El mundo perdió este año a Almudena Grandes, voz ineludible de la literatura en español
Hija de poeta e historiadora por formación, no solo reivindicó la lucha antifascista que continuó activa décadas después de la derrota republicana, interrogó el rol de las mujeres en esa guerra, frente a las armas y en las tareas de cuidado de retaguardia.
Por Dolores Pruneda Paz
Con la muerte de Almudena Grandes, con 61 jóvenes años el último noviembre, el mundo perdió a una de las voces ineludibles de la literatura contemporánea en español y, sobre todo, a una interlocutora laboriosa de la historia reciente desatendida. Tanto es así que todavía no alcanzan miles de manos levantando sus libros como estandarte en su funeral, ni el silencio sepulcral del Atlético Madrid para despedirla, ni rosas amarillas en los barrios de Madrid, ni los pedidos de plazas y calles que lleven su nombre. La escritora de la memoria, la que noveló la erótica femenina así como la épica de los márgenes, no será olvidada.
A tres semanas de su muerte, el «Lamento por Almudena Grandes» que el escritor Santiago Gamboa publicó en el diario El País, de España, afluye en esa corriente, triste y amorosa, abierta el 27 de noviembre con su partida: «¿Cómo puede entenderse que una escritora tan talentosa, torrencial, y una persona tan esencialmente buena, pueda desaparecer?»
Pero el fervor profesado por los lectores a esta novelista, cuentista y periodista trasciende lo literario. Almudena restituyó con cada entrega de sus «Episodios de una guerra interminable» y aún antes, con la monumental «El corazón helado», la memoria de un país.
Hacía un año lidiaba con un cáncer. Murió en su casa de Madrid, la ciudad donde nació el 7 de mayo de 1960. La ciudad del caos ordenado y el calor insoportable que la cobijó del éxito al que siempre se repuso, desde que con 30 años ganó el premio La sonrisa vertical por «La edades de Lulú», un galardón icónico de la transición española que daba Tusquets a una obra erótica.
«No hay amor sin admiración», empezó a leerse en Twitter detrás del hashtag #AlmudenaGrandes, tras el anuncio de su muerte. Lectores, editores, periodistas, artistas, amigos y colegas se mostraron conmovidos por la noticia. Ella le había dicho eso 10 años antes a Eduardo Mendicutti, el hombre que le abrió las puertas de todos los cócteles literarios de Madrid.
«No hay amor sin admiración», replicaban los diarios el día de su entierro en el Cementerio Civil de Madrid, que fue multitudinario. Miles de lectores anónimos enarbolaban sus libros, todos de la misma editorial, desde el «Modelos de mujer» a «Malena es nombre de tango» (cuentan que Almudena desestimó con elegancia una invitación millonaria para pasarse a Planeta porque sentía a Tusquets su casa). Fue hasta el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que se unió con Pedro Almodóvar, Ana Belén y los demás al viudo, el poeta Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, y los hijos de ambos.
En la tumba, un regalo de García Montero «para consolidar una historia de amor» y de compromiso político (ahí yacen los restos de suicidas, ateos, escritores y políticos republicanos), el féretro se hundió con una edición de «Completamente viernes», el libro con que en el ’98 García Montero le hacía un guiño a Almudena. Le respondía a su segunda y difícil novela, «Te llamaré viernes», la que llegó tras el éxito rotundo de una Lulú llevada al cine por Bigas Luna, los amores y fantasías de una mujer en dos edades, a los 15 y a los 30 años, que además de venderse por miles conectaron con un público hambriento de modernidad.
Así el cierre de un intercambio amoroso que puede seguirse en toda la obra de ambos, desde aquel 1992 cuando se conocieron. «Estoy en la ciudad del calor soportado,/ en la ciudad que vive a ritmo de transbordo./ Calle Santa Isabel, número 19,/ donde acuden los taxis con mirada/ de perro cazador/ y la escalera tiene voluntad/ de mano que se cierra,/ de mano que se cierra porque esconde/ por ejemplo una joya,/ una esmeralda de color memoria,/ un sueño que se quiere defender/». La esmeralda de color memoria era Almudena, la casa de Santa Isabel 19 era donde se encontraban, los viernes, en tiempos aún clandestinos, treintañeros, cada uno con un hijo y una pareja que deshacer.
«A Luis, que entró en mi vida y cambió el argumento de esta novela», decía antes de empezar el «Atlas de la geografía humana», el primer volumen que Grandes dedicó a García Montero. «A Luis. Otra vez, y nunca serán bastantes», repetía la fórmula en otra de sus novelas. «A Almudena, también en la luz de los inviernos», respondía él en un poemario y seguía con cada uno de los que publicaría desde entonces: «A Almudena, junto al árbol, porque en el momento de abrir los ojos vimos el mundo desnudo»; «A Almudena, que me abriga con una mirada de mis silencios y me defiende con una sonrisa de mis palabras».
