Manuel Vilas: «Una vida sin idealismo es decepcionante»

"Quería buscar un territorio donde volver a ilusionarme con la vida".

                                                                                                                               Por Milena Heinrich

En «Los besos», el escritor español Manuel Vilas incursiona en el género de la novela romántica con una historia protagonizada por un profesor jubilado, Salvador, que durante la emergencia sanitaria por la pandemia de Covid-19 se aísla en una cabaña y conoce a una mujer, en quien encarnará el mayor de sus deseos: enamorarse y vivir un presente intenso, pleno, al mejor estilo del amor cortés quijotano.

«La vida no ha tratado bien a quien no haya experimentado el amor a primera vista. El amor inmediato, sin un segundo de duda: en ese amor estaba pensando, en uno fulminante; ese debería ser un derecho democrático. Una conquista política», escribe Salvador, el personaje en el que Vilas depositó el tono y la entrega de este libro: un manifiesto sobre el amor en tiempos donde el encuentro de los cuerpos es potencial de riesgo.

«Quería buscar un territorio donde volver a ilusionarme con la vida. Estaba viendo la película ‘Casablanca’, la escena donde los nazis entran a París, cuando Ingrid Bergman asomada en el balcón le dice ´el mundo se está desmoronando y tú y yo nos hemos enamorado´. Entendí que el amor era una solución, una tabla de salvación para luchar contra la angustia de cualquier catástrofe y eso fue lo que quise hacer en ´Los besos´, una historia de amor como recordatorio de que el amor es la solución ante una catástrofe de carácter colectivo, el lugar donde uno puede reilusionarse con la vida o volver a sentir la vida», dice Vilas en diálogo con Télam.

Manuel Vilas (Barbastro, 1962) es autor de poemarios como «Resurrección» y «Roma». Entre sus primeros títulos de narrativa figuran «España» (2008) y «Aire nuestro» (2009), con otros varios en el medio como «Los inmortales». Diez años después sumó «Ordesa» (2018) y «Alegría» (2019), libros con los cuales despegó su popularidad en España y América Latina, mientras en la primera abordó el amor a los padres, en la segunda concentró su trama en el amor a los hijos. Con «Los besos» el amor vuelve pero con otros ribetes: el de una pareja. «Soy un profesional del amor», se define un poco en broma el escritor en entrevista por Zoom, desde Madrid.

¿Por qué el amor? «Estoy obsesionado con el amor porque es un sitio donde las relaciones no son de interés, no son mezquinas, no hay alienación, los seres humanos en el amor son humanos antes que cualquier cosa: no son cosas ni son consumidores ni son ciudadanos, son seres humanos plenos con unas emociones radiantes y maravillosas. Mi obsesión con el amor es porque veo que ahí es el lugar donde nos sentimos plenos».

Idealizado, utópico, el amor de «Los besos» es un amor ilusionado pero también un amor experimentado, maduro en el sentido que sus personajes tienen vidas y trayectorias mas o menos trazadas (profesiones, familias) y están dispuestos a entregarse a fondo sabiendo que en ese gesto se juega la posibilidad de escalar a la profundidad del deseo, el erotismo y el conocimiento. En esa danza romántica que construye Vilas en esta historia bailan Salvador y Montserrat -él 58, ella 45- sabiendo, en definitiva, que es el amor el que «viene a recordar que estás vivo», como escribe el narrador.

En un contexto de enorme complejidad con la pandemia, a este personaje estar enamorado le permite ver el mundo con otros ojos ¿Cómo impacta en él esta escisión de lo íntimo y lo colectivo?

-Manuel Vilas: El encuentra en el amor un lugar privado de construcción de su propia vida, él lo que quiere es vivir una vida intensa. El panorama político que observa a nivel nacional e internacional le parece desolador; el espacio público no ofrece ningún atractivo para vivir una vida intensa. Y además en ese momento está leyendo Don Quijote de la Mancha donde ve una vida imaginaria que satisface esa pulsión de la pasión amorosa y de la construcción de una vida literaria como es la de Don Quijote. Salvador decide que a partir de la mujer que se ha enamorado va a crear otra que es Altisidora. Quiere vivir con belleza, ternura, amor, erotismo.

De ahí el idealismo al personaje y de ahí también la crítica a la política porque el espacio político, pues el mundo que vimos en la pandemia y el que vimos después no creo que pueda ilusionar a nadie, no creo que estemos ante un mundo que políticamente sea capaz de ilusionarnos. Además ya no existen las revoluciones, hay como un mundo concluido en lo político. En todo caso son gestiones acertadas pero no grandes transformaciones. Entonces, él decide que va a ilusionarse desde su corazón, con lo que sea capaz de crear. Es una novela, en ese sentido, individualista: huye del espacio público y se cobija en la intimidad y en lo privado.

Los tiempos actuales le hacen mella a la idea del amor romántico porque detrás de ese ideario se han solapado muchas violencias, como el patriarcado, la heterosexualidad obligatoria ¿te encontraste con algo de esto cuando escribiste la novela?

