Flaubert: nuevas lecturas y traducciones, a 200 años de su nacimiento
Sin lugar a dudas "Madame Bovary", novela censurada y cuestionada tras su publicación en 1856, es una de las obras más conocidas del autor francés.
Por Claudia Lorenzón
La relectura y nuevas traducciones de la obra de Gustave Flaubert permiten descubrir y actualizar significados de textos como «Madame Bovary», «Salambó» y «Bouvard y Pécuchet» con los que el autor inauguró la multiplicidad de los puntos de vista y puso en práctica el uso del estilo indirecto libre, transformándose en uno de los mayores escritores de la historia de la literatura, según traductores y editores consultados, a 200 años de su nacimiento, un 12 de diciembre de 1821 en la ciudad francesa de Ruan.
«Su importancia puede medirse por todo lo que trajo de nuevo al arte de narrar», afirma el traductor, ensayista y poeta Jorge Fondebrider, quien tradujo gran parte de su obra, mientras que para la editora Leonora Djament la importancia de su narrativa radica en que «marca un antes y un después en la literatura moderna», otorgando a los personajes menores un protagonismo vedado hasta ese momento, «produciendo una escritura democrática».
Siguiendo la lectura del filósofo francés Jacques Ranciere, la editora de Eterna Cadencia señala a Télam que «las ficciones de Flaubert -que murió en 1880- plantean el fin de la lógica representativa, aristotélica, orgánica, donde hay relación causa/efecto y proponen, en cambio, una revolución donde los personajes menores –como Felicite en «Un corazón simple»- pueden vivir todas las pasiones», de ahí su sello democrático.
De esta manera, «no hay pasiones reservadas a los personajes principales, a los grandes héroes de las historias, a los hombres que realizan los grandes trabajos, y se cuestiona la división naturalizada entre almas nobles y almas vulgares y visibiliza las pasiones y acciones de los «cualquiera», en palabras de Ranciere, que estaban invisibilizados, trabajan todos los días y tienen un rol único preasignado. Se trata de narrarlo todo, no porque todos sean iguales sino justamente porque todos son distintos».
A este análisis, Fondebrider suma que Flaubert «desarrolló la multiplicidad de puntos de vista narrativos basándose en la perspectiva de los personajes, e instituyó el uso frecuente del estilo indirecto libre, recurso que hoy nos parece evidente, pero que hasta él prácticamente no se usaba; rompió el cliché romántico de equiparar vida y obra, y demostró que cualquier historia, incluidas las más triviales, puede ser literatura si se considera la necesidad de un estilo».
En ese rescate de su figura, el traductor considera que Flaubert «equiparó la labor del narrador a la del poeta, lo que implica que no se limitó a contar historias, sino que hizo importantes a algunas bastante triviales por la forma en que las contó antes que por lo que dicen las historias mismas, sin perder de vista lo que para él era el dato distintivo de la condición humana: la estupidez, repetida una y otra vez con todas sus posibles variantes en cada uno de sus personajes, sin excepción», como sucede en la inconclusa «Bouvard y Pécuchet», su última novela.
En este sentido, Magdalena Cámpora, directora de la Cátedra de Literatura Comparada de la Universidad Católica Argentina (UCA) y titular de Literatura Francesa en esa institución y en la Universidad del Salvador, dice que en esa novela el autor quiso hacer -según Jorge Luis Borges- «‘una enciclopedia de la estupidez humana’, y para ello arma clasificaciones que no se entienden: cita libros acreditados, filosóficos, técnicos, cuyas enseñanzas no sirven para nada: en manos de Bouvard y Pécuchet, que son un poco ridículos, y todo se vuelve un engendro» y agrega que «Flaubert hace esto en el siglo XIX, que cree en el progreso, en el avance técnico».
Fondebrider, que tradujo «Madame Bovary», «Tres cuentos» y «Bouvard y Pécuchet» -que el año próximo editará Eterna Cadencia- cuenta que lo hizo en «ediciones anotadas», lo que significa que a la traducción sumó «centenares de notas porque se trata de textos publicados hace más de un siglo que, por un lado, necesitan datos para que el lector actual pueda entender detalles que para los contemporáneos de la cultura de Flaubert resultaban transparentes, y por otro, porque desde la publicación de esos textos hubo miles de comentarios de críticos y escritores, algunos de los cuales arrojan luz sobre los propósitos de Flaubert».