Se casaron en 1996 y formaron su hogar para Irene y Mauro, hija de él e hijo de ella, y para Elisa, la hija que tuvieron juntos. Al otro día de conocer el diagnóstico de su esposa escribió el texto que incluye su último poemario, «No puedes ser así», que tituló «En otra caverna (Habitación 5427)», la habitación donde Grandes se internó en septiembre de 2020, en el hospital Jiménez Díaz.
«Una mujer extraña me sonríe./ Yo la estaba mirando/ porque su edad discute con su ropa/ y quiebra la penumbra del café./ En las paredes de cristal se mezclan/ la calle, mi silencio y las conversaciones/ como ascuas lejanas./ Mundos habituales de este mundo/ se despliegan delante del que mira/ a sus sombras pasar entre la gente./ (…) / De manera inoportuna, después de la noticia,/ viajé muy de mañana/ para caerme del avión/ lejos de mí,/ en una tarde de domingo./ (…) Hablo solo de mí, de lo que nunca/ Puede tener sentido si me faltas».
Ese amor fue colectivo. A tres días de la muerte de Almudena el Consejo de Ministros español le dedicaba la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Diciembre siguió con rosas amarillas en su honor matizando el paisaje madrileño, con 53.000 personas pidiendo al gobierno que «reconsidere» la «tropelía» de haberse negado a nombrarla Hija predilecta de la ciudad, si bien una calle ya tendrá su nombre, tanto ahí como en Málaga, así como una biblioteca en La Rioja. »Espero que pronto #AlmudenaGrandes tenga una calle con su nombre, para mí tiene ya una plaza principal en mi casa y una avenida luminosa en mi conciencia. Tarde de domingo con #LosBesosEnElPan», tuiteaba uno de sus lectores.
Hace pocos días la Asociación Pro Derechos Humanos de España otorgó su Premio Extraordinario a Almudena Grandes. El 7 de diciembre el Gremio de las Librerías de Madrid creaba un premio con su nombre para «la primera novela de una autora o autor novel». Autora con gran vinculación cinematográfica, seis de sus obras llegaron al cine (era patrona de honor de la Academia de Cine), la lista de premios que la distinguieron en vida es extensísima, una veintena, entre ellos el Nacional de Narrativa 2018 y el Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska y el Sor Juana Inés de la Cruz 2011 por una obra que ahonda en la historia reciente de su país para explicar las claves de la sociedad española actual.
La memoria recuperada de la resistencia española al franquismo -«Inés y la alegría (2010), «El lector de Julio Verne» (2012), «Las tres bodas de Manolita» (2014), «Los pacientes del doctor García» (2017) y «La madre de Frankenstein» (2020). El último quedó trunco con su muerte, «Mariano en el Bidasoa»- son su legado más honrado en estos primeros días de duelo. Pero los silentes de una posguerra 10 veces más larga que la guerra donde identificaba el germen del presente por el que luchó como intelectual, son apenas una parte de esa manda.
Incomodada por un relato bélico impuesto en España, que ocultó las huellas de muchos actores durante la dictadura de Francisco Franco, Grandes ejecutó la memoria con una escritura atenta a los momentos menos llamativos de la vida que aprendió de los «Episodios nacionales», las 46 novelas históricas de Benito Pérez Galdós (1843-1920), cuando no se puede separar lo económico, de lo político, del sexo, la identidad de género y clase y el amor. «Es una pena, porque Galdós ennobleció esa palabra, nacional, y Franco se la cargó», dijo en una entrevista con esa sorna y alegría que le eran propias: «Una putada, qué le vamos a hacer». Una memoria afiliativa, una historia de los afectos que complejizó el relato.
Hija de poeta e historiadora por formación, no solo reivindicó la lucha antifascista que continuó activa décadas después de la derrota republicana, interrogó el rol de las mujeres en esa guerra, frente a las armas y en las tareas de cuidado de retaguardia, una labor feminizada y sistemáticamente invisibilizada por el relato oficial. Son las mujeres, protagonistas de su disruptiva y multipremiada saga, y sus vínculos con personajes desligados del imaginario bélico, quienes crean y sostienen las redes que aseguran la vida en las situaciones más hostiles.
Ella misma, el 23 de noviembre enviaba a «El País semanal», espacio en el que cada 15 días compartía sus reflexiones con los lectores, »Unos ojos textos», artículo que se convertiría en el último de su columna »Escalera interior». A cuento de una foto de El Lute que vio en el diario a los 18 años, un delincuente «abatido no por la policía, sino por el destino», reparaba en que »fue la primera vez que la tristeza, más allá de las historias familiares me llamó por mi nombre. Fue la primera vez que un mundo ajeno se hizo parte del mío». (Télam)