, ni por rol, ni por educación ni por propiedad, son mujeres que no podían tener casa, si se separaban quedaban desamparadas y en muchos de estos cuentos leés ese miedo, fantasmas deambulan con bebés en brazos porque las echó el padre de la casa, porque quedaron embarazadas solteras y no tienen ningún derecho a herencia. Saber esto es más importante que ser la primera.
Una idea que además es patriarcal.
Ni ganamos ni perdimos. Tiene que ver con darle un contexto a lo que estaba pasando ¿qué mujer tenía tiempo de hacerse la reina en 1850? No estaban escolarizadas y las que sí, estaban en su casa, como Jane Austen. ¿Entonces de qué estamos hablando? Esto del patriarcado y la invisibilización, que termina sonando como palabras vacías, se hace muy real cuando vas a las fuentes y ves que de verdad les sacaron el lugar. Quedaron algunas y hay otro montón que no pero también pasó lo mismo con los varones, pero con las mujeres absolutamente más.
¿Y ahora?
Ahora eso ya no pasa, una mujer no tiene mayores problemas para publicar y hay que aprovecharlo. Si por algún motivo es tu momento, y en general este momento que llega después de haber pateado la puerta hasta que se la tiró abajo, hay que meterse y ya, vamos, mostremos. Hoy en Argentina las grandes bestsellers son mujeres y no les dan bola. Todo el mundo las lee -Florencia Bonelli, Florencia Canale, Cristina Bajo-, pero no se habla de ellas. Hasta hace nada en Argentina, en los años 60, Silvina Bullrich, Marta Lynch, Beatriz Guido, vendían bestialidades y son las eternas olvidadas, y a la que se le daba bola era a Silvina Ocampo que no la compraba nadie. (Télam)