Para el traductor ese trabajo fue «una verdadera lección de literatura con mayúsculas», que lo obligó «a pensar cada detalle hasta en sus menores recovecos: por ejemplo, si a Flaubert un párrafo le tomaba dos semanas, ¿quién soy yo para liquidarlo en quince minutos? A él no le gustaban ni las repeticiones ni las cacofonías, de modo que, por primera vez, traduje prosa en voz alta para escuchar, después de traducir, cómo sonaba».
Por otra parte, al respetar el estilo particular de escritura de Flaubert, Fondebrider tuvo que pensar «cómo reproducir en el molde del castellano actual lo que había sido dicho en el particular molde del francés de la época de Flaubert, tarea pocas veces automática, y en cada oportunidad hubo desafíos particulares», según manifiesta.
En el caso de «Madame Bovary» se plantea «una multiplicidad de puntos de vista muy grande que, por lo que vi, muchos traductores previos convirtieron en apenas un narrador omnisciente, y eso no es así en el original», explica el traductor y señala que «en «Los tres cuentos» hay un vocabulario extremadamente preciso», como sucede en «La leyenda de San Julián el hospitalario».
En este caso, explica que «cuando se describe la jauría que Julián recibe como regalo de su padre, no se menciona la palabra «perro», sino el nombre de cada raza, lo cual implica funciones muy específicas en la cacería, que Flaubert encontró en manuales de caza del siglo XII y que se refieren a razas extintas». Ni qué hablar del enorme bagaje enciclopédico de Bouvard y Pécuchet: si uno pretende traducirlo tiene que saber cosas tan disparatadas como las particularidades del cultivo de melones, la historia de la Revolución francesa y las especificidades de la ética de Spinoza, y eso sólo para abordar apenas tres problemas que doy a modo de ejemplo, de los varios cientos que presenta el libro».
Por todo esto, Djament considera «fundamental volver a traducir a los clásicos de tanto en tanto porque cambia la lengua, cambia la recepción de esos textos y se resignifican y amplían sus lecturas» y agrega que las traducciones que viene publicando Eterna Cadencia «intentan justamente ofrecer nuevas versiones, aprovechando las nuevas lecturas sobre Flaubert y los materiales inéditos que siguen apareciendo».
Y destaca que «las anotaciones de Fondebrider brindan al lector contemporáneo una cantidad de información histórica, literaria y lingüística que vuelve la lectura una experiencia todavía más rica y compleja».
Sin lugar a dudas «Madame Bovary», novela censurada y cuestionada tras su publicación en 1856, es una de las obras más conocidas del autor francés, y si bien a la luz de las corrientes feministas es considerada una heroína, una mujer que se arriesga a la infidelidad o que se niega a maternar a su hija, a la que directamente deja con una nodriza, los expertos consultados relativizan esa calificación.
Fondebrider considera que esa «lectura contemporánea no está presente en las intenciones de Flaubert» y explica que «en su época, estaban de moda las novelas de adúlteras y a partir de una noticia policial y unas memorias de una conocida, el autor escribió su novela como una bravata: quiso demostrar que un tema, desde su punto de vista, del todo intrascendente, podía convertirse en arte a través del estilo. Pero la historia en sí le era del todo secundaria».
No obstante, reconoce que «como todos los clásicos, admite muchas más lecturas de las que imaginó su autor. Hoy lo leemos de canto y de perfil, y, de acuerdo con el lugar en el que estemos parados, le atribuimos significaciones que no necesariamente tiene».
«Dudo que Flaubert haya pensando en las luchas feministas del futuro cuando imaginó al personaje de Madame Bovary. Dudo incluso de que la haya considerado una heroína. Por otra parte, y esto ya desde una perspectiva política y filosófica, Flaubert siempre detestó a las mayorías y, en consecuencia, también las luchas colectivas», afirma Fondebrider.
Cámpora abona la teoría del traductor al señalar que «la infinita servidumbre de la mujer, como decía Rimbaud, es algo que está presente en Flaubert no como lucha, sino como diagnóstico».
«Emma Bovary es una lectora, alguien con una potente capacidad de ensoñación y de percepción, sólo puede acceder a libros pobres, que la hunden en su condición subordinada y le enseñan a percibir y a pensar desde el lugar común y la frase hecha», dice Cámpora en referencia a que el personaje se alimenta de ideas absurdas por la lectura de literatura romántica.
«Creo que esa es una lectura posible con perspectiva de género: pero no desde los temas literales de la novela, sino desde la reflexión sobre el lenguaje, que es el modo que Flaubert tiene para intervenir políticamente en el mundo», afirma la académica. (Télam)