Acostumbrados ya a estas encrucijadas, decimos siempre que la próxima elección es la más importante. Lo fue el histórico plebiscito de 5 de octubre de 1988 con el que se derrotó a la dictadura; lo fue también aquella fecha en que Chile eligió a Aylwin en la madrugada de nuestra transición, con el General aún en plenos poderes dentro de las FF AA.
¿Se imaginan el país si hubiera triunfado el “SI”? Muchos de los personeros políticos vigentes eligieron esa opción ante las clásicas campañas del terror que se acostumbra a urdir para sacar réditos electoreros.
También fue electrizante el triunfo de Lagos, cuando, tras esa apretada segunda vuelta, Don Ricardo desde el balcón de un hotel santiaguino nos decía que había escuchado la voz de la gente. Con el eventual triunfo de Lagos y sus socios, también muchos anticipaban las peores atrocidades de la historia. No sólo no se cumplieron los fatídicos presagios de sus adversarios sino que se transformó en uno de los gobiernos que más añoran los mismos que entonces lo denostaron.
Luego, las sucesivas elecciones de Bachelet y Piñera, paradigmas del binominalismo, homogeneizando un ritmo institucional de dos caras que no se avizoraba poder cambiar. Siempre con temores, pero al final con valentía, los chilenos nos hemos atrevido a avanzar hacia mejores estadios de democracia. Damos pasos positivos y a veces ciertos tropezones que nos botan para volver a ponernos de pie. Parecerá ser el signo de una historia patria heredera de las reyertas propias de la fundación de la república entre o’higginistas y carreristas, entre pelucones y pipiolos, entre conservadores y liberales, entre los del «Si» y los del «No».
Hoy, al iniciar una nueva era en nuestra historia republicana, tras la más cruenta dictadura que se recuerde, y una transición a la democracia con muchas más luces que sombras, aunque cuestionada por las nuevas generaciones impacientes por sus anhelos de bienestar y modernidad, dimensionamos la importancia del día electoral que se avecina, donde nuestro voto no sólo deberá escoger a un presidente y su respectivo gobierno, sino además discernir acerca del modo de apoyo a un proceso constituyente que no podemos dilapidar y que debería inaugurar una nueva etapa para Chile. Lo que está en juego no es la civilización o la barbarie sino el derrotero preciso por donde quiere avanzar la inmensa mayoría de los ciudadanos.
Cuando se acercan las fechas solsticiales, con los significados comunes y míticos que suponen estas antiguas festividades inspiradas en los ciclos de la naturaleza y la influencia de la luz del sol en las cosechas simbolizando la llegada de un nuevo día, sólo pedimos volver a reencontrarnos quienes compartimos un territorio, una cultura y un destino común, construyendo juntos una patria buena para todos.