M.V: Salvador tiene una masculinidad bastante crítica, él es consciente de muchas de las cosas de las que has dicho. El territorio del romanticismo puede ser tildado como demodé, anticuado, pero no creo que haya habido algo que tenga tanta fuerza, algo que lo pueda sustituir y que sea tan poderoso como el romanticismo. Es verdad que puede parecer cursi, obsoleto, pero no hemos sabido sustituir ese gran engranaje de ilusión, de plenitud, de erotismo. Hay un vacío: no nos gusta lo que heredamos pero no hemos logrado nada que lo pueda sustituir.

En ese sentido, la novela declara que cuando todo parece entumecido, el amor viene a recordar que estás vivo…

M.V: La gente se sigue enamorando, hay allí algo que pone en contacto con el misterio de la vida. Hay una energía de carácter radical que si no la sientes, no estás vivo. El amor es un comprobante de eso. Y hay otro terreno que la novela aborda, el de la intimidad. Una persona se ofrece desnuda física y psíquicamente ante otra y en ese acto se ve a sí mismo: el amor es un territorio de conocimiento. Tú sabes quién eres cuando te ves reflejado en otra persona, de ahí que el amor también pueda ser un abismo porque acabas sabiendo quién eres a través de los ojos de otro. Por eso la banalización del erotismo me parece algo terrible porque le quita ese terreno del conocimiento.

El narrador dice que a la soledad se la vence haciendo el amor ¿es verdaderamente así?

M.V: Salvador está obsesionado con el erotismo: él habla de la oxidación del erotismo, esa difícil integración que hay entre sexo y amor; él ve que el sexo es un espacio de pasión que tiene fecha de caducidad y luego después del sexo ve que hay un territorio muy importante, el territorio de los afectos, de la complicidad, de la vida en pareja, de la estabilidad pero ve que eso significa perder sexo. Pero no entiende por qué tiene que perder sexo, por qué se desintegra ese territorio. Llevamos más de 3000 años pensando lo mismo…

De ahí el título de la novela, «Los besos», como un manifiesto que dice vayan a tocarse, enamórense…

El título lo vi claro porque era lo que no se podía en pandemia. Y por otro lado, la novela viene a decir: si no lo estás, pues enamórate. Viene a decir que el sentido de la vida es ese. Salvador es un idealista, él está fascinado con la belleza de esa mujer y esa mujer le está contando su vida. Los dos quieren amar. A nadie le enseñan a amar, hay que aprenderlo en la vida. Los dos entienden que si se enamoran la vida de ellos va a tener sentido.

«Lo sano, lo hermoso, tiene poca fama» dice en algún momento el narrador. Cuando Salvador se enamora todo lo ve como iluminado ¿funciona así el amor?

M.V: El personaje se enamora de la mujer pero también todo lo que ve: la naturaleza, el bosque, la luz, los animales, la vida cotidiana, cuando va a comprar y tiene una epifanía al ver la fruta. Es una novela que busca también celebrar el erotismo de la vida cotidiana, en la creación de un orden de belleza sencilla, el amor a esa mujer y montón de objetos cotidianos que se iluminan con ese amor.

¿Por qué incorporaste a Don Quijote como lectura y referencia clave de esta novela, o al menos de su narrador?

M.V: Salvador ve Don Quijote como modelo de vida. Él se lleva dos libros al confinamiento: la Biblia y Don Quijote, a la Biblia no la lee y en Quijote ve a un romántico que está viviendo intensamente, su vida es maravillosa cree que está cambiando el mundo, que está luchando contra la injusticia. Todo ese arsenal utópico, idealista y romántico a Salvador le parece un modelo de vida porque le conecta con la pasión, con una utopía. Una vida sin idealismo es decepcionante.

La novela está situada en pandemia ¿cómo intervino en tu mirada esta experiencia dramática?

M.V: Quería escribir una historia de amor, pero claro llegó la pandemia y todo se puso patas para arriba. Para que yo me creyera la historia que quería contar tuve que meter a la pandemia adentro; para mí la literatura, como yo la concibo, es una representación de la vida, de los que nos está ocurriendo. Era evidente que la pandemia tenía que salir. Y yo soy una persona muy vitalista, a mí la pandemia me afectó muchísimo: por un lado la gente que moría, y por el otro la vida que nos dijeron que teníamos que vivir, una vida de clausura. Yo casi me refugié en esta historia de amor para poder luchar contra la pandemia. Crear una música amorosa.

¿Fue con «Los besos» que la escritura funcionó como refugio o siempre la concebís así? ¿Qué te moviliza?

M.V: Lo que me moviliza es la celebración de la vida. Yo escribo porque amo la vida profundamente. Para mí es un misterio y una maravilla estar aquí y mi escritura es hija de celebración de la vida, soy muy de la contemplación del prodigio de la vida y todo lo que escribo sale de ahí. Es una sed de pasión. Como dice Kundera, solo se vive una vez y eso hace que todo lo que vivamos sea único, por eso hay que hacerlo con una enorme pasión para que tenga sentido. (Télam)

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